DOCUMENTACIÓN:
INFORME DE LA COMISIÓN DE INVESTIGACIÓN
DE LA CRISIS FINANCIERA
Los siguientes son extractos del informe final de la Comisión de Investigación de la Crisis Financiera (FCIC, por sus siglas en inglés) que presidió Phil Angelides, firmado por los miembros designados por el Congreso para integrarla en mayo de 2009 y que está a disposición del público, en inglés, en su página de Internet (fcic.law.standford.edu); la comisión como tal terminó en sus funciones el 13 de febrero de 2011, fecha en la que presentó sus conclusiones oficialmente. Esta traducción se basó en la versión pública que está en el referido portal electrónico de la FCIC (fcic.law.standford.edu).
PREFACIO
La Comisión de Investigación de la Crisis Financiera fue creada para “examinar las causas de la actual crisis financiera y económica de Estados Unidos”. En este informe, la Comisión presenta al Presidente, al Congreso y al pueblo estadounidense los resultados de su investigación y sus conclusiones sobre las causas de la crisis.
Más de dos años después de la peor crisis financiera, nuestra economía, así como las familias y comunidades en todo el país, siguen sufriendo las secuelas. Millones de estadounidenses han perdido sus trabajos y sus hogares, y la economía aún está luchando por recuperarse. Este informe pretende proporcionar una explicación histórica de lo que llevó a nuestro sistema financiero y nuestra economía a un precipicio, y ayudar a los encargados de formular las políticas y al público a entender mejor cómo llegó a suceder esta calamidad.
La Comisión fue creada como parte de la Ley para la Recuperación y Contra el Fraude (Ley Pública 111-21) aprobada por el Congreso y promulgada por el Presidente en mayo del 2009. Este panel independiente compuesto por 10 miembros se integra por ciudadanos con experiencia en áreas tales como vivienda, economía, finanzas, regulación de los mercados, banca y protección a los consumidores. Seis miembros de la Comisión fueron nombrados por la dirigencia Demócrata del Congreso y cuatro miembros por la dirigencia Republicana.
Las instrucciones reglamentarias de la Comisión establecieron 22 temas específicos para la investigación, y exigieron el examen del colapso de grandes instituciones financieras que quebraron o habrían quebrado de no ser por la ayuda excepcional del gobierno. Este informe cumple con estas disposiciones. Además, se ordenó a la Comisión remitir al Procurador General de los Estados Unidos así como a cualquier procurador general estatal, a cualquier persona que la Comisión considerase que podría haber violado las leyes de los Estados Unidos con relación a la crisis. Donde la Comisión encontró tales posibles violaciones, remitió estos asuntos a las autoridades competentes. La Comisión usó la autoridad que se le dio para emitir citatorios judiciales para requerir testimonios y producir documentos, pero en la gran mayoría de los casos, compañías e individuos cooperaron voluntariamente con esta investigación.
En el curso de su investigación, la Comisión revisó millones de páginas de documentos, entrevistó a más de 700 testigos, y sostuvo 19 días de audiencias públicas en New York, Washington D.C., y comunidades de todo el país que fueron golpeadas fuertemente por la crisis. La Comisión también recurrió a un gran conjunto de trabajo existente sobre la crisis, desarrollado por comités del Congreso, organismos gubernamentales, académicos, periodistas, investigadores jurídicos, y muchos otros.
En este informe, hemos tratado de explicar en términos claros y entendibles cómo ha funcionado nuestro complejo sistema financiero, como encajaron las piezas, y cómo ocurrió la crisis. Hacer esto requirió investigación sobre temas amplios y a veces herméticos, tales como los préstamos hipotecarios y la bursatilización, los derivados, la gestión empresarial, y la minimización de riesgos. Para sacar estos asuntos del dominio de lo abstracto, realizamos investigaciones de casos de compañías específicas --y en muchos casos, facetas especificas de estas instituciones-- que jugaron un papel fundamental. Esas instituciones incluyen al American International Group (AIG), Bear Stearns, Citigroup, Countrywide Financial, Fannie Mae, Goldman Sachs, Lehman Brothers, Merrill Lynch, Moody’s y Wachovia. Consideramos de manera más general las funciones y acciones de muchas otras compañías.
También estudiamos las políticas pertinentes implementadas por congresos y gobiernos sucesivos. Y de manera importante, examinamos el papel de los encargados de formular políticas y de los reguladores, como la Corporación Federal de Seguro de Depósitos (Federal Deposit Insurance Corporation, FDIC), la Junta de Gobernadores del Sistema de la Reserva Federal, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York, el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano, la Contraloría de la Moneda, la Dirección Federal de Supervisión de Empresas de Vivienda (OFHEO) (y su sucesor, la Agencia Federal de Financiamiento de Vivienda, en inglés, Federal Housing Finance Agency, FHFA), la Dirección de Supervisión de Entidades de Ahorro (OTS), la Comisión del Mercado de Valores (Securities and Exchange Commission) y el Departamento del Tesoro.
Por supuesto, hay mucho trabajo que la Comisión no llevó a cabo. El Congreso no pidió a la Comisión ofrecer recomendaciones de política, sino que le pidió profundizar en lo que causó la crisis. (...) Tampoco se le encomendó evaluar la ley federal (el Troubled Asset Relief Program --Programa de Alivio por Activos en Problemas-- conocido como TARP) que proporcionó ayuda financiera a las grandes instituciones financieras. Ese deber fue asignado al Panel de Supervisión del Congreso (Congressional Oversight Panel) y al Inspector General Especial del TARP.
Este informe no es el único repositorio de lo que encontró el panel. Un sitio web –www.fcic.gov-- contendrá una gran cantidad de información, más allá de lo que se podría presentar aquí. Contendrá una reserva de materiales --como documentos y correos electrónicos, videos de las audiencias públicas de la Comisión, declaraciones e investigación de apoyo-- que pueden estudiarse por muchos años. Gran parte de lo que se encuentra en las notas al pie de este informe se puede encontrar en el sitio web. Además, otros materiales que no se pueden publicar aún, por diversos motivos, en su momento serán dados a conocer al público a través de los Archivos Nacionales y Administración de Documentos de los Estados Unidos (National Archives and Records Administration, NARA).
(...)
Con este informe y nuestro sitio web, la labor de la Comisión llega a su fin. Presentamos lo que hemos encontrado, con la esperanza de que los lectores puedan utilizar este informe para llegar a sus propias conclusiones, aun cuando el registro histórico completo de esta crisis se sigue escribiendo.
