por Lyndon H.
LaRouche
12 de
febrero de 2005.
Ahora
que estamos al borde de la mayor crisis monetario–financiera mundial, el
desafío principal que enfrentan los gobiernos principales del mundo en
estos momentos es el de dominar y aplicar las lecciones que debemos aprender de
los éxitos extraordinarios del Gobierno del presidente estadounidense
Franklin Roosevelt.
El actual
sistema monetario–financiero mundial ya no es propiedad de unos Estados
Unidos de América decadentes que tienen montañas de déficit
fiscales y de cuenta corriente cada vez mayores; y, no obstante, las cuentas
denominadas en dólares estadounidenses constituyen el grueso crucial de
los activos monetarios de todo el sistema mundial. Una caída libre del
dólar implica, por tanto, una curva hiperbólica de desplome en
cadena del comercio mundial y de los principales activos monetarios denominados
en dólares. De ahí que, a la fecha, no haya a mano medidas
oportunas que puedan resistir los efectos de reacción en cadena de un
desplome del dólar.
A su vez,
no puede haber una recuperación del dólar sostenible sin que haya
una oleada de formación de capital a largo plazo denominado en
dólares, una expansión que encabece la inversión en la
infraestructura económica básica del sector público. Dichas
medidas serían duraderas y benéficas para la economía
mundial, sólo si un regreso a un sistema de tipos de cambio fijos basado
en el dólar estabiliza esa formación de capital de largo plazo y
otra relacionada. Sin semejante reacomodo, el inminente desplome
monetario–financiero actual devendría en una desintegración
de reacción en cadena del mundo entero.
La
ironía es que el mundo depende tanto del regreso a la intercambiabilidad
de la ahora decadente deuda mundial denominada en dólares, como cuando
los EUA adoptaron la función inmediata de nación acreedora tras la
Segunda Guerra Mundial.
Por
consiguiente, en este momento la factibilidad y adopción de un regreso a
un sistema de tipos de cambio fijos parecido al original de Bretton Woods es
indispensable para todas las naciones. Esto requiere de unos EU que hayan
regresado a la suerte de políticas nacional y exterior asociadas con la
intención del presidente Franklin Roosevelt cuando instauró el
sistema original de Bretton Woods.
Esto
significa que, para la familia de naciones, las tendencias en las
políticas económica y comercial de los EU asociadas con su
economía nacional bajo esa idea de Bretton Woods, son ahora
fundamentales.
De
ahí que, por estas razones, la primera lección a reaprender es que
hubo tres puntos de inflexión al comienzo de la Segunda Guerra Mundial,
que fueron los más decisivos en evitar que el mundo entero cayera bajo
una dictadura de Adolfo Hitler. El primero fue que Winston Churchill
recurrió al presidente Franklin Roosevelt para evitar que el Imperio
Británico deviniera en el imperio mundial nazi al que muchos de sus
rivales principales pretendían sumarse. El segundo y el tercero fueron la
derrota de la máquina bélica nazi en Estalingrado, y la derrota de
la flota japonesa en Midway. Estos tres acontecimientos produjeron una alianza
encabezada por los EU que pudo bregar con esa guerra mundial en dos frentes,
contra la que la causa nazi estaba perdida entonces. Éstos, combinados,
fueron los elementos de 1940–1942 más cruciales de un parteaguas
decisivo en esa guerra mundial.
La
segunda lección es que tanto la creación como el éxito de
esa alianza con Roosevelt no hubiera sido posible sin la elección de
éste en 1932, la cual trastocó todas las políticas
radicalmente librecambistas de conservadurismo fiscal de los Gobiernos de Calvin
Coolidge y Herbert Hoover.
La
tercera es que empezamos a alejarnos de la orientación estratégica
y económica de Roosevelt casi tan pronto como fue sepultado, y que en un
período que empezó con la llegada del primer Gobierno de Harold
Wilson y los pasos que dio el de Nixon en 1971–72 para destruir el sistema
de Bretton Woods creado por Roosevelt, le dieron marcha atrás a la larga
ola de recuperación de la posguerra en las Américas y Europa
Occidental continental, de modos que llevaron ahora a la embestida inmediata del
desplome del actual sistema monetario–financiero mundial posterior a
1971.
Para
tratar el desenlace histórico que de este modo acabo de resumir, tenemos
que considerar tres lecciones. Primero, las de esas reformas exitosas del
Gobierno de Roosevelt que hicieron posible la recuperación de los EU y la
reconstrucción de una Europa desgarrada por la guerra, tal como la gran
reforma del Seguro Social. Segundo, la de los principios del mismo Sistema
Americano de economía política, como lo definió el
secretario del Tesoro Alexander Hamilton, que el presidente Abraham Lincoln
revivió al establecer lo que devino en la poderosa economía
nacional estadounidense que exhibió la celebración del Centenario
de 1876 en Filadelfia. Tercero, y lo último y más crucial en
ocasión de este informe hoy, la de mi propia contribución
específica al entendimiento actual de esas lecciones de la historia
económica de los EU, que es en lo que me concentraré
aquí.
