Los próximos cincuenta años de la Tierra |
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Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 8
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Recuento una página de mi existencia
En el intervalo de 19831989 mi vida peligró por las implicaciones del papel que tuve en proponer lo que el presidente Ronald Reagan luego llamó, el 23 de marzo de 1983, la “Iniciativa de Defensa Estratégica”. Yuri Andrópov, secretario general del Partido Comunista soviético, rechazó de plano discutir siquiera la oferta hecha por el presidente Reagan, y, por razones relacionadas, mi vida se vio entonces en peligro por fuerzas de estamentos dirigentes en los EU y, a más tardar a principios de 1986, del Gobierno soviético del secretario general Mijaíl Gorbachov, cuyas frecuentes amenazas ya eran copiosas, y tan bien diseminadas como ominosas.
Así que el 6 y 7 de octubre de 1986, en vísperas de la “cumbre” de Reagan y Gorbachov que tendría lugar en Reikiavik, un contingente de más de 400 efectivos armados, incluyendo fuerzas especiales, equipado con vehículos de combate blindados, se desplegó a Leesburg, Virginia, y sus alrededores, para llevar a cabo un operativo planeado, cuyo resultado no podía ser otro que mi asesinato y el de muchas otras personas en el lugar donde yo me encontraba en ese momento. La intervención de autoridades superiores la mañana del 7 de octubre resultó en que la operación de asesinato fuera frustrada por elementos más encumbrados de mi Gobierno. Sin embargo, el esfuerzo continuo del Departamento de Justicia y otras maniobras legales fraudulentas llevadas a cabo en el transcurso del intervalo de 19831989 y más allá, estuvieron cortados con la misma tijera que la casi ejecución que era la intención de ese plan de asesinato frustrado de súbito. El mensaje llegó después, de que si yo oponía una resistencia exitosa a los intentos continuos trazados de incriminarme fraudulentamente, de seguro me matarían la próxima vez.
Traigo a colación este asunto de nuevo aquí, porque obra de forma dramática para ilustrar el tema de la falta de agallas políticas, falla que de común aflige a los grupos dirigentes de Europa y los EUA hoy, una experiencia de esos estamentos que contrasta con mi presciencia del riesgo personal que yo asumía con mi papel dirigente en casos tales como el de la IDE.
En ese respecto, fue un rasgo afortunado incorporado a la experiencia de la crianza de mi familia y a la experiencia más amplia de nuestra sociedad a lo largo de los recientes ochenta y tantos años, que el miedo nunca impidió que yo, en mi vida adulta, le diera seria consideración a asumir alguna empresa que pensara que tenía la obligación moral de emprender, aun si representaba un peligro mortal. Hubo muchos más incidentes en mi vida que ilustran este asunto, incluso uno o dos atentados adicionales planeados, cada uno de los cuales se presentó de un modo mucho menos dramático que los sucesos del 67 de octubre de 1986, pero expresando el mismo rasgo de principio que prevalece en la vida pública en Europa, los EUA y otras partes hoy, de algún modo y en un modo significativo. Yo comprendí tales casos ejemplares como los de Walter Rathenau, Kurt von Schleicher, Martin Luther King, Aldo Moro, Jürgen Ponto, Indira Gandhi y Alfred Herrhausen muy claramente, de la experiencia de mis propios roces con una muerte similar.
A lo largo de este camino de experiencia también he experimentado otra faceta de este modelo, y es que, en lo principal de resultas de la influencia de la propaganda y actividades relacionadas introducidas por el Congreso a Favor de la Libertad Cultural, desde entonces hemos venido produciendo una proporción bastamente reducida de dirigentes potenciales para momentos de crisis, mucho menos de lo que yo pude observar en mi juventud y a principios de mi vida adulta. El crimen esencial de los existencialistas, incluyendo la depravación moral de tales casos notables de la Escuela de Fráncfort como los de Theodor Adorno y Hannah Arendt, es que adoptaron como misión desarraigar la idea misma de la veracidad de nuestra cultura. Ese efecto resulta en un gran deterioro de la capacidad para un verdadero liderato, si es que no lo extirpa.
Más que nada como resultado de esa campaña existencialista, pocos de la generación de los llamados “sesentiocheros”, pocos entre aquellos que representan los que empezaron la universidad a fines de los 1960, todavía creen en la verdad lo suficiente como para arriesgar sus vidas en aras de la verdad por una causa, a diferencia de hacerlo por un impulso romántico alocado. Su tendencia, en lo alternativo, era a apiñarse temblando de miedo en las trincheras, o abrirse el pecho y lanzarse a un ataque temerario suicida. Gracias a criaturas corruptas tales como Adorno y Arendt, en realidad ya no creían en la existencia eficaz de la verdad.
Así que este síndrome común al típico sesentiochero y a la generación siguiente en las Américas y Europa, ha de reconocerse como una expresión especial del problema de “Hamlet”, del cual el comportamiento visible del actual Presidente de los EUA es un ejemplo en lo esencial representativo, aunque extremo, de cómo un mentecato malcriado, malhumorado y engreído puede proceder a expresar en público la inestabilidad, al parecer calidoscópica, de su depravación moral e intelectual en general.
El asunto decisivo que estoy recalcando aquí y ahora, es la interdependencia esencial entre un sentido de veracidad y la inmortalidad, en especial en lo que toca a la conducción de la sociedad en momentos de crisis como el actual.