CONCLUSIONES DE LA COMISIÓN DE INVESTIGACIÓN SOBRE LA CRISIS FINANCIERA
La Comisión de Investigación de La Crisis Financiera ha sido convocada para examinar la crisis económica y financiera que ha asolado a nuestro país, y para explicar sus causas al pueblo estadounidense. Estamos totalmente conscientes de la importancia de nuestro cometido, dado el daño económico que los Estados Unidos han sufrido en las secuelas de la mayor crisis financiera desde la Gran Depresión.
Nuestra tarea fue primero determinar qué pasó y cómo pasó, de modo que podamos entender por qué pasó. Presentamos aquí nuestras conclusiones. Animamos al pueblo estadounidense a unírsenos haciendo sus propias evaluaciones basadas en la evidencia reunida por nuestra investigación. Si no aprendemos de la historia, es improbable que nos recuperemos del todo de ella. Algunos en Wall Street y en Washington con intereses en el statu quo pueden sentirse tentados a borrar de la memoria los acontecimientos de esta crisis, o a sugerir que nadie podía haberla previsto o evitado. Este informe se esfuerza por exponer los hechos, identificar responsabilidades, aclarar mitos, y ayudarnos a entender cómo la crisis se pudo haber evitado. Es un intento de documentar la historia, no de reinventarla, ni de permitir que sea reinventada.
Para ayudar a nuestros conciudadanos a entender mejor esta crisis y sus causas, también presentamos conclusiones específicas al final de algunos capítulos en las Partes III, IV y V de este informe.
El tema de este informe es de grandes consecuencias para esta nación. Los acontecimientos profundos de 2007 y 2008 no fueron ni baches en el camino ni un descenso acentuado en los ciclos financieros que son de esperarse en un sistema económico de libre mercado. Este fue un trastorno fundamental –una convulsión financiera, si se quiere-- que causó estragos en comunidades y vecindarios por todo el país.
En el momento en que este informe va a la imprenta, hay más de 26 millones de estadounidenses que están sin trabajo, no pueden encontrar empleo de tiempo completo, o han desistido de buscar trabajo. Unas cuatro millones de familias han perdido sus casas por ejecución hipotecaria, y otras cuatro y medio millones han caído en el proceso de ejecución hipotecaria, o están seriamente retrasados en sus pagos. Cerca de $11 billones en riqueza familiar se han esfumado con los planes de pensiones y los ahorros de toda la vida. Empresas grandes y pequeñas han sentido el aguijón de una profunda recesión. Hay mucho enojo sobre lo que ha ocurrido, y justificadamente. Mucha gente que se atuvo a las reglas ahora se encuentra sin trabajo y con incertidumbre sobre sus perspectivas de futuro. Los daños colaterales de esta crisis han sido gente real y comunidades reales. Es probable que el impacto de esta crisis se sienta por toda una generación. Y la nación no enfrenta un camino fácil hacia una fortaleza económica renovada.
Como muchos estadounidenses, iniciamos nuestra exploración con nuestros propios puntos de vista y algunos conocimientos preliminares sobre cómo el sistema financiero más fuerte del mundo llegó a estar al borde del derrumbe. Incluso en el momento de nuestro nombramiento a esta comisión independiente, ya se había escrito y comentado mucho sobre esta crisis. Sin embargo todos nosotros hemos sido afectados profundamente por lo que hemos aprendido en el curso de nuestra investigación. En diversos momentos hemos estado fascinados, sorprendidos, e incluso conmocionados por lo que hemos visto, escuchado y leído. Ha sido un viaje de revelación el nuestro.
Durante los últimos dos años, gran parte de la atención se ha centrado en las decisiones adoptadas por el gobierno federal para proporcionar una enorme asistencia financiera para estabilizar el sistema financiero y rescatar a grandes instituciones financieras que fueron consideradas demasiado importantes sistémicamente como para quebrar. Esas decisiones --y las emociones profundas que las rodean-- serán debatidas por muchos años por venir. Pero nuestra misión fue formular y responder la pregunta central: ¿Cómo llegó a suceder que en 2008 nuestra nación fuera forzada a elegir entre dos alternativas crudas y dolorosas: Correr el riesgo del derrumbe total de nuestro sistema financiero y nuestra economía, o inyectar billones de dólares de los contribuyentes al sistema financiero y a una serie de compañías, en tanto que millones de estadounidenses seguían perdiendo sus empleos, sus ahorros y sus hogares?
En este informe detallamos los acontecimientos de la crisis. Pero un resumen sencillo, de como lo vemos nosotros, es útil al principio. Si bien las vulnerabilidades que crearon el potencial para la crisis se desarrollaron a través de años, el desplome de la burbuja inmobiliaria –alimentada por las bajas tasas de interés, créditos fáciles disponibles, escasa regulación e hipotecas toxicas-- fue la chispa que disparó una cadena de acontecimientos, que llevaron a un crisis en toda su extensión en el otoño de 2008. Billones de dólares en hipotecas de riesgo se habían incrustado en todo el sistema financiero, en tanto que se hacían paquetes con los valores relacionados con hipotecas, se reempaquetaban y vendían a inversionistas en todo el mundo. Cuando la burbuja estalló, cientos de miles de millones de dólares de pérdidas en hipotecas y valores relacionados con hipotecas sacudieron a los mercados, así como a las instituciones financieras que tenían exposiciones importantes a esas hipotecas y se habían endeudado fuertemente respaldándose en ellas. Esto no sólo pasó en Estados Unidos, sino en todo el mundo. Las pérdidas fueron magnificadas por derivados tales como los valores sintéticos.
La crisis alcanzó proporciones sísmicas en septiembre de 2008 con la quiebra de Lehman Brothers y el derrumbe inminente del gigante de seguros American International Group (AIG). El pánico avivado por la falta de transparencia de los balances de las principales instituciones financieras, junto con una maraña de interconexiones entre las instituciones percibidas como "demasiado grandes para quebrar", causó que los mercados de crédito se paralizaran. El comercio se estancó. El mercado de valores se desplomó. La economía se hundió en una profunda recesión.
El sistema financiero que examinamos tiene poco parecido con el de la generación de nuestros padres. Los cambios tan sólo en las últimas tres décadas han sido notables. Los mercados financieros se han vuelto cada vez más globalizados. La tecnología ha transformado la eficiencia, velocidad y complejidad de los instrumentos financieros y las transacciones. Hay un acceso más amplio y costos más bajos en las finanzas que nunca antes. Y el sector financiero mismo se ha convertido en una fuerza mucho más dominante en nuestra economía.
De 1978 a 2007, el importe de la deuda en poder del sector financiero se disparó de $3 billones de dólares a $36 billones de dólares, más del doble como porcentaje del producto interno bruto. La naturaleza misma de muchas firmas de Wall Street cambió, de asociaciones privadas relativamente serias, a empresas que cotizaban en la bolsa tomando mayores y más diversos tipos de riesgos. Para 2005, los 10 bancos comerciales más grandes de Estados Unidos poseían el 55% de los activos de la industria, más del doble del nivel que tenían en 1990. En vísperas de la crisis, en 2006, las ganancias del sector financiero constituían el 27% de todas las ganancias de las empresas en Estados Unidos, muy por encima del 15% de 1980. La comprensión de esta transformación ha sido fundamental para el análisis de la Comisión.