En cuanto
a la tercera lección, la médula de mi razonamiento en este informe
es llevarnos más allá del mero reconocimiento de lo que con
justicia fueron los logros mundialmente excepcionales del Sistema Americano de
economía política de Hamilton, Lincoln y Franklin Roosevelt (entre
otros). No basta con reconocer la superioridad histórica demostrada de
esas tradiciones. Es necesario conocer la verdad científica de esos
principios. Esta tercera lección es el eje del razonamiento en el que
centro mi atención aquí.
La
confusión sobre las ideas económicas
A pesar
de la crisis de desintegración que ahora embiste al sistema
monetario–financiero mundial vigente, no todo influyente en los EU es tan
incompetente en economía como pudieran sugerir los treinta y tantos
años que llevan los EU resbalándose hacia la actual espiral del
desplome del dólar posterior al 2000. Aun más de 30 años
después, todavía hay muchas personas de influencia en la sociedad
actual, como lo hemos visto de nuevo en el Congreso y otras partes en los
últimos meses, que han demostrado su competencia en temas particulares.
Entre éstos están, de manera destacada, un gran número de
demócratas y algunos tradicionalistas republicanos que representan un
legado de ciertas ideas de una propiedad notable sobre los objetivos
físicos de la formulación de la política económica
nacional, en especial los de largo plazo en la formación de capital
físico y otro relacionado. Sin embargo, aun entre dicha gente de una
competencia relativa, al pasar a discutir los sistemas
monetario–financieros nacionales, las más de las veces pierden esa
misma competencia que incluso un momento antes habían mostrado en temas
prácticos, y vuelven a debatir en esos mismos términos
“librecambistas” que han provocado las mayores catástrofes
económicas de las más de tres décadas recientes.
Seguido
esos rasgos contradictorios del comportamiento económico de la misma
persona se expresan como un conflicto entre los objetivos prácticos de la
toma de decisiones económicas, sobre los cuales puede estar clara y en
gran medida tener razón, por un lado, pero, por el otro, sus intentos del
todo incompetentes por explicar el nexo entre los medios y los fines en los
términos matemático–formales del academicismo popular siguen
dominando su situación. En otras palabras, los objetivos sociales de la
economía, expresados en términos físicos y relacionados,
han entrado cada vez más en conflicto con los expresados en
términos de los activos monetarios y nominales relacionados.
La
consecuencia típica de este dilema es que la persona en conflicto decide,
de un modo trágico, apoyar o simplemente tolerar la incompetencia que hoy
empapa las medidas monetario–financieras nacionales, en especial cuando la
discusión vira al lenguaje contable. A menudo los vemos tratando de
explicar los resultados físico–económicos como si fueran
producto de la actividad financiera y monetaria, en vez de dar cuenta de
cómo los desarrollos físico–económicos determinan la
forma en que tienen que juzgarse la conducta y las políticas financieras
y monetarias. Así, como lo vemos en el caso del empresario industrial o
el granjero capaces, que por necedad apoyan las políticas
“librecambistas”, lo que impulsa al ciudadano a apoyar la derrota de
los propósitos y principios de los objetivos de la propia
ciudadanía que, por otra parte, son prácticos y válidos
para la vida nacional, es la inclinación a aceptar las teorías
“librecambistas” de suyo usureras del monetarista sobre la
contabilidad de la renta nacional. De esta forma, su fe en lo que él cree
es una “teoría académica sólida de aceptación
general”, resulta ser la mayor fuente de su propio sufrimiento
autoinfligido.
Por
ejemplo, no fue Herbert Hoover el que causó el gran sufrimiento de
1929–1933; fue la popularidad de los dogmas que llevaron a los
estadounidenses descaminados a votar, como necios, por Coolidge y Hoover.
Fue
así como una mayoría de nuestros ciudadanos fueron seducidos, a lo
largo de las décadas de la posguerra, a aceptar nociones de la
práctica económica nacional que estuvieron basados en una fe de
hecho supersticiosa en la “codicia individual” como el motor que
mueve la economía.
Para
ilustrar esa cuestión aquí, el ejemplo más conveniente de
esta mezcla de competencia e incompetencia en la forma de pensar de
círculos gerenciales privados y de gobierno importantes, es la forma
gradual como quitaron a los adolescentes de la época de la presidencia de
Franklin Roosevelt, en el transcurso de su edad adulta durante la posguerra, de
vivir cada vez más su compromiso con las políticas
monetario–financieras que en el período de 1933–1964 crearon
la larga ola de recuperación y crecimiento físico per
cápita de la economía nacional. Con el nuevo régimen de la
presidencia de Nixon, y la degeneración radical en la formulación
de la política económica nacional de largo alcance bajo el reinado
de Brzezinski como asesor de seguridad nacional, la mayoría de los
ciudadanos decidieron apoyar o simplemente no oponerse a las políticas
físico–monetarias que produjeron el desplome en las de continuo
menguantes condiciones de vida físico–económicas del 80% de
nuestras familias de menores ingresos, durante todo el período de
1977–2005 hasta la fecha.
