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Escritos y discursos de Lyndon LaRouche
1. El defecto sistémico de la psicología modernapor Lyndon H. LaRouche Desde la perspectiva del método científico que aplica, las principales doctrinas constitucionales de nuestra república, las de nuestra Declaración de Independencia de 1776 y nuestra Constitución federal de 1789, no contienen los principios de veras universales más hondamente arraigados de un cuerpo vivo de ley natural en expansión que el diseño de dichas doctrinas tiene como premisa, sino que, más bien, estos principios las prefiguran. Así, en el derecho constitucional bien definido, como en el cuerpo de un modo válido de investigación físico–científica, el grueso de una práctica constitucional válida está sujeto a un desarrollo constante interminable que ocurre mediante el descubrimiento de esos nuevos principios específicos que conservan, en circunstancias universales que cambian, la integridad del concepto de derecho natural pretendido desde un principio, tales como las circunstancias alteradas con las que las intervenciones de Bush y Cheney nos enfrentan hoy. Al decir “pretendido desde un principio”, recalco el hecho de que el significado congruente del uso real que los forjadores de esos documentos constitucionales le daban a los términos “búsqueda de la felicidad” y “fomento del bienestar general”, tiene una importancia intencional única conocible en tanto declaración constitucional de una reflexión sobre un principio físico universal. Esta idea de un cuerpo de derecho fundado en principios físicos universales subyacentes verificables, se llama ley natural. La ley natural se opone, por principio, a la noción de un simple derecho positivo en tanto un típico conjunto negociado de acuerdos entre lo que de otro modo sería un orden anárquico de individuos, naciones o pequeños grupos de tipo familiar. A este respecto, el derecho constitucional expresa su semejanza hereditaria de principio con esas nociones de la ciencia física que definen el autodesarrollo en expansión de un cuerpo de ley natural, una ley natural que expresa principios que le son específicos a una civilización europea que se remonta, en lo principal, a viejos precedentes egipcios. Este desarrollo explícito de un cuerpo de derecho europeo en su definición más amplia, que tiene como premisa la idea de la ley natural, deriva principalmente, pese a la práctica y el parecer contrarios, de la obra ejemplar pertinente de los pitagóricos, Solón de Atenas y Platón. Pese a las tendencias persistentes de hacer una división categórica entre las ideas de la ciencia y las de la composición artística clásica, como la que describe C.P. Snow como una paradoja de Dos Culturas,[4] la Declaración de Independencia y la Constitución federal descansan, en esencia, en las nociones jurídicas de la tradición griega clásica tanto en la ciencia física como en la composición artística clásica, en especial las que se remontan a Platón. De modo que, en la historia de la cultura clásica que emergió de la Grecia antigua de los pitagóricos, Solón de Atenas y Platón, está el hecho de que se consumaron los cimientos de una civilización, a pesar de períodos intermitentes de regresión. Esto nos obliga a preguntarnos: ¿cómo fue que la máxima civilización de entonces adquirió los hábitos que prácticamente la autodestruyeron, como bajo la conducción de Pericles? ¿Cómo le pasó esto a la “Atenas de América” de la que fueron típicas las figuras de los Winthrop y los Mather en el transcurso del siglo 17? Así, a pesar de los períodos intermitentes de regresión en la historia de la cultura clásica europea que surgió en la antigua Grecia de los pitagóricos, Solón de Atenas y Platón, hay una continuidad inconsútil subyacente comprobable de expansión de los principios validados de éstos en el agregado general del progreso científico clásico y relacionado, de lo que se conoce como el principio de la hipotetización superior.[4] Tal como el progreso del método científico experimental en el descubrimiento de nuevos principios físicos universales de nuestro universo (en tanto principios necesarios para las clases universales de condiciones recién descubiertas) es el rasgo característico del progreso en la ciencia física, así también hay un agregado ampliable afín de conocimiento descubrible en lo que toca a los principios constitucionales que pueden inferirse del estadismo moderno. El mejor reflejo de éstos hasta ahora se encuentra en las raíces que el nacimiento de nuestra Declaración de Independencia y nuestra Constitución tuvo en el gran concilio ecuménico de Florencia del siglo 15, y también, después, en el principio central establecido al inicio del Tratado de Westfalia de 1648.