Vayamos ahora a nuestros principales hallazgos y conclusiones, que se basan en los datos contenidos en este informe: se ofrecen con la esperanza de que se puedan aprender lecciones para ayudar a evitar futuras catástrofes.
· Llegamos a la conclusión de que esta crisis financiera era evitable.La crisis fue el resultado de la acción y la omisión humanas, no de la Madre Naturaleza ni de los modelos computarizados que se volvieron locos. Los capitanes de las finanzas y los administradores públicos de nuestro sistema financiero ignoraron las advertencias y dejaron de cuestionar, entender, y manejar los riesgos crecientes dentro de un sistema esencial para el bienestar del público estadounidense. El suyo fue un gran error, no un tropiezo. Si bien los ciclos económicos no se pueden eliminar, una crisis de esta magnitud no tenía por qué haber ocurrido. Parafraseando a Shakespeare, la culpa no está en las estrellas, sino en nosotros mismos.
A pesar de la opinión de muchos en Wall Street y en Washington de que la crisis no se podía haber previsto o evitado, hubo señales de alarma. La tragedia es que fueron ignoradas o descartadas. Hubo una explosión en préstamos de alto riesgo y de bursatilización, un aumento insostenible en los precios de la vivienda, informes generalizados sobre graves prácticas crediticias depredadoras, aumentos impresionantes en el endeudamiento hipotecario familiar, y un crecimiento exponencial en las transacciones de las firmas financieras, los derivados no regulados, y de los mercados de crédito "repo" de corto plazo, entre muchas otras luces rojas. Sin embargo hubo una permisividad sistemática; se tomaron pocas acciones significativas para sofocar las amenazas de manera oportuna.
El principal ejemplo es la falla fundamental de la Reserva Federal para contener el flujo de hipotecas tóxicas, que se podría haber hecho mediante el establecimiento de normas prudentes de préstamos hipotecarios. La Reserva Federal era la entidad facultada para hacerlo, y no lo hizo. El registro de nuestra inspección está repleto de evidencias de otras fallas: las instituciones financieras crearon, compraron y vendieron títulos hipotecarios que nunca examinaron, no les importó examinar, o sabían que eran deficientes; las empresas dependían de decenas de miles de millones de dólares de préstamos que se tenían que renovar cada noche, respaldados en títulos hipotecarios de alto riesgo; y grandes compañías e inversionistas confiaron ciegamente en las agencias calificadoras como sus árbitros de riesgo. ¿Qué más se podría esperar en una autopista donde no había ni límites de velocidad ni líneas claramente pintadas?
· Llegamos a la conclusión de que las fallas generalizadas en la regulación financiera y la supervisión resultaron ser devastadoras para la estabilidad de los mercados financieros de la nación. Los centinelas no estaban en sus puestos, en no poca medida debido a la fe ampliamente aceptada en la naturaleza autocorrectora de los mercados y la capacidad de las instituciones financieras de vigilarse a sí mismas de modo efectivo. Más de 30 años de desregulación y confianza en la autoregulación de las instituciones financieras, defendida por el ex presidente de la Reserva Federal, Alan Greenspan y otros; apoyada por sucesivos gobiernos y Congresos, y activamente impulsada por la poderosa industria financiera en cada oportunidad, habían eliminado las medidas preventivas fundamentales que podían haber ayudado a evitar la catástrofe. Este enfoque había abierto huecos en la supervisión de áreas de importancia fundamental, con billones de dólares en riesgo, tales como el sistema bancario fantasma y el mercado extrabursátil (OTC) de derivados. Además, el gobierno permitió a las firmas financieras escoger a sus reguladores preferidos, en lo que llegó a ser una carrera por conseguir al supervisor más débil.
Sin embargo, no aceptamos la opinión de que los reguladores no estaban facultados para proteger al sistema financiero. Tenían suficiente poder en muchas plazas y optaron por no utilizarlo. Daremos sólo tres ejemplos: la Comisión de Valores y Bolsas (SEC, siglas en inglés) pudo haber solicitado más capital y detenido las prácticas riesgosas en los grandes bancos de inversión. No lo hizo. El Banco de la Reserva Federal de Nueva York y otros reguladores pudieron haber tomado medidas drásticas contra los excesos de Citigroup en el período previo a la crisis. No lo hicieron. Los encargados de formular políticas y los reguladores pudieron haber detenido el tren desbocado de la bursatilización de hipotecas. No lo hicieron. En todos y cada uno de los casos, los reguladores continuaron calificando de sanas y sólidas a las instituciones a las que supervisaban, incluso frente a crecientes problemas, a menudo descalificándolas justo antes de su derrumbe. Y cuando los reguladores carecían de autoridad, la podrían haber procurado. Muy a menudo, les faltó la voluntad política --en un ambiente político e ideológico que la limitaba-- y de la fortaleza para desafiar críticamente a las instituciones y al sistema entero que se les encomendó supervisar.
En muchos casos se produjeron cambios en el sistema regulador mientras los mercados financieros evolucionaban. Pero como el informe mostrará, la propia industria financiera desempeñó un papel clave en el debilitamiento de las restricciones regulatorias sobre instituciones, mercados y productos. No sorprendió a la Comisión el que una industria de tal riqueza y poder ejerciera presión sobre los encargados de formular las políticas y los reguladores. De 1999 a 2000, el sector financiero gastó $2,700 millones de dólares en gastos reportados de cabildeo federal; individuos y comités de acción política del sector sacaron más de $1000 millones de dólares en contribuciones de campaña. Lo que nos preocupó fue la medida en que la nación se vio privada de la fuerza y la independencia necesarias en la supervisión necesaria para garantizar la estabilidad financiera.
· Llegamos a la conclusión de que fallas impresionantes en la gestión empresarial y de minimización de riesgos en muchas instituciones financieras sistémicamente importantes fueron una causa decisiva de esta crisis. Existía la opinión de que los instintos de autoconservación al interior de las grandes firmas financieras las protegerían de tomar riesgos fatales, sin la necesidad de una mano reguladora firme, la cual, las empresas sostenían, podía reprimir la innovación. Muchas de estas instituciones actuaron temerariamente, asumiendo un riesgo muy elevado, con muy poco capital, y con una dependencia excesiva del financiamiento a corto plazo. En muchos aspectos, esto reflejaba un cambio fundamental en estas instituciones, en particular en los grandes bancos de inversión y en las compañías tenedoras bancarias, que centraron sus actividades cada vez más en transacciones riesgosas que producían enormes beneficios. Se expusieron enormemente al adquirir y suscribir a instituciones que hacían préstamos de alto riesgo, y al crear, empaquetar, reempaquetar y vender billones de dólares en títulos relacionados con hipotecas, incluidos productos financieros sintéticos. Como Ícaro, nunca temieron volar cada vez más cerca del Sol.
