6 de febrero de 2005.
Las
discusiones que tendrán lugar el 18 de febrero de 2005 en el norte de
Virginia, abordarán ciertos desafíos implícitos que son de
importancia vital para la existencia continua de la república
estadounidense. Nuestra intervención para superar estos desafíos
representa ahora una capacidad única y, por consiguiente, una
responsabilidad exclusiva, de revivir hoy la clase de conducción
estadounidense manifiesta con el presidente Franklin Roosevelt antes de su
muerte tan prematura. Esto implica una capacidad que es inherente tanto a las
características únicas de nuestra república, como a la
influencia especial que tienen las instituciones monetario–financieras
mundiales actuales dominadas por el dólar estadounidense, aunque en
decadencia, en determinar el bienestar de la humanidad entera en el
período inmediato.
Como he
indicado en ocasiones anteriores, el mundo entero ha alcanzado el grado de
desarrollo en el que garantizar la existencia continua de la vida civilizada en
este planeta requiere que rechacemos las necedades de los experimentos de la
llamada “globalización”, en favor de un sistema de Estados
nacionales respectivamente soberanos que establecería cierta forma de
sistema planetario de cooperación. Esto representaría el
establecimiento de una forma que puede describirse de forma más adecuada
como una materialización de los mismos objetivos y principios
implícitos de aquel Tratado de Westfalia de 1648, que puso fin tanto a
las maldades inherentes al feudalismo ultramontano como a ese impulso de ese
entonces hacia la guerra religiosa, que hoy ha regresado a gran parte del mundo;
un impulso que presentaron bajo las guisas gemelas desquiciadas del llamado
“fundamentalismo religioso” y el racismo, una degeneración
moral que ahora forma parte integral de esas necedades de la mentada
“globalización”, y que hoy amenaza la existencia continua de
la vida civilizada en este planeta.
Como he
recalcado en ocasiones anteriores, el eje del reto a reconocer hoy, es el hecho
de que hemos llegado al grado que la vida civilizada requiere suprimir con
firmeza los esfuerzos por imponerle un modo de control imperial ultramontano o
de otra clase a todo el planeta, un control que ahora pretende imponerse
ampliando la función que tienen los monopolios especulativos en el
control de las llamadas “materias primas” esenciales. No hay escasez
intrínseca de materias primas necesarias, si las naciones soberanas
cooperan para desarrollar las materias primas de este planeta de formas que
garanticen un aumento en el abasto organizado adecuado para las necesidades
inevitablemente crecientes de todas las naciones.
Éste
es un momento del desarrollo monetario–financiero mundial de las naciones,
y del físico–económico, en el que asegurar tanto precios
justos como una oferta adecuada de lo que ahora consideramos como las
necesidades de materias primas de las naciones, significa que las relaciones
económicas ordenadas entre Estados nacionales soberanos requieren el
establecimiento de acuerdos de largo plazo bajo un nuevo sistema de tipos de
cambio fijos, un sistema en el que la estabilidad de la oferta de materias
primas necesarias a precios justos es el factor primordial de un sistema mundial
de formación de capital a largo plazo mediante la cooperación
administrativa, a este efecto, en períodos de unas dos generaciones a
futuro.
Al
presente, al mundo lo tienen paralizado los efectos de las decisiones
estúpidas que minaron y destruyeron el sistema monetario de tipos de
cambio fijos establecido al final de la guerra de 1939–1945. La demencia
pura de un sistema monetario–financiero en el que abunda la
especulación imprudente con derivados financieros, cobija a un
tráfico financiero cada vez más irracional. Nunca podrá
satisfacerse la mayoría de los reclamos financieros nominales asociados
con las orgías especulativas del intervalo de 1971–2004. No
obstante, para hacer una transición segura de la demencia homicida actual
del sistema monetario–financiero mundial, tenemos que mantener la
seguridad de un sistema para esos activos monetario–financieros de largo
plazo que cobran expresión en tanto formas esenciales de las mejoras
públicas y privadas actuales y futuras en las condiciones del capital
físico de la vida civilizada de las naciones y sus pueblos.
Para
establecer esa reforma necesaria al sistema monetario–financiero mundial,
será necesario fundar la seguridad de formas esenciales de
capitalización de tales activos de largo plazo, garantizando la seguridad
del capital financiero sobre la base de un programa de desarrollo vigoroso de
las materias primas básicas esenciales de que dispone una comunidad de
naciones, todas y cada una de ellas comprometidas con los objetivos comunes del
mejoramiento de las facultades productivas de la fuerza laboral y de las
condiciones de vida de las generaciones por venir.
