La impotencia Sexual del Partido Socialista Puertorriqueño

Por Lyndon H. LaRouche – Noviembre de 1973

Introducción
¿En que consiste la impotencia masculina?
El PSP como fenomeno
Familia burguesa/ideología burguesa

INTRODUCCIÓN

En la cultura puertorriqueña, la política izquierdista es una amargada farsa cómica-operática. De hecho, cuando queda expresada en la forma del patético Partido Socialista Puertorriqueño (PSP), es un engaño autoconfesado; ¿qué más puede decirse de una militancia partidista que ve su propia esencia en un bufón como Juan Mari Bras? Sólo existe otro fenómeno que compare con esta ridícula caricatura de política izquierdista: la actuación aún más ridícula del “macho” latinoamericano en el lecho. De hecho la vida política del PSP es la extensión del principio de impotencia sexual machista al campo de la comedia política.

Esto no se limita estrictamente a Puerto Rico; esta calidad patética y autoderrotante permea a toda la política latina. En la persona heroica, pero en parte descabellada, de Fidel Castro, tenemos la representación del “modelo cubano.” Año tras año y mes tras mes, los “grupúsculos” de estudiantes latinoamericanos se van “a la montaña” —con su par de fusiles, y claro está, dos o tres seguidores campesinos y lumpenproletarios— para que al par de semanas pasen por la ceremonia de ser asesinados. Tampoco es que este problema se limite a la cultura latinoamericana; la izquierda italiana llega desde casi la misma ruindad del machismo hispánico hasta extremos más desgraciados. La totalidad de la población mundial capitalista está infectada en igual (o ligeramente menor grado) por esta impotencia, con la consecuente tendencia de hacer de la vida política izquierdista un reflejo mal disfrazado de la misma impotencia sexual. Por esto no nos referimos a la impotencia de la política macho-izquierdista, no para denigrar a los revolucionarios latinoamericanos, sino para comenzar la tarea de curarles esta enfermedad. Para curar tal enfermedad —especialmente esta que es mental— es necesario primero que la identifiquemos; para que se efectúe la cura es necesario primero que el “paciente” reconozca estar enfermo.

Tomemos al PSP en sí. Ya nos es obvio que esta organización es insalvable; no existe posibilidad de que miembros del PSP puedan convertirse individualmente en revolucionarios mientras estén ligados a semejante culto al oportunismo. Lo que aquí revelaremos quizás signifique el colapso del PSP; después de todo, ¿qué latino va a querer anunciar su impotencia sexual manteniendo lazos con un culto que ha quedado públicamente reconocido como la esencia de la impotencia sexual? Algunos miembros del PSP gritarán a viva voz: “Ustedes son una partida de ‘contrarrevolucionarios’ empeñados en destruir al movimiento revolucionario puertorriqueño!” Lo cierto es todo lo contrario, ya que al desenmascarar al PSP hacemos posible y necesario que se establezca un movimiento revolucionario entre los puertorriqueños. Así ayudamos a los que pudieran ser revolucionarios, pero que por ahora están “presos”, a romper con el culto pesepeísta a la impotencia, para que así puedan asumir el papel históricamente correcto, humano y potente como eslabón activo entre las luchas revolucionarias de la totalidad de las dos Américas.

Para cumplir con nuestro propósito —que la verdad quede clara en las mentes de nuestros lectores especialmente en América Latina— organizamos nuestra presentación de la siguiente manera. Primeramente identificaremos a cabalidad la base científica de nuestro método analítico: definiremos a la impotencia sexual y la causa general de esta enfermedad ubicándola en la ideología y las relaciones burguesas-familiares. Luego documentaremos la impotencia del PSP como organización. A través de toda la obra se aseverará la verdad psicológica que todo latino reconocerá en su intimidad mental: la impotencia sexual como esencia del machismo. En este contexto demostraremos la conexión directa y causal entre esta impotencia y su extensión al campo de lo que el PSP llama “política izquierdista.”

Dado que somos revolucionarios y no meros “observadores psicoanalíticos,” lo más importante es que identificaremos el remedio para esta enfermedad, posibilitando así los primeros pasos hacia el alivio que necesitan todos estos posibles revolucionarios que se rehusarán a soportar otra noche de desvelos de desesperación causada por la impotencia.

1. ¿EN QUÉ CONSISTE LA IMPOTENCIA MASCULINA?

La objeción inmediata que gritará el lector latino histérico, en cuanto a la totalidad de nuestro enfoque, inevitablemente sonará a: “¡Esto no es política objetiva! ¡Nosotros somos revolucionarios serios, no podemos perder el tiempo con lo que no sea parte de la lucha objetiva!”

Esta objeción patológica se contesta de dos maneras. Primeramente, según demostraremos, la insistencia sobre la “política objetiva” es en sí sintomáticamente desligable de la impotencia sexual y política.

El segundo punto se deriva fácilmente si tomamos en consideración la crisis alimenticia que hoy día amenaza la totalidad de la población mundial, crisis en la cual millones de seres humanos morirán de hambre este invierno y decenas de millones sufrirán destrucción física irreversible; crisis alimenticia causada sopor la falta de medios para producir alimentos, sino por la especulación capitalista sobre víveres. ¿Qué posible razón “objetiva” emitirá que le permita a obrero o agricultor alguno tolerar este sistema capitalista por siquiera una sola hora más? ¡Si es que queremos alimentarnos tenemos que apoderarnos inmediatamente de los medios de producción, para poder comenzar inmediatamente la siembra y cría expandida hoy para poder sobrevivir mañana! ¿Por qué es entonces que se da el caso en el cual la población obrera mundial no está envuelta ahora mismo en una revolución socialista? ¿Por qué es que mañana cuando salga el Sol todavía existirá el sistema capitalista, cuando todo obrero y agricultor tiene motivos inmediatos y fundamentales para incorporarse a un movimiento que se convierta en la fuerza indomable que destruya al capitalismo de una vez para siempre?

¡La contestación queridos camaradas, se encuentra en lo subjetivo! ¿Cuál es esa falta derrotante, autodestructiva que se apodera de la mente proletaria y que le prohíbe movilizarse total e inmediatamente hacia la revolución socialista? ¿Cuáles son las cadenas de ilusiones que los apresa al capitalismo con una fuerza mayor que la fuerza de las bombas y las bayonetas? ¿Cuál es ese terror interno tan obviamente más poderoso como fuerza esclavizante que el terror de una fuerza física, destructiva de afuera? Por eso es que la política objetiva es primariamente un asunto fundamentalmente subjetivo. El ignorar un hecho tan obvio es en sí un tipo de ceguera histérica; es una evidencia de la impotencia sexual que “empapa” a la vida política.

Ahora el lector protestará desde una posición más débil y retrógrada en defensa de su impotencia sexual. Insistirá en que “ni Hegel, ni Feuerbach, ni Marx se preocuparon por estas cosas: ¿qué tiene esto que ver con Marx, o con el ‘marxismo-leninismo’?” Aquí otra vez, estimado lector, demuestras tu impotencia, tu impotente lectura de Hegel, Feuerbach y Marx… tu impotente percepción del potente Lenin. Si de Hegel leyeras a la Fenomenología de la Mente y de Feuerbach Principios de la Filosofía del Futuro y de Marx las Tesis Sobre Feuerbach y la sección “Feuerbach” de la ideología Alemana, desde la perspectiva de nuestra obra Más Allá Del Psicoanálisis, te asombrarías al descubrir que en lo que decimos hacemos poco más que ir directamente a la esencia misma del desarrollo de la dialéctica alemana. Solamente hacemos empírico lo que en estas obras anteriores se desarrolló en forma relativamente teórica y abstracta.

En cuanto al principio que está envuelto, el mismo Hegel lo asevera en el “Prefacio” de la Fenomonología:

Mientras que el mundo nuevo hace su primera aparición solamente como esquema general, solamente como un todo no visto y escondido dentro de una abstracción pura, por otro lado, la riqueza cognitiva de la vida pasada está todavía presente conscientemente en el recuerdo. La consciencia no encuentra en la nueva forma la expansión detallada de contenido; y más aún la expresión desarrollada de forma, a través de la cual las distinciones son definitivamente determinadas y ordenadas de acuerdo a sus relaciones precisas. Sin esta última característica la ciencia carece de inteligibilidad alguna y parece ser la posesión esotérica de unos pocos individuos; una posesión esotérica debido a que en primera instancia sólo se encuentra el principio o noción esencial de la ciencia, la esencia de su naturaleza interna; y posesión de pocos individuos porque, según aparece primero, su contenido no está elaborado ni expandido en cuanto a detalles y por lo tanto su existencia se convierte en particular. Solamente lo perfectamente determinado en forma es a la misma vez esotérico, comprensible y capaz de ser aprendido y poseído por todo el mundo. La inteligibilidad es la forma en que la ciencia se le ofrece a todos y es el camino abierto a ella visible para todos. (énfasis nuestro, pp. 76-77 de la edición Harper).