Muchas de estas instituciones crecieron agresivamente a través de estrategias de adquisición e integración mal ejecutadas que hicieron que la gestión eficaz resultara en un reto mayor. El director ejecutivo de Citigroup informó a la Comisión que una posición $40,000 millones de dólares en títulos hipotecarios de alta calificación “de ningún llamó mi atención”, y el codirector del banco de inversiones de Citigroup dijo que dedicó “una pequeña fracción de 1%” de su tiempo a dichos valores. En este caso, demasiado grande para quebrar significaba demasiado grande para manejarlo.
Las instituciones financieras y las agencias de calificación crediticia adoptaron modelos matemáticos como predictores confiables de riesgo, reemplazando el criterio en demasiados casos. Muy a menudo, la gestión de minimización del riesgo se convirtió en justificación del riesgo.
Los sistemas de compensación --diseñados en un entorno de dinero barato, intensa competencia y regulación leve-- con demasiada frecuencia recompensaron la transacción rápida, la ganancia a corto plazo, sin la debida consideración de las consecuencias a largo plazo. A menudo, esos sistemas alentaron la "gran apuesta", donde el beneficio podría ser enorme y el inconveniente limitado. Este fue el caso a todos los niveles, desde las salas de consejo corporativas hasta los corredores hipotecarios en la calle.
Nuestra inspección reveló casos impresionantes de anomalías en la gestión e irresponsabilidad. Se podrá leer, entre otras cosas, sobre la ignorancia de los directivos de AIG sobre los términos y riesgos de la exposición de la compañía por $79,000 millones de dólares en derivados con títulos relacionados con hipotecas; la búsqueda de Fannie Mae de mayor participación en el mercado, ganancias y bonificaciones, que la llevaron a intensificar su exposición a préstamos y títulos riesgosos cuando el mercado inmobiliario estaba en su apogeo; y la costosa sorpresa cuando la alta gerencia de Merrill Lynch se dio cuenta de que la compañía poseía $55,000 millones en títulos relacionados con hipotecas “súper-senior”, supuestamente “súper seguras”, que resultaron en miles de millones de dólares en pérdidas.
· Llegamos a la conclusión de que la combinación de un excesivo endeudamiento, inversiones arriesgadas y falta de transparencia puso al sistema financiero en rumbo a un encontronazo con la crisis. Es patente que esta vulnerabilidad se relaciona con deficiencias en la gestión empresarial y en la regulación, pero es en sí mismo suficientemente significativo para justificar nuestra atención aquí.
En los años previos a la crisis, muchas instituciones financieras, así como también muchos hogares, se endeudaron hasta el cuello, dejándolos vulnerables a las dificultades financieras o la ruina, si el valor de sus inversiones disminuía incluso ligeramente. Por ejemplo, a partir del 2007, los cinco principales bancos de inversión —Bear Stearns, Goldman Sachs, Lehman Brothers, Merrill Lynch y Morgan Stanley-- operaban con un capital extraordinariamente escaso. De acuerdo a una medición, su proporción de apalancamiento llegó a 40 a 1, lo que significa que por cada $40 en activos, sólo había $1 en capital para cubrir las pérdidas. Una caída de menos de 3% en el valor de los activos podría hacer desaparecer una empresa. Para empeorar las cosas, gran parte de su endeudamiento era a corto plazo, en el mercado de 24 horas, es decir, el endeudamiento tenía que renovarse todos los días. Por ejemplo, a finales del 2007, Bear Stearns tenía $11,800 millones de dólares en capital acumulado y $383,600 millones en pasivos, y estaba contrayendo préstamos de hasta $70,000 millones en el mercado de un día para otro. Era el equivalente a un pequeño negocio con $50,000 en capital, tomando préstamos de $1.6 millones, con $296,750 pagaderos cada día. Uno no se puede preguntar realmente “¿en qué estaban pensando?", cuando al parecer demasiados de ellos estaban pensando en lo mismo.
Y a menudo se ocultaba el apalancamiento, en instrumentos derivados, financiamiento no contabilizado en los balances, y a través de "retocar" los informes financieros a disposición del público inversionista.
Los reyes del apalancamiento fueron Fannie Mae y Freddie Mac, las dos gigantes empresas patrocinadas por el gobierno (GSE, por siglas en inglés). Por ejemplo, a finales de 2007, la tasa de apalancamiento combinada de Fannie y Freddie, incluidos los préstamos que estas poseían y garantizaban, se situó en 75 a 1.
Pero las firmas financieras no estaban solas en la ola de endeudamiento: del 2001 al 2007, la deuda hipotecaria nacional casi se duplicó, y el importe de la deuda hipotecaria por hogar se incrementó más de 63%, de $91,500 a $149,500 dólares, mientras que los salarios permanecían estancados. Cuando golpeó la recesión inmobiliaria, el golpe contundente lo recibieron por igual las familias y las compañías financieras muy endeudadas.
La pesada deuda asumida por algunas instituciones financieras se vio agravada por los activos de riesgo que habían estado adquiriendo con esa deuda. Mientras que los mercados hipotecarios y de bienes raíces producían en masa títulos y préstamos más y más riesgosos, muchas instituciones financieras se cargaron de ellos. Para finales del 2007, Lehman había amasado $111,000 millones en títulos y propiedades de inmuebles comerciales y residenciales, lo cual es casi el doble de lo que poseía tan sólo dos años antes, y más de cuatro veces su capital total. Y de nuevo, el riesgo no lo tomaban sólo las grandes firmas financieras, sino también las familias. Cerca de uno de cada 10 deudores de hipotecas en 2005 y 2006, tomaron préstamos de mensualidad variable (llamada "opción ARM" en inglés) que significaba que podían optar por hacer pagos tan bajos que su saldo hipotecario se incrementaba cada mes.
Dentro del sistema financiero, los peligros de esta deuda se magnificaron debido a que no se requería transparencia ni se deseaba. El enorme endeudamiento de corto plazo, junto con las obligaciones no vistas por otros en el mercado, aumentaron las posibilidades de que el sistema se desbaratara rápidamente. En la primera parte del siglo 20 construimos una serie de protecciones --la Reserva Federal como prestamista de último recurso, el seguro federal de depósitos, regulaciones amplias-- para tener un bastión contra los pánicos que habían asolado regularmente al sistema bancario norteamericano en el siglo 19. Sin embargo, en los últimos 30 años y pico, hemos permitido el crecimiento de un sistema bancario fantasma --turbio y cargado de deuda a corto plazo-- que rivaliza en tamaño con el sistema bancario tradicional. Los componentes clave del mercado --por ejemplo, el multibillonario mercado de préstamos "repo", entidades que no presentan balances públicos, y el uso de derivados extrabursátiles (OTC)-- se ocultaron a la vista, sin las protecciones que habíamos construido para evitar debacles financieras. Teníamos un sistema financiero del siglo 21 con salvaguardas del siglo 19.