[5] Por eso, en todos los aspectos de la práctica científica la historia real ha mostrado que hay un método para generar y comprobar un descubrimiento científico de nuevos principios universales. Siempre que surja una situación, como en las circunstancias singularmente anómalas que representa la brutalidad del régimen de Bush y Cheney, tenemos que recurrir a los principios y circunstancias de los que derivó nuestra Constitución, para forjar un principio que sea congruente en principio con esa raíz histórica de la que, de nuevo, derivó la Constitución original. Así que, por una parte, lo inmediato de la actual amenaza existencial a la civilización planetaria pondría en el orden del día el juicio político o una medida parecida como remedio ahora. Pero, al considerar la clase de medida a tomar para lograr eso, vemos que aún no estamos preparados, al menos no la mayoría de nuestros representantes en cuestión, para definir cómo y cuándo debe aplicarse en realidad la medida correctiva necesaria, y con qué intención. Tenemos que pensar en tomar tal medida, incluso muy pronto, pero tenemos que ser cuidadosos, no obstante, para asegurarnos de salvarle la vida al paciente, nuestro sistema constitucional, en vez de arriesgarnos a matarlo al recurrir por pánico a una operación apresurada. Tenemos que pensar con cuidado en la calidad sin precedentes de las anomalías inmediatas propias de la crisis de desintegración del actual sistema monetario–financiero mundial que embiste, que es el marco en el que es ubica al presente la condición de amenaza a nuestra presidencia. El órgano, la presidencia, padece lo que pudiera describirse como el régimen de Bush y Cheney, pero no nada más reside en cualquiera de esos dos individuos indiscutiblemente defectuosos al extremo, ni en la combinación de Bush y Cheney en tanto funcionarios individuales, sino en los rasgos sistémicos de la situación actual de una crisis mundial existencial que ha llevado a un par tan impropio a esos cargos. Los casos de Bush y Cheney, tomados por separado y en combinación, son producto de un conjunto especial de condiciones históricas específicas; son esas condiciones, que los hicieron como son hoy día, las que hay que remediar. Nuestro objetivo primario debe ser remediar esa condición que llevó a este par de mal elegidos a desempeñar su función patológica actual, en vez de tratarlos como meros chivos expiatorios de la condición que los llevó a tener su perverso desempeño actual en el cargo. El engaño pertinente en la práctica psicológica En ambos casos, los actos por los que podría procurarse el enjuiciamiento de cada uno y de ambos, son de la clase de los desórdenes mentales: la patente incompetencia mental del Presidente para desempeñar su cargo público actual, y la conducta pública del Vicepresidente, que puede describirse con justicia como la de un sociópata depravado. Como quiera que fuera el juicio de destitución de cualquiera de ellos o de ambos, el tema subyacente de la pesquisa del caso será una consideración de las pruebas de los desórdenes mentales en cuestión. Aunque la conducta pertinente de ambos es distintivamente “anormal”, no puede permitirse implicar por este lenguaje elegido, que lo que pudiera constituir al presente una prueba de un comportamiento dizque “normal” proporcionaría la vara de medir necesaria para juzgar las implicaciones propias de sus incapacidades. Sólo la conducta excepcional, como la típica del genio que muestra un individuo al descubrir o redescubrir un principio físico universal, bastará. Precisamente en esto falla el antedicho método de razonamiento del doctor Post para tales casos; contrario al método de Post, en realidad el individuo existe y se desarrolla en un marco histórico específico, tal que es ese marco, más que la idea de alguna personalidad abstracta que flota en un espacio histórico vacío, el que nos presenta cuáles tienen que ser los aspectos gobernantes en cualquier evaluación de la conducta de figuras destacadas de cualquier hecho ubicado en la historia.[6] Bregamos con una enfermedad colectiva que ahora va haciendo presa de una nación, nuestros EUA, que antes de la Segunda Guerra Mundial había emergido como la economía más poderosa y productiva que haya existido en este planeta con la conducción del presidente Franklin Roosevelt. Este logro alcanzado con ese presidente, dependió en un grado decisivo de la calidad única relativa de su personalidad en esa posición de conducción. Él logró lo que logró a pesar de la oposición de nuestro aliado británico en la guerra en cuestión, y de la amenaza de esas hienas taimadas en nuestro sistema político–financiero, hienas que el presidente Eisenhower más tarde llamó el “complejo militar industrial”, y que de inmediato estuvieron prestas a destruir la obra de Roosevelt en cuanto la muerte lo retiró del cargo. El rasgo característico de todo el período desde la muerte de ese presidente, ha sido la campaña que de empezó inmediato para difamarlo, una difamación que dejaba bien parado el pensamiento de los dos modelos notables de un presidente fracasado, Calvin Coolidge y Herbert Hoover, quienes descarriaron a los EUA a participar en una gran depresión económica. Subsiguientemente, dos décadas después de la muerte del presidente Roosevelt, en