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Resumen electrónico de EIR, Vol.XXIV, núm. 11
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Cheney quiere que Irán arda en guerra

por Helga Zepp-LaRouche

ABCNews.com informó el 22 de mayo que el presidente estadounidense George Bush le ha dado manga ancha a la CIA para emprender operaciones encubiertas contra Irán, con el propósito de derrocar al gobierno de ese país. La orden autoriza a la CIA a llevar a cabo campañas de desinformación, manipular la moneda iraní, reclutar a opositores del régimen y llevar a cabo operaciones financieras internacionales. El cerebro de esta operación, que casi equivale a una declaración de guerra, sería Elliot Abrams, convicto en 1981 por mentirle al Congreso de Estados Unidos, y quien luego fue indultado por el entonces presidente George Bush padre.

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El portaaviones USS Stennis encabeza una flotilla en el golfo Pérsico, en un despliegue de fuerza para provocar a Irán. (Foto: especialista Ron Reeves/Armada de EU)

Al mismo tiempo, dos flotillas de ataque, encabezadas por portaaviones, con 17.000 infantes de marina a bordo, cruzaron el estrecho de Hormuz sin aviso previo a Irán, mientras que en Iraq los insurgentes preparaban más emboscadas sangrientas con la intención de volcar la opinión pública de EU en contra de la guerra. Esto último fácilmente podría resultar contraproducente, en el sentido de que podría emplearse como un pretexto más para emprender una guerra contra Irán. El polvorín ya está por estallar; lo único que hace falta es la proverbial chispa, y podríamos vernos sumidos en una conflagración mundial asimétrica.

Steve Clemons, un perito en la materia, escribió en su bitácora de internet Washington Note, que el vicepresidente Dick Cheney supuestamente está tratando de sacarle la vuelta a la política de Bush, de sólo emplear medios encubiertos y diplomáticos para cambiar el régimen de Irán, y más bien crear las condiciones para un ataque militar. De ser cierto esto, la necesidad de someter a Cheney a un juicio político se hace más urgente.

Un frente contra Rusia

En otro suceso con nexos intrínsecos a lo que está pasando en el golfo Pérsico, el viceprimer ministro ruso Serguéi Ivanov dijo en una conferencia de prensa que Moscú ha suspendido el tratado de reducción de fuerzas convencionales en Europa. La decisión viene sobre todo por la provocación de Occidente de instalar un sistema antiproyectiles casi directamente en la frontera con Rusia. Ningún ruso se cree el cuento de que EU necesita ese sistema en Polonia y la República Checa para protegerse de Norcorea e Irán, pero no es difícil creer que esos silos fácilmente pueden convertirse para tirar armas atómicas que podrían caer sobre Moscú tres minutos después de lanzarse.

Ivanov también dijo en la rueda de prensa que Rusia ya no permitirá ninguna tropa extranjera en su territorio ni avisará de movimientos de tropas al interior del país, y que, a partir de julio, empezará a instalar un sistema de defensa aérea alrededor de Moscú con los más modernos proyectiles tierra–aire S–4000. Moscú amenaza con repudiar totalmente el tratado de reducción de fuerzas convencionales en Europa, de no ratificarlo los Estados miembros de la OTAN.

El presidente ruso Vladimir Putin ha comparado la propuesta del sistema antiproyectiles con la idea de poner proyectiles Pershing II en Alemania en 1983. EU ha hecho oídos sordos a esta queja y, más bien, el 25 de mayo hizo una prueba del sistema que piensa instalar en Europa Oriental, al lanzar un proyectil desde Alaska para que supuestamente fuera derribado por un proyectil defensivo lanzado desde California. No es de sorprender, entonces, que Serguéi Rogov, presidente del Instituto Rusia–EU–Canadá, advirtiera que la alianza estratégica entre Washington y Moscú ha fracasado y que nos encontramos en los albores de una nueva Guerra Fría.

Durante meses hemos visto en Occidente una campaña creciente en contra del presidente Putin, en la que participan políticos neoconservadores, órganos de difusión, organizaciones no gubernamentales y centros ideológicos. Se difama a Putin de dictador, de permitir el asesinato de periodistas, de abandonar la democracia, etc. Lo que en realidad les preocupa a los autores de esta campaña es que Putin ha empezado a defender los intereses de Rusia, luego de que éstos fueron echados por la borda por el clan de Boris Yeltsin en los 1990 en aras de las oligarquías de Oriente y Occidente, cuando vendieron el patrimonio nacional a precios de ganga a empresas occidentales, mientras que los notorios oligarcas rusos se hicieron multimillonarios de la noche a la mañana.