 

La contribución hegeliana

El más fundamental de nuestros principios, y el más fundamental principio de trabajo clínico efectivo, está dado en su esencia a la “Introducción” de dicha Fenomenología. Aplicando este principio, tomando en consideración las correcciones de primero Feuerbach y luego Marx, es que hemos logrado ir más allá del mero concepto como se desarrollara inicialmente en Hegel, hasta poder llegar a la dialéctica como ciencia empírica. En cuanto a los aspectos ostensiblemente subjetivos o psicoanalíticos de esta ciencia empírica, hemos hecho uso de la correlación entre el comportamiento político en general y el análisis clínico de individuos y grupos, para que quede claro y comprensible a muchos lo que antes era posesión de unos pocos. Hemos cumplido este avance en la elaboración de la ciencia de la manera misma en que Hegel recomienda explícita e implícitamente: hacemos que la ciencia de la dialéctica sea comprensible para ti, demostrándote la verdad psicológica de la dialéctica en términos de lo que tú previamente has considerado como la “tierra incógnita” de tus reflexiones más íntimas. Aquí no sólo te quitaremos la máscara que empleas en tu intento de proteger tus pensamientos íntimos del escrutinio público, sino que también te quitaremos la máscara que empleas para protegerte a ti mismo de la verdad de tus motivaciones y dinámicas mentales inconscientes.(1)

El principio fundamental de la ciencia mental —un principio que tiene contundente prueba empírica en trabajo clínica— es que la mente del individuo, bajo las condiciones de relaciones burguesas sociales y familiares, se compone de tres calidades de consciencia. Primero, consciencia simple, luego autoconsciencia simple, y por último lo que los freudianos denominan como “preconsciencia”

Primero, como enfatiza Hegel, existe la consciencia banal, el estado de ego. En este grado de consciencia sólo se percata una noción primitiva de relación emocional del ego a objetos externos a él. Este es el grado de autopercepción que predomina en la ideología burguesa, en la neurosis individual y en la impotencia sexual. Es en esta patética banalidad de consciencia simple, que el individuo está gobernado, de hecho apresado, por la preocupación con su “sinceridad de sentimientos.” En este estado patológico de percepción primitiva, se encuentra la persona como la víctima infantil e inútil de cualquier emoción o capricho que le decidan imponer los duendes internos de dicha persona. Es un desgraciado prisionero de motivos irracionales.

Pero éste no es el límite de la perceptibilidad del individuo. El individuo es capaz como bien insiste Hegel, de “colocarse detrás de su propia espalda,” es decir, observar “desde arriba” a su estado de ego puro de infantilismo. Él puede meditar: “Estoy pensando esto, haciendo esto, etc., y creo que lo hago por las siguientes razones. Puedo ver las estupideces que efectúo sobre mí mismo con mis sentimientos infantiles.” Esto es lo que se llama autoconsciencia simple, o simple autopercepción.

La agonía de la autoconsciencia

La dificultad que encuentra la mayoría de las personas que pasan por la experiencia de ser autoconscientes de la forma ya descrita, es que esta autoconsciencia nos parece como un espectador pasivo en una corrida de toros. En la corrida, el ego, el matador, pasa por el desgraciado y acostumbrado rito de asesinar al toro; las corridas en sí son una práctica que coinciden con la bestialidad de la psicología machista. ¡La corrida es el correlativo clínico de la impotencia sexual masculina! El espectador lo ve todo pero es incapaz de intervenir y parar esta pesadilla recurrente que se efectúa frente a sus ojos.

Son muchas las noches en las cuales el “macho” se acuesta con “aquella mujer” que es su amante, la “cualquiera,” con su sentir interno de sangrienta violencia y autodegradación. Por la mañana este desgraciado existencialista se levanta de su cama nauseabundo y percibiendo su propia “ruindad.” Luego mira con disgusto a la figura dormida de la mujer con la cual ha compartido su autodegradación, y, con paso pesado, se aleja con su terrible carga de anomia, hacia la casa donde vive con su esposa-madona y sus hijos. Necesita un trago desesperadamente, como para quitarse ese maldito sabor de la boca, pero el trago sólo comienza el ciclo de la pesadilla al despertar al nuevo día. Esa noche dormirá con su esposa-madona después de servir de “patrón” de los hijos de ella, y el viernes por la noche volverá con “la otra,” la mujer “puta”; ya veremos el homosexualismo aquí envuelto. Esta es una pesadilla del infantilismo patético del estado egoísta el cual continúa hasta que la impotencia psicosomática, fisiológica lo libera de aún la posibilidad de aliviarse con su mujer-puta. Él ve todo esto, pero encuentra que todo su deseo autoconsciente de terminar esta comedia es tan impotente como él.

Dígale al “macho” que él es el tipo que muy a menudo es esquizoide, demuéstrele esto claramente, demuéstrele que desde su desgraciada crianza estuvo rodeado de madres sádicas, contémpores y madres postizas, y la autoconsciencia de este “macho” reconocerá esto como la verdad detrás del sangriento matador-ego de la corrida que él observa. Pero en voz infantil y con ira hacia el que lo ha castigado con esta dosis de autoconocimiento, gritará: “No puedo comportarme de otra manera. ¿Es que no ven que sólo puedo actuar de acuerdo a la ‘sinceridad de mis sentimientos’?”

El “macho” confesará más. La autoconsciencia del “macho” confesará más. Él nunca ha tenido una relación sexual autoconsciente con una mujer como mujer real. Cuando está en la cama con una mujer, su actuación sexual está bajo el control de una fantasía. La primera exigencia que él siempre le ha hecho a la mujer es que ella no haga nada que le interrumpa esta fantasía; no vaya a ser que él pierda instantáneamente su aparente potencia fisiológica. De hecho, entre más mujeres conquiste, más se agudiza el dolor de la realidad de que de hecho él nunca ha podido mantener una relación sexual en la cual la mujer fuese el sujeto consciente del deseo de él para ella tal y como ella es.

También admitirá —su autoconsciencia admitirá— que lo mismo le ocurre a las mujeres con las cuales se acuesta él, en la compartida cama de la enajenación. Con demasiada frecuencia el “macho” ha oído —en la oscuridad— a la voz de la mujer preguntándole, “¿acabastes?”, ya sea en estas mismas palabras o en otras que signifiquen lo mismo para su autoconsciencia.

Exploren los procesos inconscientes de dicho “macho” con un poco más de profundidad, haciendo que él vea lo que con trabajo él se ha ocultado de sí mismo por tanto tiempo, y su autoconsciencia reconocerá que todas estas mujeres, las esposas-madonas y las esposas-putas, son las sustitutas de su posesiva y sádica madre. Basta con que se conecten a los sentimientos de los años de infancia —aproximadamente entre los dos y los cinco años de edad— con las fantasías adolescentes y adultas, y el “macho” tendrá que admitir a gritos y con agónica desesperación que esto también siempre ha sido cierto.

También entenderá la preocupación con el culto a la Virgen María como el culto a la impotencia sexual femenina, el culto al sadismo femenino y por esto entenderá el sentimiento de violencia dentro de él hacia todos los actos sexuales y también entenderá la experiencia de sentirse ultrajador cuando comparte la cama con su esposa-madona.

Se le puede dar todo este conocimiento a su autoconsciencia, pero esta auto-consciencia quedará como inútil espectador de la corrida: “…pero es que tengo que hacer lo mismo. Tengo que respetar a la sinceridad de mis sentimientos.”

Este terror a la verdad, este terror a la autoconsciencia queda cerca de la experiencia fundamental de la impotencia sexual masculina.

A nivel más profundo esto se convierte en un sentir de muerte psicológica. Cuando se explora con más profundidad, el amor que siente el “macho” por una mujer es meramente una versión concretizada del odio hacia su madre infantil y sadísticamente posesiva. Se denomina como concretizada debido a que el odio infantil hacia la madre está asociado a una poderosísima dependencia, de manera que el amor y el odio infantil se entremezclan y se confunden. La necesidad de amar se convierte en la necesidad de también destruir, de degradar. Solamente se puede amar a una mujer degradada (la esposa-mujer “cualquiera”) y solamente se puede amar a las esposa-madona: la madona tiene que venir a él casta, purificada; o sea, que denigre a la Virgen (la “señorita”). Su esposa “madona” tiene que venir a él casta, purificada; o sea, con algún tipo de virginidad, para que no lo prive a él del sentir de ultraje en el “lecho conyugal”. La mujer, especialmente la esposa-madona, es una pura sádica en la cama; llamando y rechazando de la misma manera que la madre de ésta la llamó y la rechazó tanto a ella como a su padre y de cuya madre ella fue aprendiz y ahora sabe ser la esposa-madona. La esposa-“cualquiera” se asemeja a la esposa-madona como caricatura, parodia. Esta es sádica, pero al fin siempre queda conquistada; el pago del precio es el acto consumado —de homosexualidad disfrazada— de menospreciar, denigrar tanto al hombre como a ella misma; el pago del “regalo” a la amante es su certificado de “mujer cualquiera.” Para la amante, el descartar al regalo del amante sería como destruir al amante totalmente como si nunca hubiera existido. El amante es meramente un objeto, sin vida interior; él está muerto.

La autoconsciencia puede guiarse fácilmente hacia estas horribles verdades, pero no por simple voluntad propia puede salir de su papel de espectadora en la corrida. “La pesadilla tiene que seguir. Me rijo por la ‘sinceridad de mis sentimientos’.”

Saliendo de la Agonía

De acuerdo a Hegel la autoconsciencia actúa de manera únicamente no sensorial, abstrayéndose a sí misma y al ego de la esfera de la sensualidad actual. Este punto prueba el genio de Feuerbach y, como veremos, también prueba la impotencia de este mismo Feuerbach.