la segunda mitad de los 1960, los EU pasaron por el comienzo de un “cambio degenerativo de paradigma cultural” que duró decenas de años, y que llevó a la nación a convertirse, en cosa de cuatro décadas, en la economía estadounidense prácticamente insolvente que es hoy. La característica de la historia económica estadounidense de los últimos 40 años más o menos, ha sido un esfuerzo cada vez más vigoroso por erradicar todos y cada uno de los principios que los logros de los Gobiernos de Franklin Roosevelt tuvieron como premisa. El patrocinio del “complejo militar industrial” de la campaña del Congreso a Favor de la Libertad Cultural contra la “personalidad autoritaria”, fue una expresión del odio y temor que ese “complejo” sentía por la memoria del presidente Franklin Roosevelt, y que compartía con el ex primer ministro Winston Churchill. A consecuencia del comportamiento colectivo errado de esta nación en rechazar el legado de Franklin Roosevelt de esa manera, hoy estamos arruinados. El desempeño del Gobierno de Bush y Cheney ha sido atroz, pero esas directrices destructivas y las victorias electorales de esos candidatos, y la selección de tales candidatos por ese partido, y la conducta de los ciudadanos en la elección, fueron producto de las décadas de tendencias decadentes en nuestra cultura nacional, tendencias con las que nosotros, en tanto nación, nos hemos arruinado, en especial desde fines de los 1960. Así, estamos bregando con una situación en la que se escogió al Gobierno de Bush y Cheney debido a la tendencia cultural en la calidad cada vez más enferma de un comportamiento colectivo errado, de forma implícita, por los efectos de la combinación de la degeneración moral de una mayoría creciente de nuestra población, durante cuatro décadas o, desde una perspectiva superior de mayor alcance de ese proceso, desde la muerte inoportuna del presidente Franklin Roosevelt. En lo principal, esta degeneración fue el resultado neto de la decadencia activa o el abstencionismo político de la mayoría de la población. Considerando ahora esos hechos históricos, una persona ordinaria cometería, de forma implícita, dos clases de errores relacionados, pero distintos, al leer el razonamiento del doctor Post. Tenemos que meditar sobre la naturaleza de esos errores y su necesaria prevención. A veces, como ahora, hasta lo mejor de la psicopatología experta hoy acreditada falla por lo general en diagnosticar la naturaleza funcional del problema de forma adecuada. Como señalaré aquí, a continuación, la falla frecuente de lo mejor de la práctica de la psicología, en términos relativos, es que tiene como premisa un concepto axiomático mecanicista erróneo (por ejemplo, uno cartesiano) del lugar que ocupa la función del individuo en la sociedad, en vez de una penetración adecuada de la relación dinámica recíproca funcionalmente determinante entre el individuo cognoscitivo y la sociedad, en tanto proceso histórico cuyas características experimentan cambios continuos. Fueron los siglos de historia de la casa de Habsburgo, desde que Venecia le encargó usar el matrimonio como un arma de violación dinástica para destruir el legado del emperador Federico II, lo que produjo a ese imbécil patético del Káiser austríaco con el que pudo dársele luz verde al plan para la Primera Guerra Mundial, un diseño del completamente despreciable Eduardo VII de Gran Bretaña. El psicoanálisis individual de ese Káiser de reconocido patetismo carece de importancia, a menos que se ubique en el proceso histórico que dio a luz a semejante monstruosidad deplorable de suyo condenada a la destrucción como el régimen austrohúngaro de entonces. En general, fue la cultura que toleró el sistema reaccionario de las “testas coronadas de Europa” posterior a 1815, la que hizo posible, con ayuda de los mentados sistemas parlamentarios, la perpetuación de esa enquistada tendencia cultural a la ruina autoinfligida de Europa que, a su vez, dio paso al modo en que la Europa actual camina de nuevo, vacilante, hacia el precipicio de su propia destrucción. Ésos fueron los motivos por los que la colonización de Massachusetts en el siglo 17 se emprendió desde Europa, para liberar a los mejores logros de la cultura europea del podrido legado opresor de la tradición europea que hoy impera. Cimentar nuestra lucha por la independencia en esa tradición, fue lo que nos permitió, con reconocidas dificultades mayúsculas entre nosotros mismos, forjar el modelo más veraz de una república moderna como nuestro sistema constitucional. Desde la perspectiva de la rectificación que aplica, lejos de los modelos mecanicistas de corte cartesiano del individuo en la sociedad, como aquél del que dependen en gran medida los argumentos mecanicistas del doctor Post, y en la óptica dinámica pertinente desde la perspectiva del desarrollo histórico e interno de las culturas: el fundamento de todo sistema jurídico competente yace en el tema de esa cualidad específica de la inmortalidad que ubica al individuo humano