Esta
consideración de las implicaciones del desarrollo y gestión de las
materias primas nos da la base de principio para crear un sistema de tipos de
cambio fijos de largo plazo.
En
general, esto implica establecer un nuevo sistema monetario bajo el principio
renovado del Tratado de Westfalia, aplicándolo a las circunstancias
actuales y sus desafíos. No hay más que hacer una
evaluación justa de la situación, para sugerir que, al dar
semejantes pasos al progreso en las condiciones de la crisis de
desintegración general en marcha del sistema monetario–financiero
mundial actual de suyo condenado, tenemos que reconocer que nos embarcamos en
las medidas implícitas de una reorganización general del orbe, una
reorganización cuya fase inicial tomará no menos de dos
generaciones, es decir, en términos de los requisitos de la sociedad
moderna y su tecnología, dos generaciones que equivalen a unos 50
años. A este fin, los acuerdos tienen que ser la premisa de la
reconciliación de las relaciones entre los activos de capital
válidos existentes y los términos del refinanciamiento de las
obligaciones de capital; eso, en un período base inicial de unos 50
años.
La
única alternativa actual a tales medidas de reforma sería el caos
y, lo más probable, una prolongada nueva Era de Tinieblas para toda la
humanidad. En este preciso instante, el mundo entero está al borde de
semejante debacle mundial de reacción en cadena.
Así,
la situación política que los participantes de dicha
reunión enfrentan, ha de resumirse como sigue.
La crisis
política
En
especial desde el primer año del Gobierno de George W. Bush hijo, cada
vez más partes del mundo tienden más y más a desear que, en
el futuro previsible del planeta, las propias crisis autoinfligidas de los EU
pudieran acabarlos en tanto factor dominante. Semejantes perspectivas ilusas
engañan a aquellos que creen que la ruina de la influencia de los EU
liberaría así al resto del mundo para que siga su propio camino.
Ese deseo cada vez más generalizado debe denunciarse como un
engaño. Es una creencia cuyos efectos serían la ruina de toda la
civilización por un buen tiempo.
La
influencia de los EUA después de 1989–1991 como lo que algunos
consideran un monopolio autoponderado del destino mundial, la exageran de muchas
maneras. La función de los EU hoy es sólo la de instrumento del
mismo imperialismo liberal angloholandés que ellos combatieron, por su
independencia y Constitución, en el período de 1776–1789,
contra el sistema liberal imperialista angloholandés del que por un
tiempo nos liberó el liderato del presidente Franklin Roosevelt, hasta
las reformas monetarias prácticamente traidoras que encabezaron las
potencias financieras angloamericanas pertinentes de 1971–1972. No
obstante, aunque la opinión popular actual de todo el orbe por lo general
malinterpreta el control que los EU ejercen sobre el sistema
monetario–financiero vigente, el alcance de la forma de sistema mundial
liberal angloholandés posterior a 1991 dominado por el dólar tiene
una parte tan dominante en la continuación presente de ese sistema
monetario–financiero del mundo, que, en las circunstancias actuales de
crisis, la suerte de la humanidad entera depende de ciertas iniciativas
correctivas importantes —con base en el dólar— del propio
Gobierno estadounidense.
Así,
aunque el sistema liberal angloholandés de 1763–1914, ahora en
proceso de degeneración, es el que hoy rige de nuevo al mundo posterior a
1971, la forma actual de todo ese sistema mundial requiere ahora iniciativas
para crear un nuevo sistema monetario–financiero, bajo el cual el mundo
entero dependa de ciertas iniciativas mundiales de reforma
monetario–financiera que no podrían introducirse sin la
función que desempeñan ciertas clases específicas de
iniciativas que tienen que venir de los propios EUA.
Por
ejemplo:
De ser el
Gobierno de los EUA tan imprudentemente necio como para tolerar que el modelo
Pinochet de George “Hjalmar Schacht” Shultz le robe billones de
dólares al sistema estadounidense del Seguro Social, la situación
tanto para el dólar norteamericano como para el sistema
monetario–financiero mundial en general de inmediato se tornaría
irremediable. Considera la espiral de déficit de cuenta corriente y
fiscal del dólar, y la función de éste en definir al
presente los sistemas fiscal y monetario —carcomidos por los derivados
financieros— del mundo en general. Los efectos de reacción en
cadena de los consiguientes y ya inminentes déficit fiscal y de cuenta
corriente combinados de los EU, no sólo hundirían al dólar,
sino que dicho hundimiento tendría efectos devastadores inmediatos en
toda Eurasia y más allá. Ninguna parte del mundo está ahora
en condiciones de evitar verse arrastrada al caos global que semejante
acontecimiento aseguraría.