En el psicoanálisis individual, o en los procesos más poderosos del análisis de grupo que estén dirigidos competentemente, esta impotencia que sufre la autoconsciencia se puede conquistar en mayor o menor grado al desplazar a la dependencia de la imagen maternal internalizada, sustituyendo en su sitio el amor social del analista y de los miembros del grupo. La pregunta “¿No ves lo que te estás haciendo a ti mismo?” se dirige directamente a la autoconsciencia del individuo, y representa la fijación de emoción al conocimiento auto-consciente; aquí la emoción es de amor entre el yo autoconsciente y el que hizo la pregunta. Cuando se fortalece este sentimiento de amor hacia el yo autoconsciente, este yo auto-consciente desarrolla el poder de actuar en oposición a la “ciega sinceridad de sentimientos” que se asocia con el estado primitivo de consciencia egoísta. Imperativos del tipo “dile esto a fulano” y “cumple esta tarea inmediatamente” se convierten en el campo de lucha entre la autoconsciencia y el estado egoísta. Con tal de que dichos actos correspondan a actos en contra del impulso infantil del estado egoísta, esta persona que obra a favor de su auto-consciencia se ha liberado hasta cierto punto de la prisión de las emociones ciegas e infantiles.

Este paso hacia delante y la potencia son la misma cosa. El amar a otra persona es el usar ese estado de amor para con la otra persona de manera que esta persona pueda fijar u una emoción a su autoconsciencia, bajo condiciones en las cuales las emociones ciegas los impulsa hacia actividades, o inactividad, que son contrarias a su autoconsciencia. El amar a otro es antes que nada el despertar la autoconsciencia del otro, de tal manera que el otro pueda “ver” la falacia degradante de los “sentimientos sinceros”: éste es el primer paso hacia el amor potente. El próximo paso es fortalecer a este recién despertado y escaso conocimiento autoconsciente, ofreciéndole apoyo amoroso al nuevo deseo de escapar del estado de espectador patético, para que pueda terminar su condena de preso a los degradantes sentimientos “sinceros.” El que la persona amada actúe de acuerdo a la recién despertada autoconsciencia y que responda hablando o actuando de manera que reconozca la autoconsciencia del otro, esto es amor potente. El hacer que una autoconsciencia se comunique con otra autoconsciencia sensorialmente es amor potente; el ser incapaz de esto, el actuar compulsivamente a través de una emoción como respuesta a la emoción ciega de otro, es impotencia.

El método dialéctico es empírica y primeramente un cambio en el estado de la mente, en el cual se termina con el control de la “sinceridad de sentimientos”, y con la autoconsciencia de otros, dentro de un tipo de diálogo interno entre el “yo” y el “vos” (véase a Los Principios… de Feuerbach). El dialéctico es aquella persona que supera la impotencia sexual (e.g., el machismo) colocando la motivación sensorial de sus acciones no en la “sinceridad de emociones,” ni en el estado egoísta del infantilismo, sino que fija la fuerza emocional en la autoconsciencia, de manera que él, o ella, actúe característicamente en contra del “sentir sincero”, o la falta de sentir, que define al estado infantil de él y otros. Él no define su relación con otros solamente en términos de la autoconsciencia que él tiene del estado egoísta de otros, meramente como contemplador de ese infantilismo patético. No; él define su relación con otros como una que se dirige a la autoconsciencia de otros, educando a esta autoconsciencia para que actúe con voluntad, en contra de las previas inclinaciones “naturales” hacia la ciega sinceridad emotiva.

Este estado —una perspectiva mundial dialéctica— es así una condición de estar actuando de acuerdo a la autoconsciencia de la autoconsciencia de otros. Esta relación entre dos personas, el uno mirando al otro desde esta perspectiva dialéctica, pero a la misma vez tomando acción común en forma de ser una autoconciencia combinada de la autoconsciencia de una tercer persona, una cuarta persona, etc., es la emoción de amor, de amor potente, de amor autoconsciente.

Un descubrimiento fundamental

La inclusión descrita de autoconsciencia en muchas otras autoconsciencias, por dos o más personas que se encuentran en una relación autoconsciente una con la otra, tiene un resultado que se nos tiene que parecer a una serie sin fin con la siguiente forma: estamos autoconscientes de nuestra mutua autoconsciencia de la autoconsciencia de otros. Entre más “otros” estén incluidos por esta autoconsciencia, mayor será la enumeración de la auto-consciencia de la autoconsciencia, etc. Pero esta enumeración solamente implica un infinito “fallo” o “truncado” en el sentido en que este concepto se usa por Hegel y por el matemático Georg Cantor. Las nociones cantoria-nas del “infinito truncado o fallo” y de categorías transfinitas tienen, como reconocerán los matemáticos, una correspondencia “proyecti-va” inmediata con la teoría riemanniana de los continuos de contenido múltiple diferenciable. De aquí salen los siguientes, y universalmente devastadores, principios fundamentales.

Primeramente, en el trabajo clínico empírico, los estados de las relaciones autoconscientes (o dialécticas) resultan en una percatación y sensación “vibrante,” que en experiencias clínicas recientes en Alemania se han identificado con un “unheimlich,” el cual se puede aproximar con las voces españolas de tener un sentir “misterioso” o “inquietante” de consciencia elevada. Según el uso freudiano, este “unheimlich” corresponde dinámicamente a la preconsciencia y descriptivamente al superego. Este es el más importante de los fenómenos clínicos, al cual ahora le dedicaremos atención concentrada.

El líder psicoanalista efectivo de un grupo depende de un poder desarrollado en él para abstraer ciertas configuraciones (“gestalts”) de la dinámica del grupo, configuraciones que corresponden a imágenes posibles para los estados de sentir inconscientes de los varios participantes en el grupo. A través del conocimiento de tales configuraciones, el líder del grupo es capaz de obligar a los participantes a exteriorizar, desde sus procesos inconscientes, imágenes conscientes que correspondan a estos estados inconscientes. Este avance inicial entonces resulta en la manifestación de nuevas configuraciones las cuales, al ser identificadas, hacen accesibles la próxima “capa” de imágenes emocionales extraídas de los procesos inconscientes del participante en forma de imágenes conscientes. El efecto es que al participante le parece que el líder del grupo le está leyendo la mente, lo cual en gran medida es exactamente lo que está piando. Según avanza el proceso colectivo, a medida en que se acerquen más y más las interconexiones de los procesos inconscientes de los participantes de la manera descrita, el líder del grupo es capaz de operar por medio de la internalización de una colección de configuraciones, cada una de las cuales corresponde al “yo” interno esencial del partícipe que se asocia con esa imagen.

Es como si la mente de cada participante estuviera dentro de la mente del líder del grupo, en la medida en que el líder sea capaz de seguir a los pensamientos inconscientes por medio de dos instrumentos. Primeramente cada gesto del participante se hace inmediatamente comprensible al líder; segundo, el líder tiene que ser capaz de predecir internamente la reacción interna —reacción inconsciente— de cada participante a desarrollos nuevos en el proceso colectivo. En esta etapa de desarrollo del proceso colectivo, el líder se encuentra en posición para llevar a ciertos participantes hasta lo más profundo de su ser de manera rigurosamente científica. La más importante de las limitaciones que sufre el líder del grupo es el desgaste físico que es causado tanto por el esfuerzo de concentración como por los efectos sobre los mecanismos endocrino-cerebrales, como resultado a su vez de tanta replicación de las emociones profundas de otros dentro de sí mismo.

Aquí no hay nada de magia o vudú. Todo queda demostrado empíricamente.

Todo este proceso comienza algo así como si se sumergiera un instrumento en unas aguas oscuras. En los casos típicos, poco a poco, ciertas formas semiabioides comienzan a distinguirse como “gestalts” (configuraciones).

El analista comienza entonces a entender la manera en que el sentido de identidad social del sujeto regula al comportamiento de éste, y también se percata de los determinantes de dicha identidad social, especialmente a través de la observación de las reacciones que fortalecen o deprimen esta identidad.

En ocasiones el analista se encuentra con una forma más “dura,” una psicosis potencial. En este último caso, los procesos mentales fisiológicos del individuo obviamente incluyen una entidad parasítica, no en el sentido común de alguna formación de tejidos, sino como proceso configuracional (gestáltico). Estas entidades, que se apoderan de los procesos fisiológicos de tentación de la víctima, hacen el papel de inteligencia independiente, de entidades que tienen que ser atrapadas y vencidas si es que se quiere liberar a la víctima de este parásito.

Estas formaciones parasíticas “duras” son tan obvias que hasta se les puede dar nombre. “La bruja” es una forma común de este “Poltergeist” (tanto en los hombres como en las mujeres), dado que las psicosis potenciales más comunes y los parásitos más extremos en los ciclos maniaco depresivos de este tipo tienen como modelo una parodia de la imagen maternal. (La madre posesiva e inestable, o el “schwarmerei” de una variedad de madres postizas, son la base común de esta imagen de “bruja”). En ningún caso se da que la imagen inferida sea una mera fantasía mental; en todos los casos, el descubrimiento de dicha entidad parasítica mental en sí permite la demostración empírica de precisamente tal entidad. De hecho, la víctima de tal parásito se ha percatado a menudo de la existencia de esta entidad dentro de él o ella desde hace tiempo y, en muchos casos, algunas amistades íntimas apelan de manera ingenua a esta entidad parasítica frente a la víctima: “Ella es una bruja.”

Los tontos histéricos son los únicos que se imaginarían que el psicoanálisis no es una ciencia rigurosa, y fundamentada en lo empírico.