Esa
caída en las condiciones de vida físicas y culturales del 80%
inferior en el período de 1977–2004, coincidió con una
degeneración de la inversión productiva privada y en la
infraestructura económica básica, y con las pérdidas de la
productividad real neta de la economía física de conjunto,
pérdidas acarreadas al cancelar la productividad interna de los EU en
busca de fomentar, no sólo la locura del “libre cambio”, sino
ese suicidio en masa de naciones otrora grandiosas conocido como la
“globalización”.
Observa
la historia de la economía estadounidense en términos
físicos. Mide el bienestar y el desempeño económicos en
términos físicos y per cápita por familia, en vez de
financieros. Mide la riqueza, así definida en términos
físicos, por kilómetro cuadrado del territorio de los EUA. Compara
el aumento del ingreso físico que hubo con el presidente Roosevelt, con
el desplome de 50% de la economía estadounidense que acababa de ocurrir
poco más de tres años antes con el presidente Hoover. Mira el
desplome de las granjas, las industrias y demás a partir de agosto de
1971; observa este desplome en términos del desmoronamiento de la
agricultura y la industria, condado por condado, en el período de
1977–2004; compara la caída en el nivel de ingreso y la calidad del
empleo del 80% de la fuerza laboral de menores ingresos desde 1977.
A saber,
el crac del mercado de valores de octubre de 1929 fue más que nada
resultado de las políticas de Coolidge y Hoover del período de la
posguerra, hasta entonces. Pero el desplome de 50% de la economía
física de los EU en los años que siguieron a ese crac fue producto
de la política del presidente Hoover, tal como la recuperación lo
fue del remplazo de sus políticas fracasadas bajo Franklin
Roosevelt.
Hoy, como
entonces, en 1933, el sorprendente desplome de la economía interna
estadounidense, combinado con factores importantes como sus déficit
fiscal y de la balanza de pagos ahora fuera de control, han puesto al Gobierno
en funciones de Bush en una situación comparable a la del Gobierno de
Hoover posterior a 1929, sólo que ahora mucho peor que con éste.
El hecho cada vez más perturbador de que el actual Gobierno de Bush,
también conocido como el Gobierno del “cuarto acolchado para
locos”, está en una situación histórica que no tiene
remedio, crea el potencial de cambio en la población como el que
podríamos recordar de los primeros días del Gobierno de Franklin
Roosevelt; aunque nominalmente hayan reelegido a Bush como
presidente.
Puedo
hablar de estos asuntos con una gran y excepcional autoridad intelectual de
décadas, probada en abundancia. Es necesario que invoque aquí y en
escritos parecidos está autoridad merecida, para que haya los cambios
necesarios en la forma de pensar de nuestro Partido Demócrata y otros
sobre cómo darle forma a la economía nacional y
mundial.
Tal como
lo pronostiqué sin cejar en repetidas ocasiones, no sólo a partir
del 15 de agosto de 1971, sino desde antes, estos cambios para alejarse del
sistema de Bretton Woods establecido por el presidente Franklin Roosevelt han
desencadenado un proceso gradual de largo plazo, de autodestrucción
inminente de la economía de los EU y del mundo. Advertí entonces,
y después, que sin los cambios radicales de política
económica para anular la locura que el Gobierno estadounidense de Nixon
desató al derrocar el sistema de Bretton Woods, la amenaza esencial
sería la inevitabilidad inminente, no de una mera depresión
mundial, sino de una crisis de desintegración
físico–económica de toda la economía mundial actual y
de una ofensiva para someter al mundo al control de sistemas fascistas, como lo
hemos visto en Chile, por ejemplo, con el dictador Augusto Pinochet.
Tras una
serie de pasos cualitativos de degeneración intelectual de las
dirigencias, en especial de los círculos financieros, de la
economía mundial en general, y a pesar de algunos impulsos en contra en
partes de Asia, como China e India, el sistema monetario–financiero
mundial actual ha entrado a la fase terminal de una crisis de
desintegración general autoinfligida de la economía física
del mundo entero.
La
decadencia no empezó con el reinado del titubeante “W”. Desde
fines de agosto de 1971 no he dejado de advertir que, de continuar las
tendencias de los cambios de orientación que el Gobierno de Nixon
introdujo como políticas en la misma dirección de cambios
sistémicos sucesivos en el sistema del FMI, el mundo encaraba la amenaza
de acabar hundiéndose en un orden mundial fascista. Sería, de
permitirse, un eco de cómo las medidas monetario–financieras
hegemónicas de Europa Occidental generaron la propagación del
fascismo en el período de 1922–1945. Ahora enfrentamos nada menos
que una nueva amenaza mucho peor, y relativamente inmediata, de un orden mundial
fascista mucho peor, mucho más mortífero, que el de
1922–1945.
Sin
embargo, en el 2001 de pronto las cosas decayeron, quizás hacia lo peor.
Las pruebas de que el presidente George W. Bush está metiendo ahora las
doctrinas neonazis del dictador chileno Augusto Pinochet en las políticas
del Seguro Social, son típicas de las pruebas actuales de que en los EU y
en otras partes estamos a punto de caer en un orden mundial fascista tan mortal
para la humanidad, como el que hubiéramos enfrentado si no fuera por la
combinación de las victorias soviética contra las fuerzas nazis en
Estalingrado y la naval de los EU en Midway.