Cuando los mercados inmobiliario e hipotecario cayeron en picada, la falta de transparencia, las cargas extraordinarias de deuda, los préstamos a corto plazo y los activos de riesgo pasaron factura. El resultado fue el pánico. Habíamos cosechado lo que habíamos sembrado.
· Llegamos a la conclusión de que el gobierno estaba mal preparado para la crisis, y su respuesta inconsistente contribuyó a la incertidumbre y al pánico en los mercados financieros. Como parte de nuestras obligaciones, resultó apropiado examinar las medidas adoptadas por el gobierno en respuesta a la crisis en pleno desarrollo, y no sólo a las medidas o acciones que la precedieron, para determinar si alguna de esas respuestas contribuyó a la crisis o la agravó.
Como muestra nuestro informe, los principales encargados de formular políticas —el Departamento del Tesoro, la Junta de Gobernadores de la Reserva Federal, y el Banco de la Reserva Federal de Nueva York— que estaban mejor colocados para vigilar nuestros mercados, no estaban preparados para los acontecimientos del 2007 y 2008. Otros organismos también estaban en desventaja. Estos se vieron obstaculizados debido a que no tenían una idea clara del sistema financiero que se les encargó supervisar, especialmente en lo que este se había convertido en los años previos a la crisis. Esto se debió en gran medida a la falta de transparencia en los mercados principales. Pensaban que el riesgo se había diversificado, cuando en realidad, se había concentrado. Una y otra vez, desde la primavera de 2007 en adelante, los encargados de formular políticas y los reguladores fueron tomados por sorpresa cuando el contagio se extendió, respondiendo sobre la marcha con programas específicos para tapar la fractura del dique con los dedos. No hubo un plan integral y estratégico para la contención, debido a que no tenían una comprensión cabal de los riesgos y las interconexiones de los mercados financieros. Algunos reguladores han reconocido este error. Permitimos que el sistema corriera más rápido que nuestra capacidad para protegerlo.
Si bien hubo cierta conciencia, o por lo menos debate acerca de la burbuja inmobiliaria, del expediente se desprende que los altos funcionarios públicos no reconocieron que un estallido de la burbuja podría poner en peligro a todo el sistema financiero. En el transcurso del verano de 2007, tanto el jefe de la Reserva Federal, Ben Bernanke, como el secretario del Tesoro, Henry Paulson, garantizaron públicamente que las turbulencias en los mercados de hipotecas de alto riesgo se podrían contener. Cuando los fondos de cobertura de Bear Stearns, que se habían invertido enormemente en valores relacionados con hipotecas, implosionaron en junio del 2007, la Reserva Federal analizó las implicaciones del derrumbe. A pesar de que otros muchos fondos estaban expuestos a los mismos riesgos que los fondos de cobertura, se pensó que los fondos de Bear Stearns eran “relativamente únicos”. Días antes del colapso de Bear Stearns en marzo del 2008, el presidente de la SEC, Christopher Cox, expresó su “alivio respecto a las reservas de capital” en los grandes bancos de inversión. No fue sino hasta agosto del 2008, pocas semanas antes de la adquisición de Fannie Mae y Freddie Mac por parte del gobierno, que el Departamento del Tesoro entendió la extensión plena de las graves condiciones financieras de estas dos instituciones. Y justo un mes antes del derrumbe de Lehman, el Banco de la Reserva Federal de Nueva York todavía estaba buscando información sobre la exposición creada por los más de 900,000 contratos de derivados de Lehman.
Además, el manejo inconsistente de las principales instituciones financieras durante la crisis por parte del gobierno --la decisión de rescatar a Bear Stearns y después de colocar a Fannie Mae y Freddie Mac bajo tutela, seguido de su decisión de no salvar a Lehman Brothers y después salvar a AIG-- aumentó la incertidumbre y el pánico en el mercado.
Al hacer estas observaciones, respetamos y apreciamos profundamente los esfuerzos realizados por el secretario Paulson, el presidente de la Fed Bernanke, y Timothy Geithner, entonces presidente del Banco de la Reserva Federal de Nueva York y ahora secretario del Tesoro, y de muchos otros que trabajaron para estabilizar nuestro sistema financiero y nuestra economía en la más caótica y difícil de las circunstancias.
· Llegamos a la conclusión de que hubo un colapso sistémico en la obligación de dar cuentas y en la ética. La integridad de nuestros mercados financieros y la confianza del público en esos mercados son esenciales para el bienestar económico de nuestra nación. La solidez y la prosperidad sostenida del sistema financiero y nuestra economía se basan en los conceptos de trato justo, responsabilidad y transparencia. En nuestra economía, se espera que las empresas y los individuos obtengan ganancias, al mismo tiempo que producen productos y servicios de calidad, y se comporten correctamente.
Desafortunadamente --como ha ocurrido en los auges y descalabros especulativos pasados-- hemos sido testigos de una erosión de las normas de responsabilidad y ética que ha exacerbado la crisis financiera. Esto no fue generalizado, pero estas infracciones se extendían desde la base hasta las salas ejecutivas. Estas infracciones no sólo produjeron importantes consecuencias financieras, sino también el daño en la confianza de los inversionistas, las empresas y el público en el sistema financiero.
Por ejemplo, nuestra investigación encontró que, según una estimación, el porcentaje de deudores que cayeron en incumplimiento de sus hipotecas en sólo cuestión de meses después de tomar un préstamo, casi se duplicó desde el verano del 2006 hasta finales de 2007. Estos datos indican que ellos probablemente sacaron hipotecas que nunca tuvieron la capacidad o la intención de pagar. Se podrá leer acerca de los corredores hipotecarios a los que los prestamistas pagaban “primas de margen de rendimiento” por colocar a los prestatarios en préstamos de más altos costos, de modo que los prestamistas pudieran obtener mayores ganancias, a menudo nunca revelado a los prestatarios. El informe cataloga la creciente incidencia de fraudes hipotecarios, que florecieron en un ambiente de hundimiento de las normas de crédito y regulación laxa. El número de informes de actividad sospechosa --informes de posibles delitos financieros presentados por los bancos de depósito y sus filiales--relacionados con fraudes hipotecarios creció 20 veces entre 1996 y 2005 y luego en más del doble entre 2005 y 2009. Un estudio coloca las pérdidas por fraude en préstamos hipotecarios entre 2005 y 2007 en $112,000 millones de dólares.