aparte de la categoría de las bestias de corte hobbesiano y trasimaqueano, bestias tales como nuestros mentados “neoconservadores” contemporáneos que siguen al maligno protegido del “jurista nazi de la Corona” Carl Schmitt, el profesor Leo Strauss de la Universidad de Chicago, o al binomio de Bush y Cheney. Esta cualidad de la inmortalidad cobra expresión en la noción de idea de seguidores de los pitagóricos tales como Platón, y de forma más categórica en el cristianismo de los apóstoles Juan y Pablo, así como en el devoto judío ortodoxo Moisés (Dessau) Mendelssohn, quien tuvo un papel protagónico en catalizar el renacimiento clásico de Europa de fines del siglo 18. Esta idea ecuménica de la inmortalidad personal del ser humano individual ha sido, por ejemplo, el enfoque esencial de todos mis descubrimientos como seguidor del Godofredo Leibniz que aportó una premisa decisiva y central tanto de nuestra Declaración de Independencia como de nuestra Constitución federal. Así, como lo he mostrado para una ciencia de la economía física, la noción apropiada del interés propio del ser humano mortal individual radica en el aspecto inmortal de la existencia humana individual, una inmortalidad típica de la función del individuo en tanto generador y preservador del acceso de la sociedad a los principios físicos universales validables mediante experimento y relacionados. El problema sistémico pertinente de la conducta colectiva actual es que la idea del acto creativo distintivo, como el acto voluntario conciente de descubrir un principio físico universal, ocurre de forma inusual aun en la educación media y superior de la ciencia física hoy practicada. En cambio, los beneficios de usar un principio descubierto seguido sólo se aprenden, como por medios tales como los libros de texto o artificios matemáticos abstractos, en vez de descubrirse de verdad de modo que reproduzcan el acto original de descubrimiento.[7] Para aclarar esta cuestión, interpolaré la siguiente discusión. La educación de nuestros ciudadanos jóvenes Hace varios años, conforme iba formándose el Movimiento de Juventudes Larouchistas (MJL), varios de los voceros de esos adultos jóvenes me desafiaron en una reunión en Reston, Virginia: “¿Cómo obtendremos nuestra educación?” Yo respondí con una propuesta programática doble. “Empiecen con Carl Gauss”, les dije, refiriéndome a la tesis doctoral de 1799 en la que Gauss atacó el fraude de los ideólogos empiristas D’Alembert, Euler, Lagrange, etc., sobre el tema después llamado El teorema fundamental del álgebra. “Del estudio de esa obra de Gauss”, continué, “descubrirán qué significa una idea. Luego pueden estudiar la historia como la historia de las ideas”. Desde entonces, el resultado de ese programa en general ha tenido un éxito notable. La ideología empirista de Galileo, Francis Bacon, Tomás Hobbes, René Descartes, John Locke y los newtonianos niega las ideas reales de veras descubribles, en el sentido que las define la obra de toda la vida adulta de Gauss y, como Lagrange, sustituye los principios físicos con meras fórmulas matemáticas (algebraicas) formales dentro de un dominio mecanicista como el del sistema defectuoso de Descartes. Así, el empirista abandona la práctica real de la ciencia física por un método perverso de interpretación de los fenómenos físicos conforme a un sistema mecanicista arbitrario de definiciones, axiomas y postulados que se alega son “de suyo evidentes”. Ese método cartesiano no es una práctica científica; ¡es el ritual que practica una secta religiosa pagana délfica con viejas implicaciones babilónicas![8] Una vez que trabajar en las implicaciones del ataque de Gauss de 1799 a los fraudes de los empiristas D’Alembert, Euler, Lagrange, y demás establece el concepto de idea, el estudiante se remonta a las raíces del razonamiento de Gauss desde sus orígenes en la obra de los antiguos como Arquitas y Platón sobre el concepto de poderes, y luego transporta las implicaciones al futuro, del período que va de Arquitas a Gauss, en su resultado en la obra de Riemann sobre, por ejemplo, las funciones abelianas. Asimismo, tratamos la misma noción de la idea como la expresa la historia estudiada desde la perspectiva del desarrollo de la composición artística clásica. El meollo del ataque de Gauss a los empiristas está en su rechazo al tratamiento arbitrario que los empiristas del caso le dan al tema de las raíces cúbicas. La forma correcta de abordar el problema de las raíces cúbicas es a modo de un problema de geometría constructiva, el de construir un cubo del doble del tamaño de uno ya existente por geometría. Es famosa la solución que el pitagórico Arquitas, un amigo y colaborador de Platón, le encontró a este reto. Cardan y otros atacaron el tema en el siglo 16 desde el punto de vista de la aritmética, mostrando como resultado un conjunto de lo que los empiristas dieron en llamar “números imaginarios” entre las raíces. Si uno examina la forma como Arquitas dobla el cubo por medios geométricos, contrariando