Desde agosto de
1971
Repasa
por un momento algunos de los momentos salientes de la historia del largo
intervalo de degeneración de nuestra economía, que empezó
aproximadamente el 15 de agosto de 1971.
Por ello,
entre mediados y fines de 1971 yo y mis colaboradores de entonces acusamos a la
mayoría de los principales profesores universitarios de economía
de los EU de ser “charlatanes académicos”. Mi
acusación la fundé en tres hechos principales.
1.Primero, que estos profesores y sus copensadores habían razonado,
confiados, que una desintegración como la que George Shultz, Henry
Kissinger y demás emprendieron mediante su control del Gobierno de Nixon,
nunca podría ocurrir con el llamado “sistema de estabilizadores
estructurales”. Ésa era entonces la enseñanza dominante, y
la doctrina académica y relacionada de plano lunática entre los
economistas y sus estudiantes embaucados, tal como hoy un disparate parecido
cuenta con una aceptación ciega y amplia.
Cientos
de miles de incautos influyentes con capacitación académica han
aceptado la práctica de difundir ese dogma lunático como su
virtual creencia religiosa, mediante el lavado cerebral en las universidades y
la propaganda —de Arthur Burns y compañía— en sus
nichos de influencia en la práctica de la política
económica de la nación. El único término
técnico justo para describir la terquedad de semejantes profesores
universitarios era, y sigue siendo, el de “charlatanes
académicos”.
2.Segundo, que han rehusado considerar las claras pruebas pertinentes de entonces,
pruebas que debieron llevar a cualquier economista académico honesto a
reconocer su error, y a proceder a corregirlo, para botar los dogmas fracasados
que se empecinaron en enseñarles a los incautos modernos de las Laputas
académicas. Agosto de 1971 mostró, más allá de toda
duda razonable, que no había “estabilizadores estructurales”
automáticos eficientes en el sistema del FMI posterior a 1968.
3.
Tercero, que en diciembre de 1971, cuando por fin aceptaron enfrentarme en un
debate público a este respecto con el campeón que adoptaron, el
profesor Abba Lerner, les di una rotunda paliza pública. Sin embargo, en
vez de aceptar la lección que les enseñé en esa
ocasión, los círculos asociados con el Congreso a Favor de la
Libertad Cultural emprendieron una campaña de difamación en mi
contra, una campaña de difamación y repudio que ha perdurado en
muchas agrupaciones académicas y afines importantes hasta la
fecha.
Treinta y
cuatro años después, es improbable que esta clase de tipos admita
ninguna de sus mayores equivocaciones. Más bien han actuado en abierto
desafío a lo que hoy son mis evaluaciones vindicadas hasta el colmo. Y
más importante, lo que han hecho es peor que sólo desafiar lo que
he probado de forma concluyente; al presente han obrado para imponer sus
políticas fallidas del pasado como el criterio de la toma de decisiones
futura. Así que, por su culpa, ahora no sólo nos las vemos con una
depresión global, sino con la forma de desintegración general
planetaria de un desplome de reacción en cadena que en lo inmediato nos
lleva a una nueva Era de Tinieblas planetaria.
Ahora
están —el presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan y
todos— al borde de una quiebra económica general, causada por su
obcecada ruina intelectual y moral al tomar decisiones.
Lo que el
presidente de la Reserva Federal Alan Greenspan representa hoy, es el efecto
físico de una fase terminal de degeneración intelectual causada
por una larga exposición a medidas de degeneración de la
economía estadounidense y del sistema monetario internacional. Ésa
fue la tendencia que activó, ya en 1971–1972, la influencia
típica del George Shultz del Gobierno de Nixon. El meollo de mi
razonamiento contra el notable profesor keynesiano Abba Lerner en un
célebre debate público que tuvo conmigo en diciembre de 1971
—en especial sobre la política de Brasil, por la que lo
ataqué en esa ocasión—, es típico de la tendencia de
largo aliento que guió a los EU por el Gobierno de Nixon cuyo
“Chicago Boy”, Shultz, impuso en Chile al dictador neofascista
Augusto Pinochet.
Mi
advertencia de que las tendencias políticas asociadas con figuras del
Gobierno de Nixon, tales como Shultz, habían llevado a los EU y al mundo
a seguir una larga tendencia hacia un orden mundial fascista, ya la había
demostrado en progreso la función que Shultz y Henry A. Kissinger
desempeñaron en el “Cono” sudamericano.
1. El
nacimiento del Sistema Americano
El logro
singular del presidente Frankin Roosevelt fue revivir lo que desde
1763–1789 se desarrolló como el “Sistema Americano de
economía política”, del modo que el término
está asociado con mayor prominencia en la historia económica con
nombres como el de Benjamín Franklin, Alexander Hamilton, Federico List,
Henry C. Carey, y con la revolución que encabezó el presidente
Abraham Lincoln durante el período de 1861–1876 para restaurar
dicho sistema.