Los descubrimientos de estas configuraciones (gestalts) son demostrables en una variedad de maneras. La más obvia es la observación de los cambios distintivos en la personalidad del individuo afectado y, muy directamente, por la habilidad del líder del grupo en cuanto a determinar científicamente la sucesión de dichos cambios de personalidad. (Por ejemplo, el desatar a la autoconsciencia del individuo del control aparente total que tiene esta entidad parasítica sobre su personalidad.) Una vez se apliquen estas experiencias clínicas al comportamiento rutinario, la perspicacia y el poder de discernimiento que se adquieren en el contexto clínico se convierten en perspicacia eficiente en términos del comportamiento en situaciones rutinarias.

En general, el sentido de identidad del individuo se asocia con estas imágenes que tienen “forma” y comportamiento definido dentro de su mente. La mente interior del hombre se puede decir que contiene un gran auditorio, con un gran círculo de acción y con asientos subiendo por los lados del auditorio, los cuales están detrás de un podio o templete. Sobre el templete se encuentran casi siempre las parodias de las imágenes maternales o paternales; con la maternal siendo la más masiva de estas figuras. En los asientos que suben por las paredes se encuentran sentadas una masa de otras figuras, que a veces parecen ser imágenes de humanos cualquiera, pero que fácilmente se pueden desenmascarar como el tipo de imagen que uno ve en las obras de Breughel, El Mayor, H. Bosch, o Goya ya entrado en años (la “época Oscura”). Tras varias entradas a estos auditorios mentales de otras personas (y la de uno mismo), se le hace fácil a uno entender de dónde fue que Breughel, Bosch y Goya sacaron los modelos para los monstruos de sus obras. Uno ve al ego parado en el círculo de acción confrontándose mayormente con su madre, el ego mira con el temor de su madre a su padre y a veces también mira a los monstruos semihumanos que están sentados alrededor, los cuales a veces se convierten en ratas o insectos gigantescos. Como por encima, la autoconsciencia observa este horrible enjuiciamiento del ego, y no tan con dolorosa fascinación la manera en que las imágenes en el auditorio aterrorizan al ego individual hasta hacerlo cometer actos auto-degradantes basados en la “sinceridad de senti-mientos.”

Uno se sumerge más allá de la “capa” mental donde se genera la fantasía hacia las regiones más profundas donde se determina la necesidad de esta fantasía de forma tan característica y definida. Al llegar aquí no hay nada que sea secreto; sólo existe la ceguera, lo cual es lo único que le prohíbe a todos ver lo que debía de ser tan obvio.

Al llegar a este punto en el trabajo colectivo, la mente del líder se ve sujeta a la experiencia del sentimiento “unheimlich,” el sentir que siempre podrá llegar a un estado de autoconsciencia superior al que experimenta en el presente, y este proceso continúa. Yo pienso esto autoconscientemente; puedo estar autoconsciente de estar pensando esto. Puedo hacer esto proyectando mi presente experiencia de autoconsciencia a los otros que están ahí, y consecuentemente estando autoconsciente del acto de haberle comunicado esa autoconsciencia. ¡Claro está que la esencia de todo esto ya está en la Fenomenología de Hegel!

Ahora conocemos al Logos de Hegel! Este es idéntico a lo que Freud identifica como el superego y también a la experiencia denominada preconsciencia. Es un estado concreto de percepción mental del proceso enumerativo de grados cada vez más altos de la auto-consciencia simple de la autoconsciencia de otros. El líder del grupo experimenta esto en términos de su dinámica mental interna, en el contexto de la relación “yo-vos” entre la auto-consciencia de él y los gestalts de los otros. El conocimiento de su habilidad para comunicar el estado experimentado de autoconsciencia a los otros se convierte en lo que en términos de Cantor sería una consciencia transfinita, una comprensión concretizada de este proceso de relaciones autoconscientes. Más importante aún es que esta forma concreta de consciencia tranfinita se puede reproducir en otros y de esta manera se puede experimentar. Esto define una serie nueva de autoconsciencias transfinitas del primer orden, y… “¡unheimlich!”… otro orden nuevo de autoconsciencia transfinita. Luego.. “¡unheimlich!”

¡Si se entiende esto —comprendido realmente— entonces uno posee como conocimiento la esencia de la Fenomenología de Hegel!

Elaboración del descubrimiento

Ahora nos es útil considerar una pregunta que nos viene de los críticos de Hegel, et al. “¿Cómo es posible que la mente conceptualice totalidades a menos que no sea en la forma de conjuntos de determinadas imágenes de objetos (objeto-imagen), o sea de objeto-imágenes distintivas, desunidas?” Esto no es digresión alguna, sino que nos provee una ruta inmediata a los conceptos fundamentales que hay que entender.

Está claro que este argumento se abstrae de la consciencia —la consciencia simple del estado egoísta (véase a Hegel, Fenomenología…, “Introducción,” “Certidumbre Sensorial”)— solamente los objetos-imágenes de la ingenua certidumbre sensorial y, a base de tales premisas, se argumenta erróneamente que el pensamiento en sí está limitado a objetos-imágenes. Por lo tanto, la opinión ignorante insiste con vehemencia que la ciencia tiene que comenzar con estos objetos determinados, y generalmente reconocidos, como elementos primitivos de todo conocimiento humano. Este engreimiento en sí es una prueba rigurosa de la impotencia sexual de los proponentes, crédulos del empiricismo y el existencialismo, según comprobaremos más adelante.

¿Será entonces posible tener pensamientos sin emoción? En algunos casos de impotencia sexual extrema, digamos en caso de los sexualmente impotentes matemáticos puros, algunas veces se ha contestado esta pregunta en lo afirmativo. Sin embargo, el trabajo clínico demuestra que la emoción existente, por virtud de los fenómenos de regocijo y depresión, los cuales solamente pueden ser los resultados de transferencias emocionales violentas. Si el matemático puro se imagina comúnmente que él sueña en blanco y negro (y el músico talentoso en colores), esto es así porque el matemático sexualmente impotente impide el reconocimiento de colores (emoción), y por lo tanto solamente experimenta (conscientemente) —en la mayoría de los casos— depresión, regocijo, e ira… ¡emociones!

Los objetos-imágenes existen para el pensamiento como sujetos de emoción; nunca existen sin emoción, sino que siempre se manifiestan en una forma determinaamente catexizada. (2) Los objetos-imágenes puros no existen, contrario a lo que dicen las formas sexualmente impotentes de las álgebras y otras lógicas formales. Lo autoexistentemente determinado —el llamado objeto primitivo de la “certidumbre sensorial”— existe solamente como predicado de lo continuo, la emoción. La emoción, ligada efectivamente a la disposición propioceptiva, endocrinal hacia la acción, es la experiencia intelectual del continuo puro.

Dejando a este aspecto particular por un momento y volviendo al asunto de lo “transfinito,” la experiencia del estado “unheimlich” de autoconsciencia, manifestado implícitamente como preconsciencia, está asociado con una determinada calidad de estado emocional que es lo que más se aproxima a lo que se conoce como motivo autoconsciente para amar con potencia sexual, el cual se distingue del “amor” vulgar e infantil. El mismo estado emocional se experimenta característicamente en los torrentes breves de pensamiento que luego se identifican “objetivamente” como grandes impulsos creativos para el descubrimiento y comprensión de nuevas gestalts. Esto, según hemos expuesto en la obra Más allá del psicoaná-lisis, es la emoción del amor autoconsciente y de tentación creativa.

También corresponde, como podemos demostrar fácilmente, al concepto cantoriano de lo “transfinito”, de cierta comprensión del universo entero.

Si abandonáramos la idea de que el universo es algún tipo de espacio riemanniano fijo, hasta llegar al concepto de un universo histórico caracterizado como un “nido” de sucesivos espacios riemannianos de orden cada vez superior, entonces tendríamos un concepto del universo que corresponde exactamente a la concretización del estado “unheimlich”. Esto significaría un universo que a cada momento histórico se caracterizaría por un modo de determinación invariante de las relaciones entre las partes, pero en el cual la calidad de la invariante cambiaría según el próximo momento histórico —el orden superior espacial próximo— evolucionara. Este patrón de valores cambiantes representaría una “gráfica” verídica del universo histórico.

Eso tiene varias implicaciones fundamentales. Primeramente, si el universo fuese un orden fijo del espacio —en el sentido especial en que estamos usando este concepto— entonces nos encontraríamos en una situación muy difícil en cuanto a la posibilidad del conocimiento científico de dicho universo. Esto sería estar estancados —implícitamente— en el universo continuo de la identidad simple de José Schelling; el universo que Hegel describe sardónicamente como “la noche en la cual todas las vacas son negras.” En dicho universo sería imposible “reducir”, simultáneamente, el concepto del universo entero a una ley única que fuera continua y abarcadora y, a la misma vez, retener la realidad de la existencia necesaria de determinados estados-objetos en el espacio temporal presente. (Esta es la esencia epistemológica del “problema del espacio generalizado.”) Para que exista la posibilidad (el potencial epistemológico) de entender al universo en su complejidad como una totalidad continua y única, en términos de un concepto único de ley universal, lo siguiente tiene que ser cierto: el universo tiene que estar organizado bajo un principio de entropía negativa (“negentropía”), en el sentido de “nido” de ordenaciones históricas sucesivas del espacio, y no bajo un principio de energía simple (calidad fija del espacio de la manera en que hemos indicado).