a D’Alembert, Euler, Lagrange y demás, estos ensayos de solución no tienen nada meramente imaginario. En la obra de los pitagóricos como Platón, una línea no puede generarse por deducción a partir de un punto, ni una superficie a partir de una línea, ni un sólido a partir de una superficie. La generación de avances tales como doblar con precisión el cuadrado y el cubo, ocurre mediante lo que los pitagóricos y Platón definen como poderes (la dinámica). Estos poderes tienen la misma connotación que los descubrimientos originales de la gravitación universal de Kepler, el principio físico de acción mínima (contrario a la distancia más corta) de Fermat, y el principio universal de la acción mínima física de la función catenaria de Leibniz. El trabajo de los diversos adversarios de los pitagóricos y Platón deja de lado la idea de poderes, en favor de ardides tales como las definiciones, axiomas y postulados dizque autoevidentes de la geometría euclidiana o el sistema cartesiano del reduccionista. El uso que da Leibniz a la noción de poderes (dinámica) en su célebre denuncia del error fundamental de Descartes en el dominio de la física elemental, y al fundar —Leibniz— la ciencia de la economía física, le significa a la humanidad el descubrimiento de la capacidad de emplear un principio universal descubierto como fuente de un poder ampliado (una densidad relativa potencial de población superior) de la humanidad para mantener y elevar la fecundidad de la existencia humana en el universo. En la ciencia europea desde los pitagóricos y Platón, el uso de los poderes descubiertos es la cualidad característica manifiesta del ser humano individual, que lo separa y lo pone por encima de los simios y toda otra forma de vida animal. La generación de este conocimiento de los poderes, y la perpetuación del mismo en la práctica física y la cultura de la sociedad, es la característica de la especie humana que separa al hombre de las bestias, del modo que V.I. Vernadsky distingue la obra de la humanidad, la noosfera, de todas las formas inferiores de vida. Es la existencia de las facultades creativas de la mente humana individual, así definidas, que los empiristas y otros reduccionistas niegan, lo que constituye la distinción característica de la humanidad y, por ende, de la sociedad y sus culturas. Este principio lo identificamos, además, como el principio de la inmortalidad que separa al hombre de las bestias. La actividad característica de los miembros individuales de la especie humana, en especial como parte de la sociedad, es el poder de la creatividad (la dinámica) cuya existencia niegan los empiristas, entre otros reduccionistas.[9] La transmisión del acto reproducido de descubrimiento de tales principios es la única base adecuada para una psicología científica. La acumulación de tales principios descubiertos es lo que define una cultura humana, como Vernadsky define la distinción entre la noosfera y el dominio abiótico y la biosfera. Así, en lo primordial, la cultura pertinente actúa sobre el ser humano individual, pero éste, en especial el individuo creativo, actúa sobre dicha cultura. La relación entre ambos es dinámica, más que una suerte de interacción mecánica entre la sociedad y el individuo volitivo. No reconocer esta interrelación es el defecto más común de la enseñanza y la práctica de la psicología. Ya he abordado las implicaciones de estos hechos en mi reciente “Vernadsky y el Principio de Dirichlet”.[1] El método que subyace en el descubrimiento de Vernadsky de la cualidad elemental de las distinciones de principio entre los dominios de los principios experimentalmente abióticos, la biosfera y la noosfera, ilustra la continuidad de un método de descubrimiento fundamental de principios universales que asociamos con el origen egipcio de la geometría esférica, y que continúa como el método científico de los pitagóricos y Platón en el restablecimiento del método científico platónico clásico que emprendieron Nicolás de Cusa y otros en el siglo 15, y en el enfoque que Cusa presentó en su De docta ignorantia como la obra que abrió las puertas al desarrollo general continuo de la ciencia europea moderna a través de seguidores suyos tan notables como los antirreduccionistas Luca Pacioli, Leonardo da Vinci, Johannes Kepler, Fermat, Leibniz, y leibnizianos tales como Lázaro Carnot, Gauss, Arago, Wilhelm Weber, Alejandro de Humboldt, Dirichlet y Riemann. La ontología de la acción creativa La característica común del rechazo de la forma de analfabetismo científico que se conoce como los métodos reduccionistas de la fenomenología, cae por tierra de modo ejemplar en lo que he destacado, en un documento previo, por ejemplo, como las implicaciones de la definición de biosfera y noosfera de ese célebre seguidor de Mendeléiev, Pasteur y Curie, el biogeoquímico ruso Vladimir I. Vernadsky.