Internacional
Cheney quiere que Irán arda en
guerra
por Helga
Zepp-LaRouche
ABCNews.com informó el
22 de mayo que el presidente estadounidense George Bush le ha dado manga ancha a
la CIA para emprender operaciones encubiertas contra Irán, con el
propósito de derrocar al gobierno de ese país. La orden autoriza a
la CIA a llevar a cabo campañas de desinformación, manipular la
moneda iraní, reclutar a opositores del régimen y llevar a cabo
operaciones financieras internacionales. El cerebro de esta operación,
que casi equivale a una declaración de guerra, sería Elliot
Abrams, convicto en 1981 por mentirle al Congreso de Estados Unidos, y quien
luego fue indultado por el entonces presidente George Bush
padre.
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El portaaviones USS Stennis encabeza una flotilla en el golfo Pérsico, en un despliegue de fuerza para provocar a Irán. (Foto: especialista Ron Reeves/Armada de EU)
Al mismo tiempo, dos flotillas de
ataque, encabezadas por portaaviones, con 17.000 infantes de marina a bordo,
cruzaron el estrecho de Hormuz sin aviso previo a Irán, mientras que en
Iraq los insurgentes preparaban más emboscadas sangrientas con la
intención de volcar la opinión pública de EU en contra de
la guerra. Esto último fácilmente podría resultar
contraproducente, en el sentido de que podría emplearse como un pretexto
más para emprender una guerra contra Irán. El polvorín ya
está por estallar; lo único que hace falta es la proverbial
chispa, y podríamos vernos sumidos en una conflagración mundial
asimétrica.
Steve Clemons, un perito
en la materia, escribió en su bitácora de internet Washington
Note, que el vicepresidente Dick Cheney
supuestamente está tratando de sacarle la vuelta a la política de
Bush, de sólo emplear medios encubiertos y diplomáticos para
cambiar el régimen de Irán, y más bien crear las
condiciones para un ataque militar. De ser cierto esto, la necesidad de someter
a Cheney a un juicio político se hace más
urgente.
Un frente contra
Rusia
En otro suceso con nexos
intrínsecos a lo que está pasando en el golfo Pérsico, el
viceprimer ministro ruso Serguéi Ivanov dijo en una conferencia de prensa
que Moscú ha suspendido el tratado de reducción de fuerzas
convencionales en Europa. La decisión viene sobre todo por la
provocación de Occidente de instalar un sistema antiproyectiles casi
directamente en la frontera con Rusia. Ningún ruso se cree el cuento de
que EU necesita ese sistema en Polonia y la República Checa para
protegerse de Norcorea e Irán, pero no es difícil creer que esos
silos fácilmente pueden convertirse para tirar armas atómicas que
podrían caer sobre Moscú tres minutos después de
lanzarse.
Ivanov también dijo en la
rueda de prensa que Rusia ya no permitirá ninguna tropa extranjera en su
territorio ni avisará de movimientos de tropas al interior del
país, y que, a partir de julio, empezará a instalar un sistema de
defensa aérea alrededor de Moscú con los más modernos
proyectiles tierra–aire S–4000. Moscú amenaza con repudiar
totalmente el tratado de reducción de fuerzas convencionales en Europa,
de no ratificarlo los Estados miembros de la
OTAN.
El presidente ruso Vladimir Putin ha
comparado la propuesta del sistema antiproyectiles con la idea de poner
proyectiles Pershing II en Alemania en 1983. EU ha hecho oídos sordos a
esta queja y, más bien, el 25 de mayo hizo una prueba del sistema que
piensa instalar en Europa Oriental, al lanzar un proyectil desde Alaska para que
supuestamente fuera derribado por un proyectil defensivo lanzado desde
California. No es de sorprender, entonces, que Serguéi Rogov, presidente
del Instituto Rusia–EU–Canadá, advirtiera que la alianza
estratégica entre Washington y Moscú ha fracasado y que nos
encontramos en los albores de una nueva Guerra
Fría.
Durante meses hemos visto en
Occidente una campaña creciente en contra del presidente Putin, en la que
participan políticos neoconservadores, órganos de difusión,
organizaciones no gubernamentales y centros ideológicos. Se difama a
Putin de dictador, de permitir el asesinato de periodistas, de abandonar la
democracia, etc. Lo que en realidad les preocupa a los autores de esta
campaña es que Putin ha empezado a defender los intereses de Rusia, luego
de que éstos fueron echados por la borda por el clan de Boris Yeltsin en
los 1990 en aras de las oligarquías de Oriente y Occidente, cuando
vendieron el patrimonio nacional a precios de ganga a empresas occidentales,
mientras que los notorios oligarcas rusos se hicieron multimillonarios de la
noche a la mañana.