Pero si el universo es precisamente la forma “anidada” histórica de evolución positiva autosubsistente, en la forma implicada por la necesidad epistemológica, entonces la forma de los grados posibles de la autoconsciencia humana están en correspondencia exacta con dicho universo, y por lo tanto el universo representa una totalidad que corresponde precisamente a las potencialidades creativas de la mente humana.

Desde la perspectiva de las obras Más allá del psicoanálisis y Economía Dialéctica, esto significaría que la emoción de amor autoconsciente, el estado afectivo de tentación creativa, la ley fundamental del universo, y el principio marxista del materialismo histórico, ¡son cada uno el equivalente proyectivo de los otros!

El caso de Marx

Es cierto que el propio Marx no llega tan lejos explícitamente. Hemos elaborado sobre el problema de las limitaciones de Marx en la obra Economía Dialéctica. Marx reduce el asunto de la forma dialéctica del acto y objeto sensorial a un asunto práctico de revolucionar a la práctica humana socializada y, de esta manera, evade y evita la implicación de la susceptibilidad que tienen las leyes físicas del universo a tal revolución. Pero aún dentro de esa limitación, el concepto de Marx de la evolución histórica, positiva (auto-subsistente) de los estados sucesivos históricos-específicos de la práctica social reproductiva, es precisamente un caso especial de lo que hemos descrito anteriormente.

Adonde el mismo Marx está clarísimo —digamos en el tercer tomo de Das Capital en el trato de “libertad-Necesidad”— es en el concepto de la reproducción ampliada, lo cual nuestra organización ha tratado con amplitud dentro del movimiento socialista en la obra En Defensa de Rosa Luxemburgo. El momento de actualización de lo humanamente cualitativo en la existencia individual, la actualización de labor universal a través de labor cooperativo, no es el simple acto productivo, sino el revolucionar la totalidad del modo productivo. Esto último se aproxima, primeramente, a través de avances tecnológicos, que en efecto representan estados superiores de entropía negativa en términos de P/(C+V).(3) Labor universal, reproducción ampliada, y la potencia sexual tienen todas la misma raíz fundamental. Todas significan “elitismo,” todas significan un proceso de alteración fundamental de la mente interior de otros, y de ser alterado positivamente uno mismo de la misma manera, vía la tentación creativa (labor universal).

Como indicamos anteriormente, lo que hemos hecho es elaborar estos conceptos más allá de la forma esquemática de concepción, utilizando las pruebas empíricas de la mente y los logros del conocimiento científico moderno (e. g.. los logros de Riemann y Cantor).

La impotencia sexual per se

Las racionalizaciones comunes limitan el concepto de la impotencia sexual a impedimentos en la capacidad fisiológica del individuo en cuanta a la ejecución de actos sexuales o, inclusivamente, impedimentos en la capacidad para “excitarse” sexualmente. En último análisis, todas estas formas reconocidas de impotencias psicosomáticas tienen que verse como consecuencias de la impotencia más fundamental y compenetradora que ya hemos descrito. Por lo

tanto el asunto quedará de lo más claro si nos limitamos a aquellos casos de impotencia sexual extrema en los cuales los defectos fisiológicos obvios, o son mínimos o no existen, en términos de “hacer el papel.” De hecho, la forma más reveladora de dicha impotencia no se da, digamos, en la incapacidad de mantener una erección, o en el fenómeno de eyaculación prematura, sino más bien en el hombre impotente que, por ejemplo, puede ejecutar actos sexuales adecuadamente, y hasta con indiferencia, ya sea con mujeres, ovejas, perros grandes y otros hombres.

El caso clásico es el “macho” atlética-mente sexual que se percibe a sí mismo como un exitoso actor en el lecho; el “virtuoso,” el “macho” que le sobran palabras e ideas en cuanto a sus capacidades para los varios modos de penetración, la frecuencia y los centímetros cúbicos de sus eyaculaciones. El horrible secreto de este asunto es que este “macho” es casi totalmente impotente.

Lo primero es que las “relaciones” sexua-les de este “macho” no se parecen en nada a relaciones, sino que son esencialmente dramatizaciones sexuales —en términos teatrales— frente a un público. Aunque admitimos que este individuo a lo mejor no invitaría a un gran público a observar su actuación ni con una prostituta, esto tampoco le inhibe el ímpetu homosexual de relatar en mínimo detalle su actuación, frente al primer gran público que él crea adecuado para este recuento; claro, en el recuento el acto queda algo “mejorado.” Su relación con la mujer es inmediatamente una relación consigo mismo, como el actor en una fantasía, ante un público coparticipador de esta fantasía.

En segundo lugar, la mujer que es su pareja psicológica, difícilmente (o imposiblemente) sea la misma que está compartiendo su lecho: él le está “haciendo el amor” a una pura mujer-fantasía. La verdadera relación de esta mujer a la fantasía es predominantemente negativa. Claro está que ella tiene que aproximarse a la mujer de su fantasía, ya sea por algún parecido al objeto de fantasía o por la ley de formación de reacción. La obligación esencial de ella hacia el actor es la de jugar el papel de tal manera que refuerce, y no desenmascare, esa fantasía.

Pero lo que más encariña a este “macho” impotente, es la habilidad que poseen sus “hembras” favoritas en cuanto a “hacer cositas” que apoyen esas fantasías. Ella también es una simple actriz, participando en el juego, de acuerdo a sus propias fantasías; a veces con frecuencia suficiente, la fantasía de ella no tiene nada de sexual, sino que toma la forma de puro sadismo femenino. En el caso (típico) de la mujer sexual, tiene su origen en el sentido de poder que ella siente que ejerce sobre el hombre, al cual ella considera esencialmente patético.

He aquí el legendario “amante latino.” Para el ojo público se nos presenta como el muy conocido “macho,” un engaño total. En su vida íntima —y esto se vuelve más patéticamente obvio según nos acercamos más a su lecho— se convierte en un niño lloriqueante, que suplica por un poco de amor. Este aspecto (depresivo) del síndrome machista le brinda el más grande de los gozos patológicos a la mujer sádica. En esta situación, ella se encuentra con la víctima ideal, una infeliz criatura que ella puede atormentar con sus “caprichos”. Como conversando con su perrito favorito, ella le dice como de mala gana: “Ven acá nene”. Y en el próximo instante le dice: “Perdona nene, pero es que no estoy de humor para eso. ¿Por qué no hablamos del arte, nene? Nene, deja eso, ¿es que ya tú no me respetas?” ¡Qué deleite puramente sádico es para ella el poder ser tan impotentemente caprichosa como “le venga en gana”; ¡el jugar cruelmente con este animalito domesticado! ¡A lo mejor él hasta le dé una bofetada; ella puede hasta quedar ofendida por el golpe, ¡pero se deleita con la prueba de la congoja que ella le causa! He aquí un hombre al cual ella puede llevar a lo más profundo del sufrir. (Por esto es que se entiende el atractivo que siente el “amante latino” —el perrito faldero— por la frígida mujer angloamericana).

Por esto es que no es extraño que una mañana, nuestro “machito” se encuentre al borde del lecho, profundamente deprimido. Lo sexual ya no es una ilusión que satisfaga. El “hacerle el amor” a esta mujer lo deja con un vacío mayor que cuando comenzó el “affair” con ella. El hombre experimenta un terrible y deprimente sentir de impotencia sexual esencial causado tanto por la necesidad de escaparse de dicha relación, como de lo que quizás sea el temor mayor de abandonar esta relación. Entre más mujeres queden conquistadas, más insistentemente le cae encima la verdad de su situación y lo deprime; a todo esto, él nunca llegó a amar y, a todo esto, nunca lo amaron. La excitación fisiológica del coito, las sensaciones anticipadas de las caricias preliminares, etc., fueron todo un grotesco gigantesco engaño: él es impotente.

En cuanto a la mujer, ella también un día se cansa de atormentar a su ultrajante y patético perrito faldero; su esposo. Al quedar embarazada, ella queda libre para distanciarse de su esposo, ejerciendo aquella forma de sadismo más gratificante que aprendió de su madre; la posesión sádica de los hijos. A través de este sadismo —su posesividad— ella convierte a los hijos varones en “machos” perrunos, como lo fue su esposo, y a las hijas en pseudo “vírgenes” (Estilo María) frígidas, como lo es ella. Ella y su esposo se convierten en extraños, como embajadores hostiles de sus respectivos mundos. Ahora él es del mundo homosexual de sus “compinches” y las mujeres-“cualquieras”; y ella es del mundo del “hogar,” donde posee, como madre virgen, a sus hijos-víctimas.

Maternidad e impotencia

Lector, medite sobre su niñez. Si tuvo padre, acuérdese de la esperanza de regocijo que muchas veces experimentó cuando su padre llegó al hogar por la tarde. De momento se acabó aquella monotonía sofocante y gris de “estar con mami,” el hogar se iluminó de color; por lo menos en las mejores de las tardes. “¿Saben quién llegó? ¡Es papá!” Medite entonces sobre lo miserable de la vida emocional del hogar —ya sea latino o del arrabal negro estadounidense— donde no existe un padre que venga a traer este regocijo, esta luz, al hogar; un hogar en el cual hora tras miserable hora la vida es una monotonía gris y sosa de mamá-mamá-mamá. Mamá crece a dimensiones gigantescas según pasan los años de infancia. El niño se encuentra ante una terrible disyuntiva; alejarse de mamá o el rendirse a ella. Alejarse de la única figura dadora de identidad que el niño conoce, para entrar al mundo vacío y ajeno, o quedarse y degradarse otra vez más dentro de esta dependencia. Este es un mundo de odiosa —literalmente un mundo lleno de odio— y perpetua insipidez. Esta es la pavorosa, terrible sensación de impotencia, el constante terror interno de quedar atrapado entre la vida y una muerte horrible.

