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Los próximos cincuenta años de la Tierra

Resumen electrónico de EIR, Vol. III, núm. 8
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El bienestar de los pueblos

Conforme el nivel de desarrollo requerido en la calidad de la población aumenta, es de esperarse que la tasa de natalidad disminuya, no tanto como hemos visto disminuciones catastróficas tales en la población de Alemania, por ejemplo, pero sí a un ritmo de crecimiento demográfico mucho menor conforme el progreso científico y tecnológico reduzca la tasa de la simple fecundidad de las poblaciones, en condiciones de la práctica del progreso científico y tecnológico.

El aumento del equivalente de una “edad para dejar la escuela”, que es de cerca de un cuarto de siglo para los graduados con una calificación profesional pertinente previa, junto con un cambio en la función de la mujer en la economía, significa unas tasas de natalidad menores por familia, con un acento acrecentado en la calidad del desarrollo del individuo, más que en las cifras crudas de nacimientos. Este cambio, en lo principal, es una reacción natural a semejantes cambios en el proceso económico, misma que será la tendencia, sea que haya esfuerzos de regulación oficial del asunto o no. La tendencia que fomentan los efectos sociales del progreso científico y tecnológico, es un aumento del valor físico–económico del individuo per cápita y por kilómetro cuadrado, y acentúa el fomento de la longevidad y de la buena salud prolongada.

La cuestión complementaria son los problemas que causaría permitir la continuación de una situación que mantuviera a gran parte de la población en la pobreza relativamente extrema, asociada con bajos niveles de productividad física per cápita en gran parte del planeta hoy día. La pobreza a gran escala bestializa tanto a la víctima de esa condición plagada por la ignorancia, como a la otra parte de la población que tolera la perpetuación de esa condición.

Estas cuestiones demográficas no deben ser materia de la administración política directa. Deben abordarse de forma indirecta, pero por tanto más eficaz, a través del manejo de las relaciones económicas entre las naciones.

Por ejemplo, la “mano de obra barata” es una amenaza de largo plazo al bienestar del planeta, por los efectos directos y colaterales que tiene sobre las poblaciones y el comportamiento de las naciones. Deben fomentarse el mejoramiento de la tecnología de producción y de la calidad de los productos mediante acuerdos de cooperación encaminados a impulsar el progreso científico y tecnológico entre las naciones y sus poblaciones.

Entre las principales fuentes de desperdicio de mano de obra y vida de las poblaciones en los últimos 60 años, está la tendencia a la “suburbanización”. Una pandemia de suburbanización y de efectos relacionados, tal como la han fomentado los modos parasitarios de especulación de bienes raíces que impulsan los financieros (el dizque “desarrollo”), y el cambio de acento de la producción de industrias familiares de 200 empleados o menos, a conglomerados gigantes dominados por intereses de especulación financiera, y no de mejoras tecnológicas y relacionadas en la calidad del producto y en los modos de producción, ha destruido lo que logró la civilización europea al desarrollar el concepto de la ciudad y otras comunidades urbanas.

Estos males reflejan más que nada los efectos de la superposición de los intereses oligárquico–financieros feudales y sus características especulativas depredadoras, sobre las economías del Estado nacional moderno.

Un orden mundial que se base en un sistema monetario–financiero de tipos de cambio fijos, puede fomentar con eficacia efectos deseables en las características del empleo y la vida personal, apoyándose en simples medidas de regulación de aranceles y comercio como los que empleó el sistema original de Bretton Woods.

Las dimensiones principales de reciente cuño de la formulación programática nacional y mundial que exigen las presiones relacionadas de la administración de materiales y el desarrollo necesario de las condiciones de vida de las poblaciones, nos hacen levantar la mirada a la función de los programas espaciales, los cuales representan un motor científico, como la forma más apropiada de organizar el desarrollo tecnológico nacional y la cooperación internacional en las condiciones que existen, y en las que hoy emergen rápido.

Hemos entrado a una época en la cual el manejo de nuestro planeta y sus condiciones es un imperativo claro; pero los problemas y oportunidades que ese imperativo implican no terminan en el límite superior del ascenso del avión estatorreactor (scramjet). Todos los desafíos científicos y relacionados que hoy enfrenta la humanidad civilizada, son inseparables del campo creciente de la exploración extraterrestre. La existencia del sistema solar es producto de un proceso intrínseco a la naturaleza de la existencia del Sol como una otrora estrella solitaria. Las condiciones de vida pasadas, presentes y futuras de nuestro planeta, la Tierra, las determinan procesos de desarrollo en marcha relacionados con la evolución constante del sistema solar. Ese sistema, y su relación con las partes más extensas del universo que habita, implica cuestiones que debieran ser de interés, sea como problemas o como ventajas potenciales para la vida humana sobre la Tierra.

En cierta medida, las investigaciones científicas que implica hoy esa perspectiva para cualquier gobierno inteligente en la Tierra, deben llevar a la exploración tripulada y a cierto desarrollo de sistemas operativos a colocar en regiones relativamente cercanas del sistema solar. El desarrollo de nuevos sistemas cuya potencia absoluta per cápita y por operación promedio exceda con mucho la de cualquier cosa ahora empleada, es también una meta necesaria, por motivos relacionados.

Sin embargo, el mayor efecto práctico inmediato de una función de investigación científica orientada al espacio, será la de aportar conocimientos que son esenciales para mejorar y asegurar la vida en la Tierra. Hay muy poco que podría desarrollarse al promover la investigación espacial, que no tenga una aplicación de beneficio poderosa para los seres humanos aquí en la superficie de nuestro planeta. De ahí que ahora los esfuerzos públicos principales en apoyo a la investigación científica y el desarrollo deban centrarse en programas orientados a la investigación espacial, los cuales, por su naturaleza, atañen a todas las áreas de interés de la ciencia a practicar aquí en la Tierra.

Esto no presupone ni prohíbe una propiedad más o menos planetaria sobre algunos proyectos pertinentes. Sí sugiere con firmeza que se limite el otorgamiento de derechos de patente privados más allá de las categorías tradicionales de protección a los verdaderos inventores. En algunos casos deben derogarse las nuevas clases de reclamos de propiedad en este campo introducidos a últimas fechas. También tiene que compartirse con mayor amplitud el acceso al fomento de tecnologías generadas mediante la cooperación entre las naciones, o por agencias supranacionales. La idea de patentar las variedades genéticas que de forma natural ya existen de antemano, es una expresión descarnada de ultraje oligárquico–financiero que va demasiado, pero demasiado lejos.

Lo que puede esperarse de la función más bien inevitable de la investigación y el desarrollo científicos generales orientados al espacio, bajo una forma recién establecida de sistema de tipos de cambio fijos para el presente, sería un rápido giro psicológico en nuestra perspectiva, a la de considerarnos como gente que vive en el sistema solar, y no la que por temor queda amontonada en una parte localizada de la superficie de la Tierra. El concepto del hombre tiene que cambiar para que su imagen de sí mismo cobre esa dirección.

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