Si bien
es imposible que alguien calcule por adelantado, de manera exacta, qué
tan malos serían para todo el planeta los efectos de la actual embestida
del desplome monetario–financiero general, lo cierto es que las
consecuencias de no tomar las alternativas que he propuesto serían
más o menos igual de terribles y estarían garantizadas a escala
mundial.
Así,
un derrumbe temprano del sistema del dólar como tal, que ahora es de lo
más probable, tiene efectos con los que ninguna parte del mundo
podría bregar de manera efectiva, si no es con la ayuda de ciertas
iniciativas políticas de los propios EUA. Las medidas a tomar son de una
naturaleza que serían imposibles en el marco del modelo posterior a 1971
de esa forma liberal angloholandesa de sistema monetario que siguió a
Roosevelt, modelo que cobró existencia mediante la función
fundamental que tuvieron el George Shultz del Gobierno de Nixon y sus
confederados. Sólo con un regreso inmediato a los principios del Sistema
Americano, del modo que lo definió el liderato del presidente Franklin
Roosevelt en la conferencia fundadora de Bretton Woods, podría ofrecerse
el cimiento necesario para la forma con urgencia necesaria de
estabilización programada de la deuda ligada al dólar, una forma
de estabilización del capital de deuda intercambiable de largo plazo
necesario para la situación que enfrentan las próximas dos
generaciones de este planeta.
Por
tanto, el aspecto central a poner de relieve en toda discusión de esta
cuestión tiene que ser el siguiente:
En esta
circunstancia, sólo las medidas que estabilicen la actual función
ineludible del dólar estadounidense como la hoy denominada moneda de
reserva mundial, podrían evitar el hundimiento amenazante del planeta
en una catástrofe mundial comparable a la “Nueva Era de
Tinieblas” del siglo 14 en Europa. Lo que se requiere es reorganizar de
emergencia al actual sistema monetario mundial, a modo de una
reorganización por bancarrota realizada en cooperación entre los
gobiernos soberanos de ciertos Estados nacionales, en especial los principales
de Norteamérica y Eurasia.
El
éxito de cualquier intento semejante de rescate depende de la capacidad
de congelar ciertas clases de valores físicos denominados en
dólares, tanto los ahora existentes como los de largo plazo recién
añadidos, a precios financieros defendibles y relativamente fijos, que
puedan mantenerse por no menos que el intervalo de largo plazo de un cuarto de
siglo. Esta última condición tiene que garantizarse para brindar
la base creíble de un regreso a un sistema monetario mundial de paridades
fijas, comparable a la intención que expresó la función de
conducción del presidente estadounidense Franklin Roosevelt al crear el
Sistema de Bretton Woods original.
La
intención del nuevo sistema monetario así cimentado, tiene que
ser, por diseño, la de dar apoyo al sistema recién ampliado de
acuerdos y tratados de largo plazo, en especial a los centrados en la
cooperación de los EUA con las crecientes tendencias de desarrollo en
cooperación entre los principales Estados nacionales del continente
eurasiático. Sin dicha forma programada de cooperación de largo
plazo de los EUA con la clase de cooperación de desarrollo en Eurasia, lo
cual he especificado en la forma de una cooperación de Europa Occidental
y Central con un Triángulo Productivo Rusia–China–India, no
hay solución práctica para el planeta en su conjunto por las
próximas dos o más generaciones.
El sistema de
Bretton Woods
El mayor
obstáculo intelectual para comprender los modos necesarios de reforma de
emergencia que han de emprenderse en lo inmediato, es que la mayoría,
entre ellos los llamados economistas profesionales dentro y fuera de los EU, no
reconoce las profundas raíces de la incompetencia intelectual que
permitió cambiar el sistema de Bretton Woods del presidente Franklin
Roosevelt por el actual sistema monetario de tipos de cambio flotantes, mismo
que surgió con ideólogos tales como el más destacado de la
“Escuela de Chicago” en el Gobierno estadounidense de Nixon, George
Shultz.