Los prestamistas hicieron préstamos que sabían que los deudores no podían pagar y que podrían causar enormes pérdidas a los inversionistas en títulos hipotecarios. Ya en septiembre del 2004, ejecutivos de Countrywide reconocieron que muchos de los préstamos que ellos estaban generando podrían dar lugar a "consecuencias catastróficas". Menos de un año más tarde, observaron que ciertos préstamos de alto riesgo que estaban haciendo podrían resultar no sólo en embargos hipotecarias, sino también en "catástrofe financiera y de reputación" para la empresa. Pero no se detuvieron.
Y el informe documenta que las principales instituciones financieras hicieron muestras ineficientes de los préstamos que compraban para empaquetarlos y vender a los inversionistas. Ellos sabían que un porcentaje significativo de los préstamos muestreados no cumplía con sus propios criterios de evaluación de riesgos ni de los que originaron los préstamos. Sin embargo, vendieron esos títulos a los inversionistas. La revisión de la Comisión de muchos folletos proporcionados a los inversionistas encontró que esta información no era pública.
ESTAS CONCLUSIONES se deben considerar en el contexto de la naturaleza humana y la responsabilidad individual y social. Primero, achacar esta crisis a defectos mortales como la codicia y la arrogancia sería simplista. Lo pertinente en esta crisis fue no haber tomado en cuenta la debilidad humana.
Segundo, consideramos contundentemente que la crisis fue el resultado de errores humanos, errores de juicio, y transgresiones que dieron lugar a fallas sistémicas por las que nuestra nación ha pagado muy caro. Al leer este informe, se verá que empresas específicas e individuos actuaron de modo irresponsable. Sin embargo, una crisis de esta magnitud no puede ser obra de unos cuantos malhechores, y ese no fue el caso. Al mismo tiempo, la amplitud de esta crisis no significa que "todo el mundo tiene la culpa"; muchas empresas e individuos no participaron en los excesos que engendraron el desastre.
Sí fincamos especial responsabilidad en los dirigentes públicos encargados de la protección de nuestro sistema financiero, los encargados de dirigir nuestros organismos reguladores, y los directores ejecutivos de las empresas cuyas bancarrotas nos llevaron a la crisis. Estos individuos procuraron y aceptaron puestos de gran responsabilidad y compromiso. La actitud de los altos mandos sí importa, y en este caso, nos defraudaron. Ninguno dijo "no".
Pero como nación, también debemos aceptar la responsabilidad por lo que permitimos que sucediera. Colectivamente, pero ciertamente no de forma unánime, consentimos o adoptamos un sistema, un conjunto de directrices y acciones, que dieron origen a nuestra situación actual.
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ESTE INFORME DESCRIBE LOS ACONTECIMIENTOS y el sistema que propulsó a nuestra nación hacia la crisis. La compleja maquinaria de nuestros mercados financieros tiene muchos engranajes esenciales, algunos de los cuales jugaron un papel fundamental cuando se desenvolvió la crisis y se profundizó. Aquí presentamos nuestras conclusiones sobre componentes específicos del sistema que creemos que han contribuido significativamente al desplome financiero.
· Llegamos a la conclusión de que el derrumbe de las normas para préstamo hipotecario y los conductos de la bursatilización de las hipotecas encendieron y esparcieron la llama del contagio de la crisis. Cuando cayeron los precios de las viviendas y los deudores de las hipotecas entraron en incumplimiento, las luces empezaron a debilitarse en Wall Street. Este informe cataloga la corrosión de las normas para préstamos hipotecario y los conductos de la bursatilización que transportó hipotecas tóxicas de los vecindarios de un extremo a otro de los Estados Unidos a los inversionistas de todo el mundo.
Muchos prestamistas hipotecarios fijaron el tope tan bajo que simplemente basaron las calificaciones de ansiosos aspirantes a crédito en la fe, a menudo sin tomar en cuenta para nada la capacidad de pago de los aspirantes. Cerca de un cuarto de todas las hipotecas creadas en la primera mitad de 2005 fueron préstamos que abonaban sólo intereses. Durante el mismo año, 68% de los préstamos de abono variable (“opción ARM”) originados por Countrywide y Washington Mutual tenían como requisitos poca o ninguna documentación.
Estas pautas no eran secretas. En tanto que se volvía más común la práctica de otorgar créditos irresponsablemente, incluyendo prácticas depredadoras y fraudulentas, la Reserva Federal y otros organismos reguladores y autoridades escucharon advertencias provenientes de muchos círculos. Sin embargo la Reserva Federal descuidó su misión de “asegurar la seguridad y solidez del sistema bancario y financiero de la nación, y proteger los derechos crediticios de los consumidores”. No construyó el muro de contención antes de que fuera demasiado tarde. Y la Contraloría de la Moneda y la Dirección de Supervisión de Entidades de Ahorro y Préstamo (Office of Thrift Supervision, OTS), al verse envueltas en luchas internas por el control, obstaculizaron a los reguladores estatales el refrenar los abusos.
Aunque muchas de estas hipotecas se mantuvieron en los libros de los bancos, la mayor parte del dinero vino de inversionistas de todo el mundo que pedían a gritos meter su dinero en los recién creados títulos relacionados con hipotecas. A las instituciones financieras, los inversionistas y a los reguladores por igual les parecía que se había conquistado el riesgo: los inversionistas poseían títulos con altas calificaciones que pensaban que era seguro que iban a dar rendimientos; los bancos pensaban que habían sacado de sus libros los créditos más riesgosos; y los reguladores veían que las compañías obtenían ganancias y que los costos de los créditos se habían reducido. Pero cada paso en el conducto de la bursatilización de las hipotecas dependía del siguiente paso para permitir que continuara la demanda. De los especuladores que aventaban casas a los corredores hipotecarios que exploraban los créditos, a los prestamistas que emitían las hipotecas, a las compañías financieras que creaban los títulos relacionados con hipotecas, las obligaciones con colateral (CDO, por sus siglas en inglés), los CDO al cuadrado y los CDO sintéticos: nadie en este conducto de hipotecas tóxicas tenía suficiente que perder. Todos ellos creían que le podían descargar los riesgos al instante a la siguiente persona en la línea. Se equivocaban. Cuando los deudores dejaron de hacer sus pagos hipotecarios, las pérdidas –amplificadas por los derivados- se diseminaron rápidamente por todo el conducto. Al final, resultó que esas pérdidas se concentraron en un conjunto de instituciones financieras sistémicamente importantes.