Para
entender lo que significa en realidad el “Sistema Americano de
economía política”, tenemos que considerar unos cuantos de
los rasgos más fundamentales de cómo cobró existencia ese
concepto de un “Sistema Americano”, a diferencia de los modelos
parlamentarios liberales de hoy.
De Solón a
Roosevelt
Desde la
época de Solón de Atenas, el objetivo de las personas morales de
la sociedad europea ha sido establecer Estados nacionales soberanos
republicanos, cuya existencia elimina la diferencia entre las formas gobernantes
y gobernadas de los estratos sociales. Este objetivo tiene como premisa las
pruebas de que la especie humana es en esencia diferente y superior a todas las
formas inferiores de vida. Esto implica, por ejemplo, proscribir formas de
sociedad basadas en el supuesto de que la mayoría de la sociedad la
compone ganado cuasianimal, como supuso el dogma fisiócrata de Quesnay y
Turgot. También implicó, como lo especificó el Tratado de
Westfalia de 1648, un sistema de naciones soberanas unidas por el compromiso de
principio de cada una de fomentar la ventaja del prójimo.
Esta
perspectiva del precedente de Solón de Atenas fue un rasgo central de la
elaboración del diseño que sentó la premisa de la
existencia de nuestra república.
A lo
largo de la historia de esta corriente republicana en la historia europea, este
impulso republicano se ha basado en cierta noción específica de
una diferencia esencial entre el ser humano y las bestias, noción que no
discrepa de la definición del hombre y la mujer, del primer
capítulo del Génesis. Un concepto del hombre con poderes
creativos congruente con su diseño, en tanto hecho a semejanza del
Creador. Es este concepto de la naturaleza creativa del ser humano individual el
que aporta la noción de su santitud intrínseca, y las nociones de
derechos y obligaciones que definen las cualidades naturales de las obligaciones
y derechos mutuos que unen a toda persona en la sociedad.
Fue esta
tradición en el lapso de la civilización europea desde, por
ejemplo, Solón de Atenas, en la que la declaración de
Independencia de los EU de 1776 basó una lucha por la independencia
nacional. Éste fue el principio constitucional que expresó la
incorporación del principio antilockeano de Godofredo Leibniz de la
“búsqueda de la felicidad” en dicha declaración
constitucional. El preámbulo de la Constitución federal de los EU,
que es el principio de ley suprema de esa Constitución, expresa el mismo
principio asociado con la “búsqueda de la felicidad” de
Leibniz.
El
Sistema Americano de economía política, que es el rasgo crucial de
distinción axiomática hasta hoy subyacente en la base
constitucional de la diferencia axiomática de principio jurídico
entre la república estadounidense y los sistemas liberales
angloholandeses de economía política de Europa, tiene como premisa
una interdependencia esencial entre una noción de creatividad individual,
como la define el principio de la hipótesis de Platón, y una de
inmortalidad personal del ser humano individual.
El
desarrollo de lo que, por nombre, devino en el Sistema Americano de
economía política, empezó en el Renacimiento europeo del
siglo 15 con la fundación de la primera expresión de sociedad
europea moderna en tanto Estado nacional moderno. Las referencias intelectuales
más notables de esa revolución del siglo 15 en la forma de la
sociedad, son dos obras del cardenal Nicolás de Cusa: Concordantia
cathólica, que definió en principio al Estado nacional
soberano moderno, y De docta ignorantia, que inauguró las formas
experimentales modernas de la ciencia física.
El
Sistema Americano de economía política surgió mediante los
desarrollos que definieron las siguientes referencias más notables. El
primer Estado nacional soberano moderno se desarrolló, en
sucesión, en la Francia de Luis XI y en la revolución inglesa
encabezada por Enrique “Richmond” VII, quien tomó como modelo
la experiencia de Richmond en la Francia de Luis XI. Luego vino una larga lucha,
encabezada por la oligarquía financiera veneciana de poderío
internacional, por erradicar el Renacimiento y su Estado nacional soberano
moderno, mediante un proceso de guerras religiosas que desde España
desató la persecución de los judíos que emprendió el
Gran Inquisidor en 1492, y que continuó, bajo la influencia de la
oligarquía financiera veneciana, como el período de guerras
religiosas previas al Tratado de Westfalia de 1648.
El
Tratado de Westfalia, que se hizo eco de la Concordantia cathólica
de Cusa, tuvo como efecto activar el rápido surgimiento de una
economía moderna en la Francia del cardenal Julio Mazarino y su
colaborador Jean–Baptiste Colbert. La ola revolucionaria de progreso
científico y económico que caracteriza a la civilización
europea moderna desde 1648, se basó, bajo el liderato de Colbert, en el
principal legado específico de seguidores de los principios de la De
docta ignorantia de Cusa, como Leonardo da Vinci y Johannes Kepler. Este
renacimiento científico y económico patrocinado por Colbert
produjo efectos en torno a los logros de Godofredo Leibniz, logros expresados de
manera medular en la definición de Leibniz de su cálculo conforme
a un cálculo infinitesimal expresado en el principio físico de
acción mínima universal al que dio pie la catenaria.