Con esto
no pretendo alegar que la mayoría de los principales economistas del
mundo de las últimas generaciones fueran simplemente estúpidos.
Algunos economistas y especialistas financieros están calificados, a su
modo; su falla, tanto entre los economistas soviéticos como entre los
así llamados occidentales, al permitir que el sistema
monetario–financiero haya degenerado tanto como lo ha hecho, radica en que
han ubicado su calificación en su trabajo dentro del sistema existente,
sin prestarle la debida consideración a esos axiomas defectuosos
subyacentes que una y otra vez han llevado a las grandes crisis de la
civilización europea moderna (en particular). De ahí que, en
razón de esa clase de deficiencia intelectual, limitan sus propuestas de
reforma a cambios dentro de los límites de esos supuestos
axiomáticos de una filosofía reduccionista, empirista u otra
relacionada que, de hecho, han sido la raíz de toda crisis
económica y estratégica de importancia que haya experimentado la
civilización europea extendida al orbe, desde la caída de
Constantinopla.
A
diferencia de esas tendencias en la llamada opinión de los expertos, mis
propios puntos de vista en esencia platónicos sobre el tema de los
sistemas de la economía física son los que adopté, en gran
medida como ecos de mi lectura de la obra de Godofredo Leibniz. Para mí,
a la civilización Europea, en el sentido más noble del
término, la distingue esa lucha por definir la sociedad en
términos de esas facultades creativas de la mente individual que de forma
absoluta distinguen al ser humano individual de las bestias. Son esos
descubrimientos de principio físico universal y artístico
clásico, que la historia vincula con el legado de Tales, Solón de
Atenas, Pitágoras, Sócrates, Platón, etc., los que,
entonces como ahora, definen el significado de los términos “ser
humano individual” y “sociedad” para los propósitos del
estadismo competente. Esto es para recalcar que esa facultad creativa soberana
de la generación de hipótesis mediante la cual se descubren y
aplican los principios universales validados por experimento, es lo que
distingue al hombre de las bestias.
Desde
esta perspectiva, los males de la historia europea, como el reduccionismo de los
sofistas griegos y sus iguales, los romanos, y el ultramontanismo imperial de la
oligarquía financiera veneciana y sus aliados los cruzados normandos, son
un crimen contra esa característica de la naturaleza del hombre que lo
aparta de las bestias. Así, nosotros los humanistas clásicos por
definición tenemos que optar por el desarrollo de esa cualidad del ser
humano individual como el propósito de la sociedad, y como la norma
práctica con la que han de juzgarse, para bien o para mal, la sociedad,
sus leyes y sus costumbres.
De modo
que, para nosotros los humanistas clásicos modernos, el Renacimiento
europeo del siglo 15, como lo marcó ese gran Concilio ecuménico de
Florencia que liberó a Europa del legado de la ultramontana
tiranía veneciano–normanda, también es el Renacimiento que
sentó la base de todo lo bueno de la civilización europea moderna
extendida al orbe. Ése es el bien por el que nos hemos vistos obligados a
luchar contra la Inquisición española, las oleadas de guerras
religiosas que la misma desencadenó, y la perversa sucesora de Venecia,
la tradición de ese imperialismo liberal angloholandés de la
oligarquía financiera que ha representado la influencia dominante del
mundo la mayor parte del período que empezó con el Tratado de
París de febrero de 1763. La creación de la república
estadounidense tiene que reconocerse como la principal revuelta en Europa contra
esa tiranía liberal angloholandesa en la época de la
Revolución Americana de 1776–1789, revuelta que también
expresaron, de forma más notable, grandes patriotas estadounidenses de
esa tradición como los presidentes Abraham Lincoln y Franklin
Roosevelt.
Por
desgracia, los antirrooseveltianos aliados faccionales de Winston Churchill
dentro de la alianza angloamericana de la guerra aprovecharon la ocasión
de la muerte de Franklin Roosevelt para subvertir y pronto darle marcha
atrás a sus grandes logros. Así, desde la muerte de ese
Presidente, Franklin Roosevelt, hasta la intervención típica de
George Shultz para destruir el sistema de Bretton Woods bajo el presidente
Nixon, fueron los beneficios persistentes de la afirmación de Roosevelt
del Sistema Americano de economía política, del sistema de Bretton
Woods antibritánico, los que tuvieron la función progresiva
principal de fomentar el desarrollo económico mundial en el
período de 1945–1971.