Lo que antes era invisible ahora es obvio: la expansión de la OTAN hacia el este no ha mejorado la seguridad de sus Estados miembro, sino todo lo contrario. Para Moscú es claro que la exclusión sistemática de Rusia de la expansión de la OTAN a la región que antes era del Pacto de Varsovia, la instalación de bases militares occidentales en Asia Central como centros de apoyo aéreo, y de depósitos para fuerzas de ataque estadounidenses en Rumania y Bulgaria, corresponde a una estrategia de contención y envolvimiento, cuyo objetivo último es destruir la integridad del territorio ruso mismo.

La población de Europa Oriental, y de la propia Rusia, esperaba mucho de Occidente tras la caída del comunismo en 1989–1991. Pero la experiencia de los 1990 les agrió el ánimo. Hoy 80% de la población rusa apoya al presidente Putin, y desde 2004, a más tardar, ya no se ve a la Unión Europea como un vehículo inocuo de la expansión de Occidente hacia el este, sino como un instrumento de presión para una política imperial, debido a su apoyo a las distintas “revoluciones de color” y toda la doctrina en la que se sustentan, de intervención “humanitaria” y soberanía limitada, de tales ideólogos de la UE como Robert Cooper y su teoría de “un nuevo imperialismo liberal”. No es tan sólo la alianza estratégica entre EU y Rusia la que está hecha añicos, sino también la porcelana de la relación entre Rusia y la Unión Europea.

El error de la Merkel

Lo más lamentable es que la canciller alemana Ángela Merkel ni siquiera ha sabido conservar el legado que le dejó su predecesor Gerhard Schröder en cuanto a las relaciones ruso–germanas. En vez de usar la presidencia alemana de la Unión Europea para imprimirle un cariz germano a sus políticas, ella, como dicen en Sajonia, se puso más papista que el papa. Ya no es el caso que en Berlín “la canciller decida la línea política”, sino que “Bruselas demuele la política exterior e interna de Alemania”.

Por desgracia, la declaración del Gobierno de la Merkel para la reunión cumbre del Grupo de los 8 en Alemania, que tendría lugar del 6 al 8 de junio, no ofrecía muchas esperanzas de que alguien pudiera presentar “soluciones a los grandes desafíos que enfrenta la humanidad”, como ella declaró. Primero, porque ello garantizaría la paz mundial, lo que no es posible si no cambia la composición del Gobierno de Washington, y, segundo, porque sólo puede lograrse con un Nuevo Bretton Woods para sobreponerse al crac en ciernes del sistema, y no a través de “una mayor liberalización del comercio mundial”, la “eliminación de barreras proteccionistas”, “la batalla contra los productos falsificados y la piratería”, y “una mejor protección climatológica”. Ni aun con los mejores trucos de relaciones públicas podrá lograr la globalización un rostro humano; tiene que abolirse y dar lugar a la cooperación entre naciones soberanas orientadas hacia el bienestar general.

Con el presente equilibrio de poder en el mundo, las iniciativas necesarias para enfrentar los grandes desafíos de la humanidad no vendrán ni de la Unión Europea ni del Grupo de los 8, en los que se cuentan la UE, Japón, Estados Unidos y Rusia. Una solución fuere posible sólo si las cuatro naciones más fuertes —Rusia, China, India y un Estados Unidos que haya retomado la tradición de Franklin Roosevelt— se unieran en torno a un nuevo orden económico internacional justo. El primer paso en este sentido lo dio Rusia, con la reciente conferencia internacional que auspició sobre la construcción de un túnel que cruce el estrecho de Bering, un componente clave del Puente Terrestre Eurasiático que propone Lyndon LaRouche. De hecho, una de las principales ponencias que se presentó en dicha conferencia fue la de LaRouche (ver nuestra edición de la 1ª quincena de junio de 2007).

Para Alemania, esta perspectiva programática es vital, y para ello es necesario aliarse con el verdadero Estados Unidos y con la tradición de la Revolución Americana de Lincoln y Franklin Roosevelt, y defender y levantar la conexión positiva que hay entre Alemania y Rusia en la tradición de la colaboración entre los reformistas prusianos y Rusia en la guerra contra Napoleón, de Bismarck y, en épocas recientes, entre Schröder y Putin. En estos momentos el BüSo, el Movimiento de Derechos Civiles Solidaridad que esta autora preside en Alemania, es el único partido que plantea una política semejante.