La
influencia de principio de Leibniz en la historia subsiguiente de la ciencia
física moderna y la sociedad lleva la marca de los descubrimientos y el
trabajo relacionado de Carl Gauss y de su propio gran sucesor, Bernard
Riemann.
A
resultas de la derrota del poder de Venecia en tanto forma imperial de Estado
nacional, una derrota expresada en el Tratado de Westfalia y en la secuela
inmediata de las varias décadas siguientes, el poderío de la
oligarquía financiera veneciana encontró nuevo abrigo y
expresión política con el surgimiento del liberalismo
angloholandés, en lo que vino a conocerse como el “partido
veneciano” en el siglo 18, o también como el partido
político de las compañías de las Indias angloholandesas.
Las guerras desastrosas a las que esa facción de la
Compañía de las Indias angloholandesa indujo al detestable y necio
Luis XIV de Francia a guerras ruinosas, echó a andar un proceso en el
siglo 18 a través del cual el partido veneciano angloholandés se
hizo del poder imperial mundial con el Tratado de París de febrero de
1763.
El
surgimiento a mediados del siglo 18 de fuerzas americanas asociadas con
Benjamín Franklin, la tradición previa de los Winthrop y los
Mather de la colonia de la bahía de Massachussets, y la tradición
de Leibniz, devino en el “norte” de la resistencia europea al
triunfo imperial de los liberales angloholandeses de febrero de 1763. Esta
tradición, cuya expresión central fue la lucha de 1776–1789
por establecer una forma viable de república estadounidense
independiente, es la base de ese Sistema Americano de economía
política de Hamilton y sus seguidores hasta hoy.
La verdad sobre la
Revolución Francesa
La
acometida que dirigió el Londres de lord Shelburne, de lo que vino a
conocerse como la Revolución Francesa de julio de 1789, ahogó en
un caos de sangre el proyecto de establecer un modelo constitucional de
monarquía en Francia. El ascenso de Bonaparte como emperador trajo
consecuencias que llevaron a ese aislamiento de los EUA de Europa en el
período de 1789–1815, mediante los esfuerzos combinados de las
potencias europeas —en otros sentidos rivales— liberal
angloholandesa y habsburga. No fue sino hasta el triunfo de los EUA encabezados
por Lincoln sobre la Confederación títere de Londres, que
quedó asegurada la existencia soberana de unos EUA de otro modo siempre
en peligro.
El
Londres imperial de Shelburne, que había usado a fuerzas corruptas como
los fisiócratas franceses y al agente de Shelburne, Jacques Necker, para
quebrar a la monarquía francesa en 1789, terminó por subordinar el
poder de Metternich y sus Habsburgo en el período que llevó a
1848, un suceso que fortaleció bastante el poder del sistema liberal
angloholandés del partido veneciano.
El
surgimiento de los EU como una gran potencia agroindustrial con Lincoln en
1863–1876, como era la intención de su patrocinador original, John
Quincy Adams, en tanto nación soberana dentro de las fronteras
continentales norte y sur, y de océano a océano, trajo la
propagación de la influencia de esas ideas del Sistema Americano. Tras la
exposición del Centenario en Filadelfia en 1876, las ideas del Sistema
Americano de economía política se propagaron a lugares como
Japón, la Alemania de Bismarck, la Rusia de Alejandro II y otros. Fue la
reacción del partido liberal angloholandés al ascenso de nuevas
potencias económicas eurasiáticas basado en los éxitos del
Sistema Americano, la que impulsó al rey Eduardo VII de Londres a
organizar lo que su muerte le legó al mundo como la llamada Primera
Guerra Mundial, y después la Segunda. La muerte prematura de Franklin
Roosevelt desencadenó poderosas fuerzas liberales transatlánticas
en su esfuerzo por minar y, en última instancia, destruir la labor del
presidente Roosevelt.
Así,
desde el Tratado de París de 1763, que estableció a la
Compañía de las Indias Orientales británica como potencia
imperial, hasta la fecha, el principal poder monetario–financiero del
mundo por lo general ha estado concentrado en las manos de la facción
liberal angloholandesa, cuya labor típica más reciente es la
imposición en expansión del ruinoso y así llamado
“pacto de estabilidad” sobre las naciones de Europa continental. Las
excepciones fueron los períodos de poderío excepcional de los EUA
con los presidentes Abraham Lincoln y Franklin Roosevelt, y la
continuación de su obra.
Desde la muerte de
Roosevelt
Desde que
Roosevelt murió, el esfuerzo por desarraigar el Sistema Americano de
economía política condujo a las reformas de los asesores de
seguridad nacional Kissinger y Zbigniew Brzezinski, y del socio de Kissinger,
George Shultz. Estas reformas, en especial las de 1971–72, llevaron a los
EU a autodestruirse en tanto potencia agroindustrial. Esta destrucción
fue para favorecer lo que ahora es la ofensiva de eliminar todo poder del Estado
nacional en el mundo entero, a favor de un imperialismo ultramontano de control
financiero estilo veneciano, conocido hoy como
“globalización”.
