Estudios estratégicos
El aspecto revolucionario
del método de LaRouche
Introducción
por Lyndon H. LaRouche
27 de abril de 2005.
Este informe trata de una clase específica de desórdenes mentales, de desórdenes que son la causa más típica de los principales desastres más comunes, de origen humano en las economías modernas hoy día.
Las causas de esta situación mortal actual son conocibles. Si estudiamos esas causas, podemos descubrir cómo pudiéramos parar ahora el empeoramiento de la situación mundial, del mismo modo en que la elección del presidente Franklin Roosevelt salvó al mundo de lo que hubiera sido el inevitable ascenso del sistema nazi de Adolfo Hitler al poder mundial, o la amenaza similar que representan esas criaturas desgraciadas, tales como nuestra belicosa chusma de llamados “neoconservadores” hoy día.
El diagnóstico y el remedio a esta amenaza presente está disponible, siempre y cuando dediquemos el tiempo y la energía a pensar en ello.
La experiencia con la obstinación de ciertos bloques mentales, incluso entre científicos dotados y maduros, ilustra las causas de la incapacidad a veces sorprendente de incluso tales profesionales, de comprender lo que debería ser la demostración obvia de lo absurdo de la pretendida refutación tan pobre de Lagrange al ataque de 1799 de Carl Gauss contra sus insensateces, o su falla en reconocer el sofismo todavía más crudo del razonamiento del “límite” de Cauchy. La misma clase de incompetencia sistémica, pertinaz, sostiene la incapacidad de la mayoría de los economistas profesionales de hoy, hasta los más veteranos, que no les permite ver la función de esos principios físicos universales que gobiernan los procesos económicos en la vida real.
Por tanto, cuando ataco la misma clase de incompetencia que muestran Lagrange, Cauchy y demás, la cual predomina entre la mayoría de los economistas acá, debo proceder de tal modo que refleje mi conocimiento anticipado de la clase de problema mental que también encontraré entre los economistas y los dirigentes políticos pertinentes, quienes rehúsan tercamente comprender hasta lo más básico del reto que representa la crisis monetario–financiera mundial que hoy embiste. La raíz de este problema de los economistas y los dirigentes políticos es, en lo axiomático, la misma necedad que atacó Carl Gauss en su devastadora refutación de las tonterías de D’Alembert, Euler, Lagrange, etc., en 1799, la misma tontería sistémica que identificó Bernhard Riemann de modo más profundo en su disertación de habilitación de 1854.
Mi entendimiento de la naturaleza de los bloques mentales en tales casos me motiva a ubicar aquí la discusión del bloque mental que existe entre los economistas y personalidades políticas, al presentar el hecho de su existencia aquí, frente al trasfondo que ofrece el repetir en parte ciertos aspectos del razonamiento que he presentado en otras publicaciones recientes sobre las implicaciones económicas, en vez de las psicológicas, de la crisis actual, como en el presente informe.
Por tanto, el lector debe estar advertido de que no simplemente repito aquí las cuestiones que he planteado en esas publicaciones anteriores. Más bien, ubico un tema diferente, el de un fenómeno psicopatológico colectivo responsable de la crisis mundial actual, frente al trasfondo de lo que ya debiera ser un marco familiar de la presente urgencia en la formulación de la política económica.
En la actualidad el mundo está en medio de una zona de creciente turbulencia monetario–financiero–económica que camina hacia un nuevo derrumbe ahora inevitable, inminente y general del presente sistema monetario–financiero. Hasta ahora, si no por mucho más, de seguro podríamos sobrevivir este derrumbe en lo físico con medidas súbitas que emularan las exitosas medidas de recuperación económica del ex presidente Franklin Roosevelt; pero el propio sistema mundial, el mentado “sistema de tipos de cambio flotantes” instalado entre 1971 y 1975, no sobrevivirá esta crisis presente, ni podría hacerlo.[1] Podríamos sobrevivir si escogiéramos una nueva “arquitectura financiera” antes de que hiciera erupción la última fase de ese derrumbe; pero la única opción funcional realmente disponible en ese momento, sería regresar al modelo del sistema de Bretton Woods de la posguerra, de los tipos de cambio fijos, que empezó bajo la conducción del presidente Franklin Roosevelt. Hoy tenemos que añadirle a esa reforma algunos aspectos que no requería la crisis anterior; pero en cualquier caso el remedio sería el mismo en términos generales.