El miembro inteligente de nuestra cultura sabe que todos morimos tarde o temprano. Es esa certeza en la personalidad adulta que emerge y se desarrolla, la que, como nos recuerda la parábola de los talentos del Nuevo Testamento, lleva a cierta perspectiva existencial moral y saludable en lo mental de la vida personal, que trata a la vida mortal como un talento que de cualquier forma ha de gastarse al final. Así que en vez de aferrarse con histeria a la mera experiencia sensual de vivir en el ahora, el ser humano de veras maduro piensa en la importancia de lo que él o ella hace con su vida mortal mientras la posea, y piensa en términos de referencia a la vida que dejará cuando al fin le toque la muerte inevitable.
Para la persona que tiene ese sentido de la mortalidad del individuo humano, el temor existencial más grande es que pueda malgastar su vida, sin hacer nada de verdad útil para las generaciones venideras ni para honrar a las pasadas. De allí que el asunto de la certidumbre en lo que toca a conocer la verdad, como esa veracidad sólo puede asociarse con lo que yo he descrito en términos del verbo vivo, viene a ser lo que domina la conducta personal de uno, como lo ha sido para mí.
Esa persona no tiene ningún apremio por apurar su muerte. Al contrario, la experiencia de estar al servicio de la misión de uno fortalece la pasión por la vida, el llamado placer de vivir, una pasión por encogerse de hombros ante los achaques y dolores que trae la vejez, para que un día uno pueda gozar más de hacer lo que uno ha elegido como la misión implícita de la vida que tiene asignada.
Esto no debe interpretarse como si implicara que yo siempre estuve claro en cuanto a las alternativas que al parecer tenía disponibles. De algunas cosas he tenido la certeza desde la niñez, y cada vez más con el pasar de las décadas. Sin embargo, para todos nosotros que nos ocupamos con la preocupación de descubrir y poner en práctica alternativas veraces, la búsqueda de la verdad, y la disposición de arriesgar la vida de uno, como si fuera una mera acción reflejo en una situación, es la parte más importante de un sentido de identidad personal en tanto ser mortal.
Habiendo dicho todo esto respecto al tema en general, lo que hay que recalcar, y esto tiene que ver de un modo que debiera ser obvio con el asunto de la política tocante a un diálogo de culturas, es que la cuestión de la verdad es decisiva, en especial para una civilización tan en peligro como es el caso de la presente. El contagio de la cobardía a lo Hamlet y peor entre los principales estratos del mundo actual, representa, por tanto, la fuente más grande de peligro para la humanidad en su conjunto. Por consiguiente, de inclinarse el diálogo de culturas a un acomodo fácil de axiomas inmiscibles, tendencia que evidencian los círculos pertinentes hasta ahora, estaría asegurado un desastre mundial por faltar la calidad deseable de coraje para enfrentar la verdad en las alturas y otras partes.
Este peligro, a su vez, ha aumentado por la propagación del existencialismo, y por el odio fanático a la verdad que expresan formas tales como las variedades del “fundamentalismo religioso”, y de forma notable ese fundamentalismo religioso derechista que define a la base de incondicionales de la presidencia de George W. Bush.
Él ha probado ser un presidente que miente, como lo ha hecho respecto a todas las cuestiones principales de su tiempo, incluyendo la guerra en Iraq, su papel responsable en la tortura de prisioneros de guerra, y su intención de robarle los haberes del sistema del Seguro Social al pueblo, y eso en aras de enriquecer a ciertos intereses financieros entre sus partidarios políticos que compartirían el botín. Las pautas que escoge son cuestión de sustituir sentimientos emocionales personales, de común en sí mismos irracionales, por la verdad. Actúa así de modo repetido, al efecto de que lo que le parezca que le hará sentir bien en el momento inmediato será lo que hará, cualesquiera sean la consecuencias que acarree para su persona, para la nación o para la humanidad entera. Del hecho que éste, tal vez el presidente más fundamentalista de tiempos recientes, haya mostrado ser también el mentiroso más grande, y tal vez el más inmoral de nuestra nación, pende el aura de condena autoinfligida que se cierne no sólo sobre nuestros EUA actuales, sino sobre todas las partes del mundo al alcance de nuestra nación.
Ese problema podría controlarse si el pueblo en general, y en especial el de los EUA, estuviera dispuesto a arriesgarse por la verdad sin temer las consecuencias, particularmente los principales políticos y otros influyentes afines. Sin embargo, todavía tendríamos que encarar el hecho, como he recalcado aquí, de que la verdad sólo puede prevalecer cuando tiene partidarios eficaces, y en especial dirigentes que asumen esa responsabilidad con la misma suerte de compromiso y cuidado relativo que podría esperarse de los mejores candidatos de nuestra nación para los principales mandos militares.
Puedo hablarte de estas cosas porque me he ganado el derecho y la obligación de hacerlo. Por tu bien, yo quisiera que fueras más como yo. Hoy la vida de naciones, incluyendo la nuestra, pende de tan pocos hilos, y son tan preciosos los que aceptan el deber de la verdadera dirigencia, de las calificaciones que requiere, y los riesgos que conlleva, que es de suma importancia que hagamos lo necesario para elevar y así inspirar a tantos del resto como sea posible.
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