Hoy el
asunto estratégico crucial es la necesidad de liberar al mundo de la
ruina global inherente al sistema de la globalización, restableciendo,
una vez más, el remplazo mundial de la forma liberal angloholandesa de
imperialismo financiero siguiendo el modelo del Sistema Americano típico
del sistema de Bretton Woods creado por Franklin Roosevelt. Este asunto lo
ilustra hoy, para entender con mayor claridad el problema, el hecho de que el
Gobierno actual de Tony Blair en el Reino Unido es un reflejo del imperialismo
liberal de la Sociedad Fabiana.
Ese mismo
imperialismo liberal, en tanto poder financiero hoy dominante en Europa, es el
origen de la gran amenaza inmediata que la crisis de desintegración
económica que ahora embiste representa, no sólo para los EU, sino
para el mundo entero. La única alternativa al momento disponible a la
forma imperial hoy putrefacta del sistema del FMI, es el viejo sistema del FMI,
ese sistema anterior que tiene que reconocerse como un reflejo de la experiencia
del Sistema Americano de economía política.
2. Ciencia
vs. misticismo en la economía
Con el
sistema liberal moderno de banca central mundial, lo que determina el valor del
dinero mismo son los accidentes del “libre mercado”. Con ese sistema
liberal, los propios gobiernos están sujetos al control de los mentados
“sistemas de banca central independiente”, sistemas bancarios que,
como el FMI actual, reciben el trato de autoridades que dominan a los gobiernos,
donde éstos son meros esclavos de los antojos misteriosos de los
banqueros centrales.
Estos
mismos banqueros centrales son una especie de “moho
monetario–financiero lamoso”, un agregado inmoral de numerosas
entidades financieras individuales que actúan en concierto para escoger o
para someterse a la tiranía actual de algunas secciones importantes de
ese agregado oligarca. Los banqueros centrales así definidos
actúan a nombre del interés financiero colectivo pertinente, y
usan a instituciones como la actual forma posterior a 1972 del FMI y a los
sistemas de banca central como las autoridades superiores que le imponen su
voluntad a los meros gobiernos.
Cuando
consideramos la naturaleza de tales “sistemas de banca central
independiente” con la cabeza despejada, reconocemos que no son sino una
extensión moderna del modelo de ese viejo poder
oligárquico–financiero de Venecia que parece un “moho
lamoso”, y que gobernó y finalmente arruinó la llamada Edad
Media de Europa, el mentado sistema ultramontano, desde la época de las
Cruzadas y las ligas Santas hasta la “Nueva Era de Tinieblas” del
siglo 14. Entonces, podemos ver con mayor claridad que la insurgencia dirigida
por Venecia contra el Renacimiento del siglo 15 y el Estado nacional soberano
moderno, consistió en revivir ese fenómeno estilo “moho
lamoso” del usurero poder oligárquico–financiero veneciano,
un “moho lamoso” como el asociado con el antisemita rabioso y gran
inquisidor Tomás de Torquemada, quien estaba empecinado en desarraigar un
sistema de Estados nacionales modernos perfectamente soberanos basado en la
santidad de la persona individual, que pone el poder de ese Estado por encima de
cualquier intento del “moho lamoso” de un poder
oligárquico–financiero por usurparlo.
La
noción liberal de un “regreso” a un sistema de santidad del
dinero personal en tanto autoridad superior a la de la nación soberana,
es la esencia de ese sistema liberal angloholandés moderno que hoy impera
sobre las naciones y los pueblos de Europa. Esa noción es el
engaño que ha arruinado y destruido a los EUA, entre otros, desde agosto
de 1971. El entendimiento de este rasgo esencial del modelo veneciano de
régimen oligárquico–financiero ultramontano, es la llave
para entender la teoría monetaria que domina los textos y los
hábitos académicos hoy día.
Entra el Sistema
Americano
Desde la
óptica de la ciencia física experimental, desde los antiguos
pitagóricos, lo que distingue al hombre de la bestia es el poder de la
especie humana para aumentar el nivel de vida de todos los miembros de la
sociedad mediante el descubrimiento de principios físicos universales, de
un modo que es imposible para las formas inferiores de vida. Estos son
principios, llamados “poderes”, como lo hace Leibniz, que no pueden
verse de forma directa mediante la percepción sensorial, pero sí
conocerse y probarse en la práctica con una forma crucial de
métodos experimentales.
La
tradición del Zeus olímpico y de los empiristas modernos
atacó de manera implícita el descubrimiento y uso de dichos
poderes por ser un mal prometeico. No obstante, ha sido a través del
descubrimiento y adopción de tales poderes de descubrimiento que la
densidad relativa potencial de población de la especie humana ha
aumentado, de los sólo millones de un simio superior cualquiera, a un
nivel de población mundial de más de seis mil millones de
habitantes hoy. Este concepto ha representado el rasgo central de todo mi propio
trabajo en economía en las últimas seis décadas.
El primer
objetivo del leibniziano Sistema Americano de economía política es
fomentar el descubrimiento y el uso de los poderes descubiertos, como la
tecnología científica, para elevar el nivel de vida y la densidad
relativa potencial de población de la especie humana. El concepto
correlacionado es que el nivel de vida de la persona individual en la sociedad
tiene que aumentar a lo largo de generaciones sucesivas mediante, por ejemplo,
la inversión en el descubrimiento y la aplicación del
descubrimiento de nuevos principios físicos fundamentales.