En la medida en que esas políticas fracasadas al presente, que las naciones relevantes le han impuesto al resto del mundo desde, de forma más notable, el intervalo de 1964–1982, la responsabilidad inmediata de esta calamidad atroz y global que nos acomete, recae sobre todo en la insensatez de las opciones que llevaron al establecimiento del sistema de tipos de cambio flotantes en 1971–1975. Tales fueron las opciones, como la elección del primer Gobierno del primer ministro Harold Wilson en el Reino Unido y del presidente Richard Nixon en los Estados Unidos de América, en combinación con los efectos de los continuos errores en apoyo a ese sistema de tipos de cambio flotantes que cometieron la mayoría de los pueblos de las naciones relevantes, tales como los pueblos de los EUA y Europa.
Sin embargo, mi materia en esta presente comunicación no son, en esencia, las tontas medidas económicas de los EU que he abordado en otras publicaciones; el tema al cual llamo tu atención aquí, es la clase específica de desorden psicológico colectivo que ha permitido que esas tontas medidas económicas continúen hasta este momento.
No sólo es importante, sino urgente, destacar que las causas de esta calamidad, la desintegración y el derrumbe del sistema original de Bretton Woods, son los hábitos mentales que fomentaron ese cambio en las políticas que venían del período de Franklin Roosevelt, un cambio que la mayoría de las poblaciones de los principales miembros de la Mancomunidad británica y de los EUA, entre otros, han optado por continuar en las últimas cuatro décadas. Sin embargo, dejando de lado los tecnicismos de esas decisiones como tales, cuando oigas la tormenta de esta catástrofe descender sobre ti ahora, deberías preguntarte: ¿por qué hoy, a pesar de lo que deberían de ser las duras lecciones de la experiencia anterior del mundo desde los 1930, no debería culpársete como uno de la mayoría de los estadounidenses que, por sus preferencias o por su complicidad indiferente, ayudó a acarrear el derrumbe que ahora nos cae a todos en la cabeza?
Ésa, en breve, es la cuestión de psicología —¿o, deberíamos decir, psicopatología?— que abordo aquí.
Por tanto, si quieres entender por qué la mayoría de la demás gente en tu sociedad se comporta con tanta necedad como lo ha hecho en cuestiones de política económica nacional en las últimas décadas, tienes que buscar las pistas importantes de ese mal comportamiento colectivo en ciertos aspectos axiomáticos del engaño de que has sido víctima en los últimos años, una victimización que viene de los hábitos mentales heredados del intervalo de 1895–1933 y antes. La diferencia entre esos tiempos pasados y hoy, es que ahora las pruebas son patentes para quienes entienden la situación actual, de que la economía de los EU ha venido decayendo de forma continua de los niveles que tenía a mediados de los 1960, hacia la amenaza de una “Nueva Era de Tinieblas” como la del siglo 14 en Europa, misma que hoy arremete.
Vivir a expensas de nuestro capital
Cuando tomamos en consideración todos los hechos pertinentes, el comienzo de la declinación real neta en la economía física de los EU se ubica en algún momento entre el inicio de la guerra oficial de los EUA en Indochina y la sandez que cometió el presidente Nixon el 15–16 de agosto de 1971. Los ciudadanos ilusos tenderán a negar que la declinación neta comenzó tan pronto como esa fecha. Su negación muestra que dichos ciudadanos no toman en cuenta el hecho de que hemos estado viviendo de un agotamiento neto del capital físico acumulado de nuestro país, y de otros países, por más de 35 años. Dado que los ciclos de vida de la inversión de capital físico de los principales elementos de la infraestructura económica básica van de 25 a 50 años, una nación puede agotar su capital debido a la falta de reparación y sustitución a lo largo de una generación, o un poquito más, antes de que la alcance la realidad, como le ha sucedido a nuestra república hoy.
