Editorial
Un momento de esperanza. . . sin regreso
El éxito sorprendente de Lyndon LaRouche en su lucha
por la Iniciativa de Defensa Estratégica (IDE),
que quedó de manifiesto en la reunión de Putin y Bush
en Kennebunkport, con todo lo provisional que es,
debe infundirle a toda persona pensante una pizca de
esperanza. A la proverbial última hora, se ha despejado
el camino para la cooperación, en vez de la guerra,
entre las dos principales potencias nucleares del mundo,
e incluso para que ambas se comprometan a compartir
con el Tercer Mundo su tecnología nuclear para
salvar vidas.
Igual de drástica fue la demostración en Kennebunkport
el 1 y 2 de julio, de que el presidente George
W. Bush, cuando se le despega de su titiritero Dick
Cheney para someterlo a lo que muchos analistas han
descrito como “supervisión adulta”, puede discurrir de
manera razonable.
¡Ya no hay tiempo que perder! Junto con la oferta
del Gobierno ruso a Estados Unidos en cuanto al gran
proyecto del túnel del estrecho de Bering, que uniría
los dos hemisferios del mundo a través de las aguas
que dividen a Siberia de Alaska, las pláticas de Kennebunkport
le dan esperanza a toda la humanidad; se avizora
un futuro por el cual luchar.
Pero hay un obstáculo gigantesco, el “viciopresidente”
estadounidense Dick Cheney.
Sus crímenes son demasiado conocidos como para
listarlos aquí. Son tan conocidos, que más de 54% de
la población estadounidense, según una encuesta reciente,
apoya su enjuiciamiento y destitución. Entre
los demócratas, esta cifra asciende a 76%. Los republicanos
y los demócratas por igual saben muy bien que
él usa su poder y el terror contra todo el que se atraviesa
en su camino, y que su dominio en el Gobierno de
Bush destruye casi todo lo que toca, incluso al Partido
Republicano.
No obstante, ¡hasta ahora ni los demócratas ni
los republicanos se han decidido a botar a Cheney!
Sólo 12 congresistas se han sumado a la propuesta
del senador Dennis Kucinich para enjuiciarlo. Muchos
otros admiten que sus bases claman por el juicio
político, pero parece importarles un comino la
voz de quienes los eligieron.
Parte de esta cobardía es consecuencia de la presión
que ejercen sobre la dirigencia demócrata los
amigos y mecenas —de la ralea de Rohatyn— de la
presidenta de la Cámara Nancy Pelosi, quien insiste
que hay que olvidarse del enjuiciamiento. Se ha amenazado
con un corte a los fondos de campaña, así que
los congresistas se han alineado.
Aun más cínicos son aquellos demócratas que alegan
que sacar a Cheney “dañaría al partido”, porque
Bush podría nombrar a un vicepresidente cuerdo que
ganaría cierta ventaja para conseguir la presidencia en
2008. Semejante razonamiento sencillamente desatiende
el bienestar de la población, tanto de Estados
Unidos como del mundo, al condenarla a las consecuencias
de las nuevas guerras y el poder dictatorial de
Cheney. Como ya hemos preguntado antes, ¿qué te
hace pensar que habrá una elección en 2008 con Cheney
aún en el poder?
Del lado republicano, la raíz del problema también
es la cobardía. Como indican sus declaraciones
contra la guerra en Iraq, muchos republicanos reconocen
que Cheney está llevando al mundo al desastre.
Sin embargo, como en el caso del combate a la
política de tortura del gobierno y cosas parecidas, al
topar con la intransigencia y las amenazas de Cheney,
estos honorables senadores y congresistas se
echan para atrás.
Ahora estamos llegando a un momento que no tiene
regreso. Los demócratas y republicanos cuerdos no
tienen tiempo que perder; ¡deben botar a Cheney de
inmediato!
Estamos en un momento único de la historia en el
que, ante la desintegración del sistema y la propagación
de la guerra, tenemos las ideas que pueden evitar
el desastre. Aunque esas ideas vengan de un “entrometido”
como LaRouche, las están acogiendo ciertos individuos
en la Presidencia de Estados Unidos y en el
ámbito internacional, al grado que es posible que prosperen.
Ahora le toca al Congreso —bajo la presión
acuciante del pueblo estadounidense— hacer su trabajo.
¡Cheney se tiene que ir!
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