El ser hijo de solamente la madre es el ser una víctima del sadismo, no importa lo mucho que esa madre quisiera amar. El individuo que es poseído por solamente otra persona sólo puede experimentar amamantamiento y acariciamiento. El niño, o la niña, es el objeto para la posesividad cariñosa de la madre, y por lo tanto no son nada más que objetos. La madre es a su vez un objeto ajeno para el niño. Hay un objeto esclavo (el niño) y un objeto-amo (la madre). No existe una relación humana de amor a través de la cual la madre y el niño puedan compartir amor como autoconciencia compartida de la autocons-ciencia de otra persona.

Contrástese a esto lo siguiente:

“¿Mamá, qué haces?”

“Haciendo un pastel para Papá.”

“¿Mamá, puedo ayudarte?”

“Claro.”

“A Papá le gustan mucho estos pasteles.”

“¡Ah! ¿Entonces se pondrá contento cuando lo vea, verdad?”

“Sí mi amor, de seguro que se pone contento.”

“Nosotros queremos a Papá, ¿verdad que sí mamá?”

“Sí, queremos mucho a Papá.”

El niño así aprende el amor por su madre y la madre aprende el amor por su hijo. A través de este menudo pero importante intercambio, la madre y el niño comparten la auto-consciencia de la consciencia de una tercera persona. El niño está aprendiendo el poder para amar. Esto puede ser hasta autoconsciencia de la autoconsciencia del padre, si en este diálogo queda implícito que el padre a menudo llega al hogar deprimido, en un estado de ego descontento. El disfrute del pastel por parte del padre queda anticipado por ellos, no simplemente como una gratificación sensoria infantil, sino como la autoconsciencia del padre de esfuerzo autoconsciente de ellos de hacer que él esté autoconsciente del amor de ellos. Esta es la manera en que el niño aprende a amar. Él ve a la madre y al padre como personas amorosas (y que se aman), y se deleita en su propia capacidad para compartir el amor entre sus padres.

¿Qué se puede esperar cuando la madre “aleja” al padre, o implica que papá es un “fracaso,” o que los hombres “no valen nada,” o que los hombres se la pasan “molestando a las mujeres” como, digamos, cuando éstas quieren dormir y así por el estilo? ¡Que agonía para el niño!

La madre posesiva insiste en que la hija es bonita y lista. El padre está de acuerdo; sí, la nena es bonita y lista. La hija siente la agonía arrojante del rechazo, que papá no la ama; está embaucado por la externalidad que la madre quiere imponerle a ella. Es sólo cuando la madre y el padre se aman autoconscientemente que la respectivas relaciones con sus hijos se convierten en expresiones coherentes, aunque diferentes, de la misma universalidad del amor para el niño. Cuando no existe este amor entre los padres —en especial durante los críticos primeros años de la niñez— la posibilidad de que el niño experimente amor —el amor verdadero— queda disminuido enormemente.

Es el sentir que tiene el niño del amor de su padre especialmente en los años posteriores de la infancia y los primeros años de niñez (preadolescentes) —cuando la imagen del padre tiende a distinguirse más claramente (inconscientemente) de la imagen maternal— lo que despierta la noción de amor en el niño. Al sentir la coherencia del amor entre sus padres, el niño se ve obligado a estar autoconsciente de la autoconsciencia amorosa que ellos tiene de él (o ella). Se necesitan por lo menos tres personas para poder comunicar la idea del amor autoconsciente. Ningunas dos personas (como pareja en sí) pueden amarse una a la otra, a no ser de una manera infantil o casi bestial. El amor comienza como la auto-consciencia compartida de la autoconsciencia de otros; el amor es la autoconsciencia de aquéllos que amamos juntos. El amor entre dos es el amar compartido hacia la auto-consciencia, o la esperanza de autoconsciencia, entre otros del mundo “exterior”.

Por lo tanto, el que una relación madre-hijo se perpetúe en contra de la “interferencia” del padre, etc. —pero especialmente en contra del padre— es inherentemente una relación sádica entre madre e hijo; la cual resulta inevitablemente en una relación sádica entre madre e hijo e inevitablemente en la impotencia sexual y egoísmo del adulto que así se cría.

Podemos remediar a los resultados repugnantes de ese “amor de madre”-“anti-padre” sádico y posesivo, sólo a través del reconocimiento y la destrucción de la dependencia que tiene el adulto de la imagen internalizada de la “madre”. Esto se puede lograr dentro de un clima de amor entre camaradas, dentro del cual haya una relación amorosa auto-consciente hacia un solo individuo del sexo opuesto, el cual sirve de universalidad concreta, como punto de referencia constante y universal de una identidad social autoconsciente en relación a todas las otras relaciones humanas.

Pero, aparte de este remedio —el cual el movimiento revolucionario tiene que brindarle primero a sus propios miembros y, luego, a través de estos, a la clase obrera en general— el que tiene algún conocimiento del culto latino (o italiano) a la madre, entiende que en dichas formas monstruosamente depravadas de la familia burguesa, generalmente sólo se puede dar la patética ruina humana que conocemos como el “macho.”

Aquí admitimos que no se trata de positivos o negativos absolutos. En la mayoría de las familias latinas tiene que haber existido algún matiz del amor paternal, fraternal; algo de amor en las relaciones con los “amiguitos” del “mundo externo,” con los abuelos, etc. Afortunadamente son muy pocos los “machos” puros y absolutos, ya que la mayoría de los “machos” tienen alguna idea de lo que debe ser el amor verdadero; una pequeña comprensión de verdadera humanidad. Es esencial que esto último se encuentre en el individuo para utilizarlo como recurso de fuerza sobre el cual se construye, y se utiliza para dirigirse al sistema machista de la autoconsciencia de la víctima y así comenzar a liberarlo de su autodegradación.

Pero por esta misma razón es que es aún más esencial que se le dé una alta prioridad al reclutamiento de mujeres latinas al movimiento, liberándolas de su frigidez, su semibestialidad sádica, y su autobestialización como “madres” potenciales.

El estado vulgar de la consciencia simple, el estado egoísta de la “sinceridad de mis sentimientos,” es la reducción del Yo —y de otros Yos— a objetos virtualmente inmutables. “Yo tengo mi propia naturaleza.” Por esto es que las creencias en la magia, la astrología y el existencialismo son síntomas inseparables de la bestialización del individuo impotente. “No se me puede cambiar”. “No puedes tratar de cambiarme”. “Acéptame como soy”. “Yo tengo mis necesidades psicológicas”. “Ellos tienen sus necesidades psicológicas”. “No podemos imponerle a los obreros nuestra voluntad ‘elitista’”. “Los trabajadores, a través de sus experiencias, son los únicos que son capaces de saber lo que ellos mismos en realidad desean; no podemos imponerles nuestros valores, ya que no tenemos las experiencias de ellos.” Todo esto, y ciertos otros síntomas relacionados, son prueba de impotencia sexual y de su correlativo político. De la misma manera, el “control local” y el “nacionalismo” son expresiones de impotencia, en sus formas sintomáticas apropiadas como política.

La voluntad del obrero tiene que convertirse en la voluntad de hacer aquello que sirva al interés histórico de la clase obrera en su totalidad, y nada más. Si el obrero se aferra apasionadamente a algún sentimiento contrario, de interés propio imaginario, este sentimiento tiene que arrancársele a dicho obrero, una vez se identifique. Ningún ser humano tiene el derecho de pensar o “sentir” cosa alguna que no sea aquello que lo obligue a actuar a favor del interés histórico de la totalidad de la clase obrera mundial.

Eso no le priva a él o a ella de sus derechos individuales; el actuar a favor de la raza humana es expresar activamente cierta calidad del Yo como capacidad, como poderes humanos desarrollados individualmente. La clase obrera política muy bien exige que cada uno de sus miembros disfrute de estos derechos individuales, incluyendo el ocio y consumo material, los cuales son esenciales para que el individuo pueda desarrollar sus poderes humanos hasta el “nivel” que corresponde a lo que dicho individuo tendrá que efectuar para la totalidad de la clase obrera. El individuo que lucha sin cuartel por el consumo de su familia, su educación, su ocio, para dichos fines históricos, no tiene nada de “avaro,” y sí tiene consciencia de clase. Pero este mismo hecho comprueba con más fuerza que no existe base racional alguna para tolerar creencias o “sentimientos’’ algunos que hagan que una persona actúe contrario a los intereses históricos de la totalidad de la clase obrera política. No existe interés propio, ya sea individual (heteronómico), local o nacional que pueda tolerarse como “legítimo” si éste choca mínimamente con los intereses históricos de la totalidad de la clase obrera mundial.

En la medida en que el individuo se vea obligado a actuar en contra de estos intereses, ya sea por creencias falsas o por la irracionalidad de sus “sentimientos”, se le tienen que arrancar estos “sentimientos” y creencias y en su sitio sustituir los apropiados sentimientos y creencias humanas. El hacer esto último es amar potentemente; el negarse a, o evadir, esta tarea es un acto de impotencia sexual y social.

“Tu no entiendes a mi esposa. Es una católica devota como su mamá”.