Al final, el sistema que creó tan eficientemente millones de hipotecas, ha resultado ser muy difícil de desenrollar. Su complejidad ha creado barreras para modificar las hipotecas de modo que las familias puedan permanecer en sus hogares, y ha creado más incertidumbre sobre la fortaleza del mercado inmobiliario y las instituciones financieras.
· Llegamos a la conclusión de que los derivados extrabursátiles (OTC) contribuyeron significativamente a esta crisis. La promulgación en el año 2000 de la legislación para prohibir la regulación de los derivados fuera del ámbito bursátil (OTC) tanto por el gobierno federal como por los gobiernos estatales, fue un momento crucial en el rumbo hacia la crisis financiera.
Desde las compañías financieras hasta las empresas, los agricultores y los inversionistas, han empleado los derivados para compensar, o para especular, con los cambios en los precios, tasas o índices, o incluso acontecimientos tales como incumplimientos potenciales de las deudas. Sin embargo, sin ninguna supervisión, los derivados OTC se dispararon fuera de control y fuera de visibilidad, creciendo hasta los $673 billones de dólares a nivel nacional. Este informe explica el apalancamiento sin control; la falta de transparencia, de requerimientos de capital y de garantías; especulación; interconexiones entre compañías; y concentraciones de riesgo en este mercado.
Los derivados OTC contribuyeron a la crisis en tres formas importantes. Primero, un tipo de derivado –la permuta de incumplimiento crediticio (CDS)-- alimentó el conducto de la bursatilización de las hipotecas. Se vendieron CDS a los inversionistas para protegerse en contra del incumplimiento o la baja en el valor de los títulos relacionados con hipotecas respaldados en créditos riesgosos. Las compañías vendieron protección –de alrededor de $79,000 millones, en el caso de AIG-- a los que invertían en estos modernos títulos hipotecarios, ayudando a lanzar y expandir el mercado, y, a su vez, a alimentar más la burbuja inmobiliaria.
Segundo, los CDS fueron esenciales para la creación de los CDO sintéticos. Estos CDO sintéticos eran simples apuestas sobre el rendimiento de los títulos relacionados con hipotecas reales. Los CDO amplificaron las pérdidas del desplome de la burbuja inmobiliaria al permitir múltiples apuestas sobre los mismos títulos, y ayudaron a esparcirlos por todo el sistema financiero. Tan sólo Goldman Sachs empaquetó y vendió $73,000 millones de dólares en CDO sintéticos del 1° de julio del 2004 al 31 de mayo del 2007. CDO sintéticos creados por Goldman se referían a más de 3,400 títulos hipotecarios, y 610 de ellos eran referidos por lo menos dos veces, sin contar cuántas veces se podía haber hecho referencia a esos títulos en CDO sintéticos creados por otras compañías.
Finalmente, cuando la burbuja inmobiliaria reventó y a esto siguió la crisis, los derivados estaban en el centro de la tormenta. AIG, a la que no se le había pedido que apartara reservas de capital como un colchón para proteger lo que estaba vendiendo, fue rescatada cuando no pudo cumplir con sus obligaciones. Finalmente, el gobierno asignó más de $180,000 millones de dólares debido a preocupaciones de que el derrumbe de AIG dispararía pérdidas en cascada por todo el sistema financiero mundial. Además, la existencia de millones de contratos de derivados de todos tipos entre instituciones financieras sistémicamente importantes –no vistos ni conocidos en este mercado no regulado-- contribuyó a la incertidumbre e intensificó el pánico, ayudando a precipitar la ayuda del gobierno a esas instituciones.
· Llegamos a la conclusión de que las fallas de las agencias calificadoras de crédito fueron piezas esenciales en el engranaje de la destrucción financiera. Las tres agencias calificadoras de crédito fueron habilitadoras decisivas de la desintegración financiera. Los títulos relacionados con hipotecas que estaban en el centro de la crisis, no se podrían haber comercializados ni vendidos sin su sello de aprobación. Los inversionistas confiaban en ellas, a menudo ciegamente. En algunos casos, se les obligó a emplearlas, o las normas de regulación de capital dependían de ellas. La crisis no podría haber sucedido sin las agencias calificadoras. Sus calificaciones ayudaron a que el mercado creciera vertiginosamente, y sus descalificaciones durante el 2007 y el 2008 hicieron estragos en todos los mercados y compañías. En nuestro informe se leerá sobre los desgloses de Moody’s, examinados por la Comisión como un estudio ejemplar. Del 2000 al 2007, Moody’s calificó como triple A cerca de 45,000 títulos relacionados con hipotecas. Esto se compara con seis compañías del sector privado en Estados Unidos que lograron esta codiciada calificación a principios del 2010. Tan solo en el 2006, Moody’s puso su sello de aprobación triple A en 30 títulos relacionados con hipotecas cada día hábil. Los resultados fueron desastrosos: 83% de los títulos hipotecarios calificados como triple A ese año, al final fueron descalificados.
También se leerá sobre las fuerzas que operaban detrás de los desgloses en Moody’s, como los modelos de computadora viciados, la presión de las compañías financieras que pagaban por las calificaciones, la incesante búsqueda de la participación en el mercado, la falta de recursos para hacer el trabajo a pesar de las ganancias récord, y la ausencia de una supervisión pública significativa. Y se verá que sin la participación activa de las agencias calificadoras, el mercado de los títulos relacionados con hipotecas no podría haber sido lo que llegó a ser.
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HAY MUCHAS VISIONES CONTRADICTORIAS sobre las causas de esta crisis. A este respecto, la Comisión se ha esforzado por abordar las preguntas clave que se nos plantearon. Aquí discutimos tres: disponibilidad de capital y liquidez excedente, el papel de Fannie Mae y Freddie Mac (las empresas patrocinadas por el gobierno), y la política de vivienda del gobierno.
Primero, sobre el asunto de liquidez excedente: En nuestro informe, esbozamos las políticas monetarias y los flujos de capital durante los años que antecedieron a la crisis. Bajas tasas de interés, capital disponible ampliamente e inversionistas internacionales en busca de poner su dinero en activos de bienes raíces en Estados Unidos, fueron prerrequisitos para la creación de una burbuja crediticia. Esas condiciones crearon mayores riesgos, que los participantes en el mercado debieron haber reconocido, así como los formuladores de políticas y los reguladores. Sin embargo, la conclusión de la Comisión es que la liquidez excedente no es necesario que cause una crisis. Fueron las fallas esbozadas arriba –incluyendo el no refrenar de forma efectiva los excesos en los mercados hipotecarios y financieros-- las causas principales de esta crisis. De hecho, la disponibilidad de capital a buen precio –tanto exterior como interno-- es una oportunidad para la expansión económica y el crecimiento si se estimula que fluya en direcciones productivas.