El
intento de definir una historia universal postsoviética como un monopolio
estratégico estadounidense, ha difundido el engaño generalizado
—entre los que quieren que los engañen, en Europa y otras
partes— de que el actual sistema mundial es un sistema imperial
estadounidense. Al contrario, es una reafirmación del imperialismo
liberal fabiano de los seguidores del lord Shelburne del liberalismo
angloholandés, sólo que en circunstancias en las que las facciones
en extremo especulativas del sistema mundial angloholandés asentadas en
los EU han pasado a desempeñar una función política
dominante de control en la presente forma mundial del papel imperial que tiene
la tradición liberal angloholandesa en su conjunto. Así, el
remedio para el mundo entero viene ahora de zafarse de la garra que esa
facción oligárquico–financiera internacional le tiene echada
al control del sistema monetario–financiero mundial actual, cosa que, por
la naturaleza de las realidades del momento, tiene que hacerse primero desde
dentro de los propios EU.
La cruda
realidad es que este rescate de la actual crisis monetario–financiera que
el mundo tanto necesita, sólo puede ocurrir en la forma de un regreso a
los principios específicos del sistema de Bretton Woods original. La
iniciativa tiene que venir de los EU, o de plano no llegará.
Es hora
de desechar la afirmación absurda de que el sistema de paridades fijas
del sistema monetario internacional de Franklin Roosevelt representó la
adopción del sistema “keynesiano”. Como John Maynard Keynes
escribió en la introducción especial en alemán a la
publicación de su Teoría General en Berlín, su sistema,
como bien alega, era más afín a la Alemania del nazismo. Keynes se
consideraba un banquero central encuadrado en los límites de una forma de
oligarquía financiera internacional, de la misma ralea que sus
contemporáneos de la sinarquía internacional de los 1920 y los
1930. Roosevelt era un defensor de la banca nacional hamiltoniana
implícita en la Constitución federal de los EU, y el principal
adversario del bloque financiero de la sinarquía internacional en ese
entonces.
La
bancarrota de todos los rivales de los EUA en Europa Occidental y Central bajo
los procesos de 1922–1945, crearon la oportunidad de afirmar la
primacía del sistema estadounidense de paridades fijas y de imponerle los
principios de ese sistema a lo que probó ser una subyugación
temporal de lo que fue la supremacía imperial global del sistema
oligárquico–financiero liberal angloholandés de
1763–1933. Aunque el presidente norteamericano Truman no esperó al
entierro del presidente Franklin Roosevelt para pasarse del lado
antiestadounidense del imperialismo oligárquico–financiero de
Winston Churchill, no fue sino hasta el Gobierno de Nixon, bajo la guía
de técnicos tales como George Shultz, Henry A. Kissinger y demás,
que la facción liberal angloholandesa pudo deshacerse del Sistema
Americano de Roosevelt creando ese sistema de paridades fijas cuya lógica
interna ha llevado al mundo ahora a una situación mucho peor que la de
mera bancarrota general, a la de una crisis de desintegración general que
ahora embiste al sistema mundial actual.
El
resultado de estos acontecimientos salientes del siglo 20 que acaba de pasar,
produjo el fatídico estado anómalo de los asuntos mundiales
hoy.
Lo que
hicieron los asesores de Nixon, como Shultz y también figuras de un nivel
inferior relativo como Henry A. Kissinger, fue someter lo que había
devenido en el sistema denominado en dólares al control de una camarilla
oligárquico–financiera internacional, donde los elementos
estadounidenses pertinentes sólo eran un interés financiero
importante. Como resultado de los cambios hechos al sistema, que empezaran con
el primer Gobierno de Harold Wilson en el Reino Unido y continuaron con los
cambios generalizados que sufrió la arquitectura del sistema monetario en
el período de 1971–1982, se ha usado al sistema monetario
internacional denominado en dólares estadounidenses para erigir una
montaña de deuda dentro de lo que en lo principal ha representado ese
sistema: una caricatura grotesca del imperio mundial liberal
angloholandés previo a 1933.