Lo que antes era
invisible ahora es obvio: la expansión de la OTAN hacia el este no ha
mejorado la seguridad de sus Estados miembro, sino todo lo contrario. Para
Moscú es claro que la exclusión sistemática de Rusia de la
expansión de la OTAN a la región que antes era del Pacto de
Varsovia, la instalación de bases militares occidentales en Asia Central
como centros de apoyo aéreo, y de depósitos para fuerzas de ataque
estadounidenses en Rumania y Bulgaria, corresponde a una estrategia de
contención y envolvimiento, cuyo objetivo último es destruir la
integridad del territorio ruso mismo.
La
población de Europa Oriental, y de la propia Rusia, esperaba mucho de
Occidente tras la caída del comunismo en 1989–1991. Pero la
experiencia de los 1990 les agrió el ánimo. Hoy 80% de la
población rusa apoya al presidente Putin, y desde 2004, a más
tardar, ya no se ve a la Unión Europea como un vehículo inocuo de
la expansión de Occidente hacia el este, sino como un instrumento de
presión para una política imperial, debido a su apoyo a las
distintas “revoluciones de color” y toda la doctrina en la que se
sustentan, de intervención “humanitaria” y soberanía
limitada, de tales ideólogos de la UE como Robert Cooper y su
teoría de “un nuevo imperialismo liberal”. No es tan
sólo la alianza estratégica entre EU y Rusia la que está
hecha añicos, sino también la porcelana de la relación
entre Rusia y la Unión Europea.
El error de la
Merkel
Lo más lamentable es que la
canciller alemana Ángela Merkel ni siquiera ha sabido conservar el legado
que le dejó su predecesor Gerhard Schröder en cuanto a las
relaciones ruso–germanas. En vez de usar la presidencia alemana de la
Unión Europea para imprimirle un cariz germano a sus políticas,
ella, como dicen en Sajonia, se puso más papista que el papa. Ya no es el
caso que en Berlín “la canciller decida la línea
política”, sino que “Bruselas demuele la política
exterior e interna de Alemania”.
Por
desgracia, la declaración del Gobierno de la Merkel para la
reunión cumbre del Grupo de los 8 en Alemania, que tendría lugar
del 6 al 8 de junio, no ofrecía muchas esperanzas de que alguien pudiera
presentar “soluciones a los grandes desafíos que enfrenta la
humanidad”, como ella declaró. Primero, porque ello
garantizaría la paz mundial, lo que no es posible si no cambia la
composición del Gobierno de Washington, y, segundo, porque sólo
puede lograrse con un Nuevo Bretton Woods para sobreponerse al crac en ciernes
del sistema, y no a través de “una mayor liberalización del
comercio mundial”, la “eliminación de barreras
proteccionistas”, “la batalla contra los productos falsificados y la
piratería”, y “una mejor protección
climatológica”. Ni aun con los mejores trucos de relaciones
públicas podrá lograr la globalización un rostro humano;
tiene que abolirse y dar lugar a la cooperación entre naciones soberanas
orientadas hacia el bienestar general.
Con el
presente equilibrio de poder en el mundo, las iniciativas necesarias para
enfrentar los grandes desafíos de la humanidad no vendrán ni de la
Unión Europea ni del Grupo de los 8, en los que se cuentan la UE,
Japón, Estados Unidos y Rusia. Una solución fuere posible
sólo si las cuatro naciones más fuertes —Rusia, China, India
y un Estados Unidos que haya retomado la tradición de Franklin
Roosevelt— se unieran en torno a un nuevo orden económico
internacional justo. El primer paso en este sentido lo dio Rusia, con la
reciente conferencia internacional que auspició sobre la
construcción de un túnel que cruce el estrecho de Bering, un
componente clave del Puente Terrestre Eurasiático que propone Lyndon
LaRouche. De hecho, una de las principales ponencias que se presentó en
dicha conferencia fue la de LaRouche (ver nuestra edición de la 1ª
quincena de junio de 2007).
Para Alemania,
esta perspectiva programática es vital, y para ello es necesario aliarse
con el verdadero Estados Unidos y con la tradición de la
Revolución Americana de Lincoln y Franklin Roosevelt, y defender y
levantar la conexión positiva que hay entre Alemania y Rusia en la
tradición de la colaboración entre los reformistas prusianos y
Rusia en la guerra contra Napoleón, de Bismarck y, en épocas
recientes, entre Schröder y Putin. En estos momentos el BüSo, el
Movimiento de Derechos Civiles Solidaridad que esta autora preside en Alemania,
es el único partido que plantea una política
semejante.
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