Segundo, examinamos el papel de las empresas patrocinadas por el gobierno, y la Comisión tomó el caso de Fannie Mae como ejemplo para su estudio en esta área. Estas empresas patrocinadas por el gobierno tenían un modelo de negocio profundamente defectuoso como empresas que cotizan en bolsa con el apoyo implícito y los subsidios del gobierno federal y con una misión pública. Su exposición de $5 billones a hipotecas y su posición en el mercado fueron importantes. En 2005 y 2006, decidieron incrementar su compra y garantía de hipotecas riesgosas, justo cuando el mercado inmobiliario estaba llegando a su apogeo. Por décadas usaron su poder político para protegerse de la regulación efectiva y la supervisión, gastando $164 millones de dólares en cabildeo de 1999 a 2008. Se vieron afectadas por muchas de las mismas fallas de manejo empresarial y minimización de riesgos que la Comisión descubrió en muchas otras compañías financieras. Para el tercer trimestre del 2010, el Departamento del Tesoro había suministrado $151,000 millones de dólares en ayuda financiera para mantenerlas a flote.
Concluimos que estas dos entidades contribuyeron a la crisis, pero no fueron una causa principal. En gran medida, los títulos hipotecarios de estas empresas patrocinadas por el gobierno esencialmente mantuvieron su valor a lo largo de la crisis, y no contribuyeron a las importantes pérdidas de las compañías financieras que jugaron un papel central para la crisis financiera.
Estas empresas patrocinadas por el gobierno participaron en la expansión de las hipotecas de alto riesgo y otras similares, pero más bien siguieron, y no condujeron a Wall Street y otras entidades de crédito en la fiebre por el oro de los tontos. Compraron los títulos respaldados en hipotecas (MBS) mejor calificados no pertenecientes a las empresas patrocinadas por el gobierno, y su participación en este mercado añadió helio a la burbuja inmobiliaria, pero esas adquisiciones nunca representaron una mayoría en el mercado. Esas adquisiciones representaron 10.5% de los títulos respaldados en hipotecas no pertenecientes a las empresas patrocinadas por el gobierno en el 2001, llegando hasta el 40% de la participación en el 2004, y retrocediendo hasta el 28% para el 2008. Relajaron sus criterios de subscripción de títulos para adquirir o garantizar prestamos y títulos afines más riesgosos para satisfacer las expectativas de crecimiento de los analistas de la bolsa de valores y los inversionistas, para recuperar la participación en el mercado, y para asegurar una compensación generosa para sus ejecutivos y empleados, justificando sus actividades en la amplia y continua política pública de apoyo a la propiedad de vivienda.
La Comisión también investigó el desempeño de los créditos comprados o garantizados por Fannie y Freddie. Aunque estos generaron pérdidas considerables, la tasa de morosidad para los créditos de las empresas patrocinadas por el gobierno fue considerablemente menor que en los créditos titulizados por otras compañías financieras. Por ejemplo, datos compilados por la Comisión para un subconjunto de prestatarios con similar calificación crediticia –calificación por debajo de 660-- muestran que para finales de 2008, las hipotecas pertenecientes a las empresas patrocinadas por el gobierno tenían mucho menos probabilidad de ser seriamente morosas que las hipotecas bursatilizadas de las empresas no patrocinadas por el gobierno: 6.2% vs. 28.3%.
También estudiamos a detalle cómo las metas de vivienda accesible para las empresas patrocinadas por el gobierno fijadas por el Departamento de Vivienda y Desarrollo Urbano de EU (HUD, por sus siglas en inglés) afectaron su inversión en hipotecas de riesgo. Basados en la evidencia y las entrevistas con docenas de individuos involucrados en este ramo, determinamos que esas metas contribuyeron sólo marginalmente a la participación de Fannie y Freddie en esas hipotecas.
Finalmente, respecto a si las políticas gubernamentales de vivienda fueron una causa primordial de la crisis: Por décadas, la política gubernamental ha estimulado la propiedad de vivienda a través de un conjunto de iniciativas, programas de asistencia y disposiciones. Estas políticas fueron implementadas y promovidas por varios gobiernos y congresos; de hecho, tanto el presidente Bill Clinton como el presidente George W. Bush establecieron metas agresivas para incrementar la propiedad de vivienda.
Al llevar a cabo nuestra investigación, echamos una cuidadosa ojeada a las metas de vivienda accesible del HUD, anteriormente citadas, y a la Ley de Reinversión Comunitaria (CRA, en inglés). La CRA se promulgó en 1977 para combatir el “redlining” por parte de los bancos, la práctica de negar créditos a individuos y negocios en ciertos vecindarios sin considerar su capacidad crediticia.
La CRA exige a bancos y entidades de ahorro y préstamo dar crédito, invertir y proporcionar servicios consistentes con la seguridad y solidez de los bancos a las comunidades de las que toman depósitos.
La Comisión concluye que la CRA no fue un factor significativo en los créditos de alto riesgo o en la crisis. Muchas entidades crediticias de alto riesgo no estaban sujetas a la CRA. La investigación indica que sólo el 6% de los créditos de alto costo –un indicador de los créditos de alto riesgo-- tenía alguna conexión con la ley. Los créditos hechos por entidades crediticias reguladas por la CRA en los vecindarios en los que se les exigió prestar, tenían la mitad de probabilidad de caer en incumplimiento que los créditos similares emitidos en los mismos vecindarios por creadores independientes de hipotecas no sujetos a la ley.
Sin embargo, hacemos la siguiente observación sobre las políticas de vivienda del gobierno: fallaron en este sentido. Como nación, establecimos metas ambiciosas de vivienda con el deseo de extender crédito a familias a quienes previamente se había negado el acceso a los mercados financieros. Sin embargo el gobierno no pudo asegurar que la filosofía de la oportunidad correspondía con las realidades prácticas en el terreno. Se observa de nuevo la falla de la Reserva Federal y otros reguladores de no refrenar los préstamos irresponsables. La propiedad de vivienda alcanzó su punto máximo en la primavera del 2004, y después empezó a declinar. De ese momento en adelante, hablar de oportunidad estaba trágicamente en desacuerdo con la realidad de un desastre financiero en ciernes.
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CUANDO ESTA COMISIÓN empezó su trabajo, hace 18 meses, algunos creyeron que los acontecimientos del 2008 y sus consecuencias habrían quedado muy atrás para el momento en que publicáramos este informe. Sin embargo, más de dos años después de que el gobierno federal intervino de una forma sin precedentes en nuestros mercados financieros, nuestro país aún se halla luchando con las secuelas de la calamidad. Nuestro sistema financiero está, en muchos aspectos, sin cambio alguno respecto a lo que existía la víspera de la crisis. De hecho, tras la crisis, el sector financiero de Estados Unidos está más concentrado que nunca en las manos de unas cuantas grandes instituciones, sistemáticamente importantes.