Así,
dado que hoy la mayoría de los activos financieros del mundo están
denominados en dólares del FMI, y que la acumulación
hiperinflacionaria de inversiones de corto plazo en deuda ha venido a sobrepasar
por mucho la cartera de capital financiero de largo plazo en haberes de capital
real, y eso a un ritmo que ha acelerado muchísimo con el presidente
George W. Bush, el derrumbe del dólar que ahora embiste ha creado una
situación en la que sólo una reforma de ese dólar hoy,
conforme al precedente del diseño del Bretton Woods de Roosevelt,
permitiría la clase de reorganización por bancarrota a la que debe
someterse a todo el sistema mundial.
La
única forma en que el comportamiento mundial del dólar puede
ajustarse a la clase de reforma requerida con la que puede organizarse la
estabilidad de largo plazo de las formas intercambiables de deuda y capital para
el planeta entero, es que las fuerzas dedicadas al legado de Roosevelt del
sistema original de Bretton Woods retomen el liderato político de los
EU.
Esto no
implica un imperialismo norteamericano, sino todo lo contrario. Implica que la
iniciativa de los EU en tanto Estado nacional soberano republicano es crucial en
cualquier intento de reorganización del sistema
monetario–financiero mundial. En lo principal, lo que tiene que
reorganizarse es la deuda financiera mundial denominada en dólares, aun
esa deuda que otros Estados consideran un activo. El sistema requerido es un
regreso al principio del diseño original de Bretton Woods; pero el
sistema así establecido tiene que ser una asociación entre Estados
nacionales respectivamente soberanos. La función de los EU en esta
reforma será la de eje; sin ella, desempeñada como acabo de
implicar, no hay esperanza razonable alguna de que el mundo pueda salvarse de un
desplome relativamente inmediato en una prolongada nueva Era de Tinieblas
planetaria comparable a la del siglo 14 en Europa, pero peor.
Las
diferencias entre el FMI como fue diseñado al momento de la muerte
inoportuna del presidente Franklin Roosevelt, y el regreso indicado a una
semblanza de la forma original de los tipos de cambio fijos del sistema del FMI,
requiere que la aplicación del modelo del Tratado de Westfalia de 1648
remplace el estado de conflicto armonioso que la institución original de
Bretton Woods prescribió en su mejor momento.
Esta
referencia al Tratado de Westfalia no es una configuración de
sentimientos políticos. Apunta a la importancia de la creación
necesaria de una gran masa de deuda internacional de largo plazo dentro de un
sistema de tipos de cambios fijos, en lo principal para las enormes inversiones
físicas en infraestructura económica básica de largo plazo.
Esta formación de capital no ha de limitarse a la infraestructura del
sector público, sino que la función de la inversión
pública en la infraestructura tiene que ser un aspecto dominante de la
formación de capital de largo plazo en todos los sectores productivos y
relacionados. Al combinar la valiosa deuda de largo plazo actual en
infraestructura, la ligada a bonos y la relacionada, y la deuda privada
parecida, con una gran generación renovada de capital nuevo de largo
plazo en la infraestructura económica básica a un tipo de cambio
fijo, de pronto una reorganización exitosa del sistema hoy en bancarrota
cobra viabilidad.
La gran
parte crucial de la nueva formación de capital en la infraestructura
económica básica, cobrará la forma de capital internacional
relacionado con tratados de largo plazo entre Estados nacionales soberanos. El
plazo del grueso de este capital nuevo abarcará entre 25 y 50
años, como es el caso de la participación de Europa en el
desarrollo de China. Esto lleva el significado del principio del Tratado de
Westfalia de 1648 de la “ventaja del prójimo” a un poderoso
nuevo nivel.
Las
naciones tienen que ser perfectamente soberanas, pero comparten el
interés común de fomentar la ventaja del prójimo. De otro
modo, ninguna nación tiene perspectivas de recuperación de la
crisis que ahora las embiste.
El
surgimiento de una situación en Eurasia hoy, en la que la prosperidad de
cada economía dependerá de la formación de capital de largo
plazo exitosa del otro, es típico. Ésa es ya la tendencia de largo
plazo que está surgiendo en las relaciones
político–económicas entre Europa Occidental y Europa
Central. La función de eje de Rusia entre las economías emergentes
de Asia y el bienestar de los Estados de Europa Occidental y Central, es
típica de la situación.
Puede
lograrse, pero sólo bajo las presiones de una crisis mundial tan
amenazadora en lo inmediato como la situación actual. La necesidad
será la madre obligada de la invención necesaria. Las naciones
nadarán en las aguas de un nuevo sistema económico, no porque
ansíen nadar, sino porque perciben que es necesario que lo hagan, si es
que uno ha de sobrevivir.