[10] El método de Vernadsky es una expresión congruente del método que Nicolás de Cusa usó para fundar la ciencia física experimental moderna, al igual que el de seguidores explícitos de Cusa tales como Luca Pacioli, Leonardo da Vinci y Johannes Kepler, y también Fermat, Leibniz, Gauss y Riemann. Aquí resumo de nuevo el razonamiento que aplica, porque brinda una penetración esencial del modo en que se definen los principios universales probados de la ley natural, eso, del modo que lo exige la comprensión del asunto del derecho constitucional. La cuestión fundamental a abordar de este modo, con ese propósito, es la de la definición ontológica precisa de la creatividad, en tanto que esta idea de creatividad sólo se aplica a dos clases de fenómenos conocidos: la distinción absoluta entre el ser humano individual y las bestias, y el fundamento de precisión científica de la atribución de esa cualidad de una personalidad universal, la personalidad de un individuo conocido como el Creador. De esta noción rigurosamente científica de la distinción entre el ser humano individual y las bestias, por estar hecho a imagen del Creador, depende, de forma única, la idea de la existencia real de un cuerpo de derecho natural. El método dinámico (por ejemplo, el anticartesiano) de los pitagóricos, Platón, Cusa y Leibniz cobra expresión de un modo único pertinente en el desarrollo que hace Vernadsky de los conceptos de biosfera y noosfera. Por razones de economía aquí, limitaré esta parte del informe a las consideraciones más indispensables que basten para aclarar mi razonamiento. Para empezar, entiende que el método científico como tal aborda el descubrimiento de la presencia eficiente de formas de existencia que causan la percepción sensorial, pero que no son percibidas dentro de sus confines. El ataque de Gauss de 1799 contra el fraude de la supuesta cualidad meramente “imaginaria” de las raíces matemáticas que reflejan la acción de poderes eficientes, es un punto de referencia típico. De hecho, la obra de Gauss de 1799 era una defensa del modo que las pruebas de la astrofísica de Kepler y del principio de acción mínima de Fermat habían llevado al desarrollo mejorado de Leibniz del cálculo ontológicamente infinitesimal, con su principio físico universal de acción mínima ligado a la catenaria. La implicación, desde la época de los pitagóricos y Platón, ha sido que los principios físicos universales no son objetos directos de la percepción sensorial, sino que son principios eficientes que se conocen por sus efectos al generar ciertas clases de fenómenos cruciales en la esfera de la percepción sensorial. A más tardar desde esa época antigua, la ciencia ha significado descubrir, y usar a voluntad y con eficacia, esos principios superiores eficientes que causan efectos conocidos a los sentidos, pero cuya existencia no es en sí misma un objeto directo de la percepción sensorial. En la fundación de la ciencia física moderna, este principio fue la premisa de Cusa en su De docta ignorantia y obras subsiguientes en este dominio. El descubrimiento de Kepler de la gravitación universal, el de Fermat del principio de acción mínima (por ejemplo, el “menor tiempo”), y el de Leibniz de la acción física mínima universal ligada a la catenaria, son ejemplos primordiales de este principio. El estudio del trabajo sucesivo de Pasteur y Curie, y de Vernadsky, amplió enormidades la base experimental para la aplicación de este principio. La forma general del resultado es el siguiente: Comienza con el principio de la vida. Así como Kepler definió la gravitación en tanto efecto universal que yace fuera de los límites del método reduccionista del seguidor de Aristóteles, Claudio Ptolomeo, la gravitación es un principio que no existe en tanto concepto científico sistémico dentro de los confines de la simple fenomenología. Del mismo modo, el principio físico universal de la vida lo definen de forma experimental los estados existentes de organización de la materia inerte que nunca son producto de los procesos inertes. En otras palabras, a la vida la define su eficacia singular manifiesta para generar acumulaciones de fósiles que no pueden atribuírsele a los estados inertes. Asimismo, a la cognición la define la generación de fósiles acumulados de una clase que no puede atribuírsele a los mismos procesos que producen los fósiles de la biosfera. Por ende, la creatividad se define como la generación de principio del aumento en el poder de generación de productos fósiles de la noosfera. La acción mental responsable de esto no puede atribuírsele a los procesos vivos en general, sino que tiene expresión en la forma de un cambio en el poder que el ser humano individual puede generar en tanto cualidad de auge en el ritmo característico de crecimiento cualitativo, más que sólo cuantitativo, en una fase de la noosfera. Esta facultad surge sólo en el intelecto individual humano, y nunca mediante algún proceso meramente vivo ni a través de la intervención colectiva de seres humanos individuales. Esta facultad reside fuera del individuo humano biológico, pero interactúa con éste de modo eficiente. Sólo aparece en cierta especie, el