“Entonces cámbiala. No le permitas que se mantenga en ese estado de auto-degradación como lo estuvo su madre. Ámala, cámbiala internamen-te”.

Cualquier tipo de política que mime sentimientos “localistas”, “nacionalistas” o retrógrados, es una expresión de impotencia sexual en la política.

Aquí debe quedar claro que no estamos describiendo simplemente algún tipo de paralelismo entre la impotencia sexual y la impotencia política. Insistimos en que hay una conexión directa y causal, tal que la impotencia sexual es generalmente la raíz causal de la impotencia política izquierdista.

Lo primero es que la búsqueda de una relación sexual significativa es la búsqueda de un universal concreto; una persona del sexo opuesto al cual uno se abre enteramente, y a través de esa profunda conexión de autoconsciencia compartida uno encuentra en dicha relación algo más fuerte, mejor, que la ubicación anterior de identidad en el ser hijo de sus padres. Esta búsqueda es la dinámica más profunda y esencial de todo pensar y comportamiento individual, una dinámica que es necesariamente la base para todas las formas de conducta social del individuo. Por esto es que en lo que el individuo expresa en esta búsqueda del universal concreto encontramos mucho más que un paralelismo con lo que este individuo hace en los otros aspectos de su vida; encontramos que en la búsqueda de este amor se encuentra la esencia misma del comportamiento individual en todos sus aspectos.

Como hemos delineado en la obra Más allá del psicoanálisis, la premisa fisiológica singular de tentación del “hominoide” recién nacido (que todavía no es humano) es simplemente el desarrollo de la capacidad de autodesarrollo del niño de sus poderes para existir. Es este principio integrante —este principio psicosomático— que lo capacita de manera única para desarrollar configuraciones (gestalts); percibir, concebir y reconocer para determinar realidades existentes en la forma de configuraciones (gestalts; objeto-imágenes) de la continuidad de experiencias. Pero el problema que el niño tiene que resolver para poder desarrollar los poderes deliberativos para su existencia continua, es la condición en la cual su existencia depende de poder ejercer poder sobre los procesos socializados que median totalmente su relación individual con la naturaleza en general. Por lo tanto, el niño se convierte en humano —en vez de “humanoide”— según sus poderes individuales se convierten en poderes sociales. Él no adquiere, per se, poderes individuales (animal aislado) sobre la naturaleza, sino que adquiere poderes sobre las fuerzas de su sociedad.

En esta cultura en particular, este proceso comienza en términos de la imagen maternal que tiene el niño. Son la madre y los sustitutos maternales los que median la relación del niño con el mundo; por lo tanto el niño tiene que resolver el problema de la imagen maternal; tiene que aprender a controlar deliberadamente a su imagen maternal como el desarrollo inicial de poderes socializados. Debido al desarrollo de la capacidad para reconocerse como el objeto para el comportamiento de otro (la imagen maternal), el niño desarrolla un concepto de identidad —identidad social y no simplemente identidad individual— y así logra evolucionar de humanoide a ser humano. (Los teólogos pueden considerar archivado el caso del bautismo infantil; el bautismo infantil sólo se toleraría en una sociedad bestial [e. g. Feudal].)

Correspondientemente se va desarrollando una “catexis” entre la emoción psicosomática primaria del niño y el reconocimiento relacionado de las imágenes que él tiene de su madre y el objeto de su madre; él mismo. El acercarse de la imagen maternal se torna en la oportunidad para el niño de ejercer sus poderes deliberativos en desarrollo; así su sentido de identidad despierta más fuertemente. Siente regocijo… a no ser que…

“¡No, no es la imagen maternal; es un monstruo que no responde como la imagen maternal! ¡Es una imagen odiosa!” El sentido de identidad se aleja y la capacidad para un pensamiento determinado (conceptualización) se reduce, ahogada por el “Schwärmerei” de las imágenes semidigeridas y otras sensaciones.

Hemos elaborado algo del proceso a través del cual se supera correctamente esta relación infantil con la imagen maternal en la posterioridad de la infancia —la víspera de la niñez propia— vía el nacimiento de una autoconsciencia real, generalmente a través de las relaciones con el padre, contémpores, abuelos, etc. Pero, la ubicación del sentido de identidad permanece en la imagen maternal.

Al observador sistemático se le va haciendo cada vez más claro que la mujer misma, real, la madre y la imagen maternal internalizada del niño no son la misma persona. La imagen maternal es el producto de la relación entre la madre y el niño, y aquí también se entremezclan las relaciones con los sustitutos maternales; el niño “culpa” a la imagen maternal por los efectos de estas últimas. Más tarde en la niñez se modifica la imagen maternal, pero la personalidad básica permanece como aquélla que se formó —menos cambiable a través del tiempo— en el período que cubre más o menos los primeros cinco años de vida.

Más tarde en la vida se hace necesario que el individuo psicológicamente “deje la teta”, superando la imagen maternal; en el caso del varón ex niño, con otra mujer que cumpla para él como adulto, la misma función esencial que cumplió su imagen maternal durante la niñez. Lo que él o ella busca es el universal concreto, la persona con la cual el Yo interior queda totalmente visible, la persona cuya existencia es la ubicación internalizada y externamente actualizada de su propio sentido de identidad. Su impotencia, incluyendo su impotencia sexual, es exactamente su incapacidad para establecer dicha relación; pero esta impotencia no inhibe la búsqueda, sino que intensifica la agonía del sentimiento de vacuidad en esta búsqueda de infinito truncado. Esto es tanto la esencia concentrada de todo lo otro que él busca en todos los aspectos de la vida social, como también el punto de referencia al cual él refiere todo asunto relacionado con otros aspectos de su vida social privada. Esto es así inevitablemente, ya que esta búsqueda es en sí la búsqueda de la afirmación de su sentido interno de identidad.

¿Qué es el pensamiento? Es el juicio que queda regulado por el crecer o decrecer del sentido de identidad. Uno no actúa simplemente para obtener objetos fijos, actos sensoriales fijos, sino que para obtener estos objetos uno actualiza aquellos actos-pensamientos que median el crecimiento del sentido de identidad. En el estado patológico, la capacidad de juicio está regulada por una cacofonía internalizada de imágenes dominada, generalmente, por la imagen maternal. Reforzando o reduciendo el sentido de identidad como regulador inmediato de “la sinceridad de sentimientos” en el adulto, se puede extraer la imagen maternal con muy poco esfuerzo. Lo mismo se aplica a la política.

En este sentido el adulto neurótico tiene que ser considerado sistemáticamente como un seudoadulto —ya sea como víctima de la neurosis individual o de aquella neurosis colectiva cuyo nombre es ideología burguesa. Su sentido de identidad está determinado patológicamente por fantasías infantiles, y no por la autoconsciencia de su base positiva para la existencia adulta. Al contrastarse, el revolucionario es en esencia el único adulto verdadero en relación a los niños seudoadultos que lo rodean. El neurótico ama a su esposa como sustituta de su madre; el adulto ama a su madre y a su padre no como imágenes internalizadas sino como verdaderos seres humanos, y ama a su esposa como el verdadero ser humano que ella es. El adulto hace a un lado a su madre y su padre, de manera que ellos se convierten en contémpores muy amados en el exterior de su identidad y ubica su identidad en la mujer adulta que se convierte en el foco de su identidad.

El “macho,” por ejemplo, no es un verdadero hombre adulto, sino un sobrecrecido y neurótico “hombrecito”; “el hombrecito de mamá.” La clave del “macho” o de su semejante, —el izquierdista pequeño burgués italiano (intelectual) con su “Weltschmerz” de crítico, su existencialismo patético— es que él, en relación a su hermano de clase “norteño”, es menos civilizado, menos socializado. La cultura latina es una cultura de niños escasamente socializados y poco civilizados; extírpele la tenue capa superficial de civilización y la pequeña bestia infantil del amor maternal y saldrá la pura bestia; la bestia de la “corrida”, la bestia que vemos en las viles y nefastas “juntas militares” y los campesinos que efectúan esas horrendas y bestiales torturas. Es cierto que la carnicería humana que se comete en América Latina se ejecuta a través de los agentes del Departamento de Estado de los Estados Unidos, la CIA y los monopolios internacionales. Pero también es cierto que en América Latina la CIA encuentra carniceros muy hábiles para estas tareas, y también poblaciones que no sólo toleran esta bestialidad, sino que dentro de estas, la izquierda misma deja ver una tremenda fascinación con el sometimiento a una muerte por tortura. Al “macho” izquierdista le importa poco acabar con esta carnicería; la imagen machista del revolucionario es la de la víctima del sacrificio que pone el pecho ante las balas, la víctima sometiéndose a la fantasía masoquista fundamental de ser ultrajado sodómicamente hasta morir. El “macho” es el más patético de los cristianos, y más cuando se hace de ilusiones de ser ateo; el revolucionario “macho” prototipo es un “cura” revolucionario reviviendo la “pasión” de Cristo en cuanto a someterse a la muerte y tortura más degradante que de hecho casi suplica que lo ultrajen sodómicamente de dicha manera. Luego la izquierda machista publicará tremendo cartelón del héroe victimizado, alabando la belleza de esta muerte-ultraje sodómica; habrá paradas, demostraciones, con los cartelones que ilustran a los cuerpos mutilados de las víctimas en alto, para aquellos “machos” crédulos que sueñan con lograr la misma perfección apasionada de “ser un revolucionario completo”. La imaginería del verso y la pintura “macho”-izquierdista es dolorosamente autorreveladora ¡y asquerosamente abominable!