El
Sistema Americano, como lo describió Hamilton, centra su atención
en definir las formas en que puede coordinarse la acción volitiva entre
individuos, de manera que fomente la intervención de las actividades del
libre albedrío del ser humano individual de modos que lleven a ese
resultado general deseado para las generaciones actuales y futuras.
En este
sistema, la creación de dinero legítimo, para este uso y
propósito, es una función exclusiva del Estado nacional soberano.
Por tanto, el Estado constitucional es responsable de regular la
generación y circulación del dinero mediante esos medios que
aseguren el resultado deseado de la intervención combinada de
instituciones grandes, entre ellas el gobierno y el libre albedrío
individual. Esto se hace con ayuda de la regulación de la
circulación monetaria, una regulación alcanzada, entre otros
medios, haciendo uso de la facultad de establecer aranceles e impuestos o
subsidios.
En una
economía moderna, como la que los EU solían ser antes de 1971,
casi la mitad del producto del capital total de una economía nacional
saludable está relacionado con la inversión y la regulación
en la infraestructura económica básica, y el resto con empresas
privadas. En una economía moderna saludable hay una preferencia por las
empresas privadas con pocos accionistas sobre las controladas por los
financieros, y, por consiguiente, el granjero independiente y el empresario
tecnológicamente avanzado siempre se ven favorecidos por encima de la
gran empresa financiera.
De
ahí que los objetivos relacionados del gobierno tengan que ser
preocuparse por asegurar que el aumento en el ritmo de generación y
acumulación de capital de riqueza útil, sea para cumplir con
ciertas normas y mejoras de los niveles de todas y cada una de las partes del
territorio y la población de toda la nación. La locura de la
desregulación impuesta durante el período del asesor de seguridad
nacional Brzezinski, es típica de los efectos de someter a regiones de un
territorio nacional al canibalismo económico de la competencia de
precios, con el consecuente desplome de las capacidades nacionales del
transporte aéreo y ferroviario de los EU hoy. Así, el gobierno
federal y a otros niveles no sólo tiene que regular, sino gravar al
sistema en su conjunto para asegurar que haya los niveles necesarios de
desarrollo de la infraestructura económica básica, a precios
adecuados.
3. El principio
involucrado
Todas las
ideas económicas ahora en boga, ya sea en la antigua Unión
Soviética o en la convención transatlántica aun hoy, tienen
como base el mismo supuesto popular de la llamada “teoría de la
información”, de que no hay ninguna diferencia de principio
significativa entre el hombre y un mono. En este sentido, algunos
considerarán al actual Presidente de los EUA como la prueba encarnada de
ese supuesto; una simulación electrónica de una cabra quizá
produzca una generación de robots en la que ninguno, como los
niños del infame atraparratas de Hamelin, quede rezagado (en
alusión al programa educativo del presidente Bush, “no child left
behind”, dizque para que ningún niño se quede
rezagado—Ndr.).
De hecho,
la humanidad es la única especie capaz de descubrir un principio
universal de la naturaleza. Esta cualidad única del ser humano individual
expresa su alma inmortal, aquello que la persona transmite, con su identidad,
para beneficio de las generaciones futuras. Es el reconocimiento del ser humano
individual de esa clase de inmortalidad, lo que lo faculta para enfrentar la
muerte con el valor que sólo una suerte racional tal de sentido de
inmoralidad puede dar, una cualidad que las últimas generaciones en gran
medida han perdido, hasta el surgimiento ahora en proceso de una nueva
generación de jóvenes adultos.
Estos
poderes, que todas las variedades de dogmas económicos que por lo general
se enseñan niegan que existen, son la única fuente verdadera de
una forma duradera de ganancia neta de las empresas. Lo que distingue al hombre
del hombre–bestia es el proceso de descubrimiento y desarrollo de nuevos
principios físicos, con la ayuda de ese proceso de los modos
artísticos clásicos que organizan la inspirada cooperación
de interés común en la sociedad. Una vez que reconocemos que la
posibilidad de una ganancia neta verdadera mensurable en términos
físicos sólo ocurre mediante la clase de actos mentales soberanos
de los individuos que producen descubrimientos fundamentales en la
tecnología y en las formas clásicas de la cultura, entonces
entendemos que sólo así puede generarse un flujo de ganancia
duradero. La función del economista consiste en mostrarle al gobierno
cómo tienen que organizarse el crédito y los precios para fomentar
la clase de ganancia neta congruente con esas formas de progreso de la
economía como un todo indivisible.
Por
tanto, en la práctica el desafío principal inmediato que tiene el
Gobierno de los EU hoy, es definir el campo de acción, las
características y los componentes necesarios de lo que con utilidad
definimos como la infraestructura económica básica, en especial la
función del gobierno en financiar y sostener el ritmo de crecimiento
físico neto per cápita y por kilómetro cuadrado, en todas y
cada una de las partes de la economía en su conjunto.