hombre, y nunca se ha sabido que ocurra en ninguna otra especie viva. Por tanto, decimos que la forma de vida humana es adecuada para propagar esta cualidad distintiva de los seres humanos individuales. Es un principio universal que, en tanto tal, toma control, a modo de infección, del surgimiento del concepto biológico del ser humano individual. Como resultado, el fin de la vida del ser humano individual no acaba con la existencia del aspecto de éste que distingue a esa persona de la existencia de las bestias. El aspecto que distingue a este ser humano individual vivo es su generación u otra propagación del conocimiento comunicable de principios físicos universales descubribles, como los de la ciencia física competente y las contribuciones al conjunto de los modos clásicos de composición artística. Esta intervención en la sociedad vuelve inmortal al ser humano individual, tal como el conocimiento empírico de la transmisión de semejantes intervenciones creativas nos da la certeza de la inmortalidad de esa cualidad del individuo ya fallecido en la sociedad. Esta cualidad de la creatividad individual no tiene expresión en tanto una suerte de intervención mecánica, sino con una pasión que el cuerpo vivo se ve inducido a expresar en el intervalo de acción en el que ocurre el acto de descubrimiento en cuestión, sea como descubrimiento original o como reproducción de la experiencia, aun la experiencia personal de revivir semejante descubrimiento. La reproducción de tales actos válidos de descubrimiento, como en los programas educativos dignos de defensa, evoca la cualidad específica de pasión que asociamos con la sensación “ilustradora” del acto de mentalización creativa. Ésta es la cualidad que encarnan composiciones corales más simples y ejemplares como Jesu, meine Freude de J.S. Bach y Ave Vérum Corpus de Mozart.[11] Aquí reside la distinción entre el amor bestial (“erótico”) y el agápico. Es ese principio del amor agápico el que define de forma implícita el principio motor de la ley natural universal. Toda enfermedad mental típica expresa los efectos patológicos del dominio que la cualidad bestial que denominamos erótica ejerce sobre la personalidad. La patología llamada empirismo La idea de la relación que hay entre la ley natural y la creatividad humana individual era la cualidad de la tradición platónica, como la expresaba la obra de los apóstoles Juan y Pablo en el cristianismo apostólico. Aparece como el rasgo central de los conceptos de Dante Alighieri de ley natural y uso del lenguaje, y es la característica medular del gran concilio ecuménico de Florencia del siglo 15. No obstante, con la caída de Constantinopla, la restauración del poderío de la oligarquía financiera de Venecia desató la tradición de odio propia del Imperio Romano y la alianza entre la oligarquía financiera veneciana y la caballería normanda en el período de las cruzadas contra los albigenses y la conquista normanda, un mal que perduró hasta la “Nueva Era de Tinieblas” de la Europa medieval del siglo 14. La religión medieval del odio, que ardió desmandada bajo la bandera del gran inquisidor de España, casi aplastó la fundación del Estado nacional moderno hasta el Tratado de Westfalia de 1648. A mediados de este período de horror de 1492–1648 las filas de la oligarquía financiera veneciana vivieron un cambio interno con el surgimiento del llamado “Nuevo Partido” veneciano, que estuvo al mando de Paolo Sarpi. Sarpi fue el fundador del “Nuevo Partido Veneciano” que devino en el sistema del empirismo liberal angloholandés. La Compañía de Indias Orientales británica se estableció como un imperio con el Tratado de París de febrero de 1763, bajo el dominio en aumento de lord Shelburne, mediante el éxito del partido liberal angloholandés en engatusar al necio “Rey Sol” de Francia, Luis XIV, y la subsiguiente guerra fratricida de los “Siete Años” que orquestó la monarquía británica entre los necios con corona de Europa. El aspecto característico del legado de Sarpi, conocido como empirismo, fue la defensa del rasgo inhumano esencial del Zeus olímpico del Prometeo encadenado de Esquilo. Zeus llegó al grado de condenar al tormento eterno al servicial Prometeo, el amigo de la humanidad, en castigo por brindarle el conocimiento del fuego a los seres humanos. Los seguidores de Paolo Sarpi no fueron tan lejos como Zeus. El grado de clemencia del Nuevo Partido de Venecia no lo dictaba la benevolencia, sino las realidades estratégicas. El Renacimiento del siglo 15, del que eran típicos la obra del cardenal Nicolás de Cusa, quien especificó la política que guió a Cristóbal Colón a través del Atlántico, y el seguidor declarado del genio de Cusa en la ciencia, Leonardo da Vinci, originó un fermento estratégico significativo de progreso tecnológico, de forma más notable, con el fundador del Estado nacional francés Luis XI, y con su admirador y seguidor, Enrique VII de Inglaterra. En estas condiciones que produjo el impacto de las reformas del siglo 15, las nuevas