Es hora de terminar con esta pesadilla, esta perpetua pesadilla del “macho”-izquierdismo infantil, su abominable y autodegradante fascinación con cuerpos mutilados; sus fantasías homosexuales en cuanto la muerte-ultraje sodómica de cuerpos humanos, que de hecho, y no casualmente, permean a las fantasías sexuales del “macho.” Ya es hora que el latino-niño de “ínfulas” revolucionarias rompa con este amor maternal sádico, con este machismo, y se convierta en un hombre adulto.

Las ratas

La esencia de la política “macho”-izquierdista se encuentra en el temor a las ratas. Claro está que esto caracteriza a toda la cultura burguesa, pero se intensifica entre “machos”. Esto queda revelado por las nociones de “honor”, “hombría” y el resto de adornos repugnantes de la “cortesía latina”. “¡Si ofendes mi honor, mi sentido de hombría, te mataré!” “¡Si tratas de psicoanalizarme, te mataré!” La cultura patética del “macho” impotente le ha enseñado a éste aceptar a cualquier otra persona en base al valor exterior que esa otra persona aparentemente se ha dado a sí misma; ésta es la condición para “ser aceptado”. De romperse este pacto-código el grupo de compañeros se convierte en una manada de ratas al ataque de quien le “ofendió al honor”.

¿Qué es el “honor”? ¿Qué es si no el conocimiento culpable de que debajo de esa capa de pretensiones la “persona interna” es una bestia degradada que no vale nada? Mira debajo de estas pretensiones y habrás visto lo que ninguna persona de “honor” permitirá que se conozca de él; y este conocimiento culpable tiene que destruirse destruyendo a la persona que lo posee.

Pero el hacer una revolución no es nada más que la actividad subjetiva de sondear, lo más profundamente, dentro de la existencia interna de otros, para poder arrancarles la autodegradante “sinceridad de sentimientos,” para despertar la autoconsciencia y para cambiar fundamentalmente a estas personas para que sean los verdaderos humanos adultos que son capaces de ser. El “respetar” al “honor”, la “hombría”, etc., es ser impotente. El “respetar” la “pureza” (virtud) de las mujeres es ser impotente; sexual y políticamente. El “macho”, que no es capaz de ser un verdadero hombre o revolucionario, no conoce el amor, no conoce la humanidad; sólo entiende el sometimiento masoquista a la virginidad eterna de la Santa Madre o el ultraje, especialmente el ultraje homosexual.

La política “macho”-izquierdista es una mezcla patética de “cortesía latina”, prosopopeya e insultos infantiles de poca profundidad. El mejor ejemplo de estas típicas ínfulas patéticas es el caso del PSP.

Hegel, Feuerbach y Marx

Hay tres grados de liberación relativa de la impotencia sexual política, los cuales se asocian con los nombres de Hegel, Feuerbach y Marx respectivamente. Lo que distingue a estos tres —y también a aquéllos que se asocian con su facción humanista— es su concepto del proceso de organizar políticamente como uno en el cual la autoconsciencia se define a sí misma, creando a su vez autoconsciencia de la misma calidad y actualización en otros. Las propuestas metodológicas para que se logre esta calidad humana es lo que los distingue entre sí.

Para Hegel, la autoconsciencia se limita al papel del educador en las aulas o del oficial gubernamental culto. Para Hegel, la realidad existe solamente en la forma de abstracciones de la realidad a las cuales confunde con la esencia de la realidad. Relaciones reales, sensoriales, entre personas verdaderas, no existen en el sistema de Hegel.

En Feuerbach se da un gran paso hacia adelante. Feuerbach desenmascara el gran fraude de Hegel, el engaño del Logos abstracto. Feuerbach —usando aquí nuestra propia terminología de referencia clínica— insiste sobre el principio psicoanalítico de “catexis”: las ideas no existen separadamente de las emociones; el Logos abstracto de Hegel es la abstracción gris, sin vida, de la universalidad del amor = mentación creativa. Para Feuerbach —y esto es la esencia de su genialidad— el pensamiento existe como pensamiento realizable sólo según su objeto-imagen determinado sea el ímpetu para un acto sensorial en el mundo sensorial.

La gran falla de Feuerbach —y su relativa impotencia— es su incapaciad de ir más allá del papel de “explorador de la naturaleza”. El individuo de Feuerbach sólo es capaz de elegir acciones sensoriales de la naturaleza según se las da la naturaleza a escoger. Por lo tanto Feuerbach es el demócrata pequeñoburgués en donde Hegel es el “cultooficial pruso. Por ejemplo —aplicando el principio pequeñoburgués de la relativa impotencia de Feuerbach a la política izquierdista— la impotencia feuerbaquiana queda demostrada por el apoyo que se le brinda a objetivos específicos de una huelga obrera. Cuando termina la huelga, ya sea en triunfo o en derrota, la movilización de la autoconsciencia, para la lucha de clase continua, se aborta, se revela como impotente. El apoyo a objetivos “revolucionarios nacionales” es también una expresión política de impotencia sexual.

Marx, comenzando con la primera de sus Tesis Sobre Feuerbach, le “mete mano” al asunto de la impotencia sexual y política.

El defecto principal de todo el materialismo anterior —incluyendo el de Feuerbach— es que el objeto, la realidad, lo sensorial se concibe sólo en la forma de objeto o de contemplación, pero no como actividad sensorial humana, práctica, no subjetivamente. Así pasó que el aspecto activo —en contraste al materialismo— fue desarrollado por el idealismo — pero claro está que esto en abstracción, ya que el idealismo no conoce actividad sensorial verdadera como tal. Feurebach propone objetos sensoriales, distinguidos verdaderamente de los objetos del pensar, pero no concibe a la actividad humana en sí como actividad objetiva. Es por esto que en su Esencia del Cristianismo, él considera a la actitud teórica como la única actitud auténticamente humana, cuya práctica se concibe y se fija sólo en su forma vulgar-judáica de apariencia. Es por esto que él no entiende la importancia de la actividad “revolucionaria,” “crítico-práctica.”

Citamos este pasaje aquí porque ningún crítico filosófico o charlatán “marxista leninista” lo ha entendido en lo más mínimo.

Este trozo significa que para Marx el acto, el objeto sensorial, existe en la realidad sólo como la mediación de la autoconsciencia, sólo como la conexión entre un grado de auto-consciencia y otro grado aún más elevado de autoconsciencia. Esto identifica la semi-genialidad del concepto trotskista de la “revolución permanente”; semigenial porque ni el mismo Trotsky, ni sus autotitulados discípulos, pudieron entender a cabalidad de las implicaciones más profundas de su semidescubrimiento. El acto no puede ser un fin en sí, ya que caeríamos otra vez en la política feuerbaquiana “democrática”, retrasados por la preocupación feuerbaquiana “vulgar-judáica” de poseer el objetivo fijo, atrasados por la impotencia política —y sexual— feuerbaquiana. El acto tiene que ser sólo la mediación necesaria, a través del cual se logran estrados superiores de autoconsciencia, para la superioridad cualitativa de práctica sensorial mediante.

Este principio marxista tiene su ubicación singular en el principio de la reproducción ampliada socialista. Aquél que hace la propuesta de una “sociedad socialista” a base de una “redistribución equitativa” es sexual y políticamente impotente ipso facto. Aquel que propone la “toma de las fábricas” es otro impotente. La reproducción ampliada significa el desarrollo positivo de la forma autosubsistente de las fuerzas productivas, uniendo a la clase obrera mundial en una unidad política única y logrando, a paso máximo, el desarrollo tecnológico de las fuerzas productivas sujeto al desarrollo intelectual implícito y productivo de los individuos clase-obrera.

Esto significa organizar a las fuerzas de la clase obrera (obreros y sus aliados políticos) tanto en contra del infantilismo (en contra de los estados egoístas de “sinceridad de sentimientos”), como también a favor de la autoconsciencia de la tarea universal de apropiarse de y desarrollar las fuerzas productivas mundiales. Sobre todo, significa cambiar fundamentalmente el yo interno de los obreros.

En oposición a esto, aquella política “izquierdista” que parte de “las realidades del presente,” del celistinismo de los perjuicios obreros actuales, de medianería con los prejuicios “nacionalistas”, de soltar lagrimones por los sentimentalismos infantiles de las “fuerzas populares” —todo esto y lo asociado— es ruinmente antimarxista, ruinmente anti-dialéctico y ruinmente impotente sexualmente en el campo de la política izquierdista.

La expresión más cómico-trágica de esto último lo encontramos en aquella comedia patética que se llama el Partido Socialista Puertorriqueño.

2. EL PSP COMO FENOMENO

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(1) Nota de traducción: Para no entrar en una controversia inútil en cuanto a la distinción entre lo “filosófico” de la voz “consciente” – en términos hegelianos – y lo “común psicológico” de la voz “consciente,” hemos decidido usar la voz “consciente” uniformemente.

(2) Nota de traducción: aquí usamos el término “catexis” con el sentido de una imagen asociada forzosamente con una emoción; la catexis siendo entonces el “movimiento” de la imagen en relación a la emoción.

(3) Nota de traducción: P/(C+V) = la razón entre la plusvalía (“P”) social y la suma de las “inversiones” socialmente necesarias, i. e., capital variable (“V”) y capital constante (“C”). Todo esto en términos de valor real y no de evaluaciones capitalistas (véase el Boletín internacional, Vol. 1, No. 1)