realidades de la guerra moderna impidieron que hubiera una supresión universal del progreso científico y tecnológico, como la que constituyó el impulso “cerocrecimentista” del viejo partido medieval de Venecia. Así, en vez de nada más proscribir el progreso científico, los seguidores del “Nuevo Partido” de Sarpi lo atacaron de raíz suprimiendo la ciencia de Leonardo, Kepler, Fermat y Leibniz. Este ataque devino en la superchería sistémica conocida como el método cartesiano y sus retoños, como la propagó a mediados del siglo 18 la red de salones “newtonianos” urdidos por el abad y agente veneciano Antonio Conti. Los círculos de Mazarino y Colbert, contando a quien fuera protegido de este último, Leibniz, siguieron siendo una fuerza sumamente poderosa de resistencia a esta intentona del Nuevo Partido Veneciano de baldar el progreso científico y tecnológico, hasta la muerte de Leibniz en 1716. De modo que, con la muerte inminente de la reina Ana de Inglaterra, por un tiempo la facción angloholandesa del tirano Guillermo de Orange y Marlborough surgió como la fuerza política dominante en Europa, hasta que empezó la resistencia americana, en los años inmediatos que siguieron al Tratado de París de febrero de 1763. Fue la resistencia americana y europea al nuevo empuje de la tiranía liberal angloholandesa imperial, lo que definió el ambiente del Renacimiento europeo clásico del que la lucha americana por la independencia devino, cada vez más, en el aspecto central. Fue durante este renacimiento de fines del siglo 18, que tuvo lugar la restauración de la tradición científica de Leibniz. La ciencia no murió con Leibniz en ese intervalo, pero sufrió apenas un retroceso significativo tras su muerte. Antes, en la secuela de ese Tratado de Westfalia de 1648 que en gran medida fue posible por intervención del cardenal Mazarino, Francia siguió a la vanguardia del progreso fundamental en la ciencia europea con el protegido de Mazarino, Jean–Baptiste Colbert, hasta que Alemania asumió la guía desde más o menos fines de los 1820 en adelante, lo cual coincidió con que el protegido de Alejandro de Humboldt, Lejeune Dirichlet, se mudó de Francia a Berlín. Los círculos de Monge y Carnot fueron típicos de la permanencia tenaz del legado de Colbert en Francia durante la supresión del período más pujante del trabajo de la École Polytechnique de Francia, antes de la decadencia que Napoleón puso en marcha al adoptar a Lagrange, y la ruina de la École bajo la dirección del protegido de Laplace y sospechoso de plagio Agustín Cauchy.[12] Gauss, como lo adoptó el influyente Alejandro de Humboldt, es típico del renacimiento leibniziano continuo que a fin de cuentas, hacia mediados del siglo 19, fijó el ritmo del progreso. Sin embargo, en el apogeo de los ardides que los británicos usaron para destruir las normas de rigor establecidas por Gauss, Wilhelm Weber, Dirichlet y Riemann, la ciencia alemana fue socavada de manera significativa al modo típico de la campaña salvaje con la que se pretendió enloquecer a Georg Cantor, y del subsiguiente ataque fanático de los seguidores positivistas de Ernst Mach a Max Planck en el período de la Primera Guerra Mundial. Hoy, con la decadencia cultural extrema y la hegemonía relativa de la influencia de los positivistas radicales y los existencialistas, la fecundidad científica en cuestiones de principio físico ha desfallecido, desde la muerte de las figuras más destacadas de los 1930, 1940 y 1950, y el impacto cultural catastrófico que significó que las posiciones dirigentes las asumiera la generación “del 68”, cuyas facultades cognoscitivas habían sufrido un grave daño sistémico ya desde los 1950, cuando el Congreso a Favor de la Libertad Cultural, el cual era existencialista a rabiar y aborrecía a Roosevelt, influyó a los niños y adolescentes. El derrumbe de una base popular para la excelencia artística clásica en la música, el teatro y la literatura, así como en las artes plásticas, forma parte de la pauta actual de virtual exterminio de los hábitos de la creatividad científica y demás. Así, el empirismo ha llegado hoy al extremo que sus métodos para aplastar el potencial creativo de la población en general han tenido un éxito desmedido en acarrear la autodestrucción de las culturas en las que ha morado por demasiado tiempo. Esta decadencia, arraigada en la influencia del empirismo, no sólo ha desarraigado en gran medida la capacidad de las naciones para entender el concepto de ley natural, sino que ha hecho que quienes moran esa cultura decadente deseen con vehemencia, casi como una meta suicida, la autodestrucción de las culturas nacionales. Es como si hubieran arrancado de la opinión pública la pasión amorosa para hacer el bien por el bien mismo, esa pasión que es el motivo idóneo de la práctica económica y de toda otra de importancia.
[4] Two Cultures and the Scientific Revolution (Dos culturas y la Revolución Científica), por C.P. Snow (Londres y Nueva York: Cambridge University Press, reimpresión de 1993). |