Estos ciudadanos son la clase de personas que creerán que estaban viviendo “como ricos”, hasta el día en que los bancos embarguen sus casas, y descubran que el presidente George W. Bush pretendía robarles la mayor parte de su pensión del Seguro Social y de su seguro médico, quien ya había expresado la total locura personal de prometer incumplir las obligaciones de los bonos gubernamentales del Tesoro de los EU, y que, casi inmediatamente después de hacer esa declaración, le había aconsejado a los ciudadanos que se aproximaban a la edad de jubilación ¡invertir en bonos sus fondos del Seguro Social a ser privatizados![2]
Lo que ha sucedido en el último cuarto de siglo, es aun más devastador en sus efectos que el derrumbe de las inversiones de capital esenciales en nuestra propia economía nacional. La doctrina económica en práctica del Gobierno de los EUA desde fines de los 1960, ha sido reducir el nivel físico verdadero de los salarios reales y los precios, en tanto que se lleva la producción de bienes para el consumo estadounidense afuera del país, a los llamados mercados de mano de obra barata en el exterior. Como lo mostraré en su debida oportunidad en el cuerpo de este informe, esta destrucción de la economía de los EU y, también, de Europa, ha ocurrido en lo principal a través de una orgía ideológica del dogma del “libre comercio” propio del culto a Mandeville de la Sociedad Mont Pelerin y a Adam Smith. La reducción de los precios relativos en los EU lograda de esa manera, es más que nada resultado del desplome en los niveles de ingreso real (físico) neto de las familias, el agro, las empresas y la infraestructura económica básica en los mismos EU. La ciudadanía tiende a pasar por alto estos hechos sobre la realidad de la economía de nuestra nación, al cambiar el tema de la realidad a la fantasía, con su insistencia de que se espera que el índice del mercado bursátil suba la próxima semana o, en el peor de los casos, el próximo año.
La ilusión de prosperidad —la ilusión psicopatológica popular de prosperidad— se ha mantenido pasando por alto el desplome acelerado de los niveles de ingreso real y la destrucción de la inversión de capital esencial en el ahorro, la capacidad productiva y la infraestructura económica básica. Las ilusiones populares de hoy deberían recordarnos la locura colectiva que campeaba a principios del siglo 18 en Inglaterra y Francia, hasta que estallaron de súbito las burbujas de “John Law” de esa época, de la bolsa de valores de 1929, y la locura del “club de las pirámides” de inversión de corta duración de tu tío en los EU a fines de los 1940.
Este proceso de autocanibalización físico–económica de nuestra nación y otras partes, aceleró con el proceso de destrucción del sistema original de Bretton Woods en 1971–1975 a favor del presente sistema de tipos de cambio flotantes, con el cual los EU hemos saqueado a nuestros vecinos americanos del sur a través de canales tales como el FMI y el Banco Mundial, para que ayuden en este robo. Los niveles de infraestructura económica básica en las Américas y Europa fueron agotados gracias al efecto combinado del “libre comercio” y lo que llegó a conocerse como la política de la “globalización”, mientras que el viraje dentro de los propios EU, del empleo productivo tradicional hacia los servicios, redujo nuestra productividad nacional a niveles que ahora han llegado a ser catastróficos.
Por un tiempo, las partes inmediatamente a la vista del derrumbe de los niveles de ingreso físico estaban limitadas a las familias que dependían del bienestar público y a las comunidades que representaban a las familias de menor ingreso, el 80 por ciento del total. Cada vez más de las regiones otrora prósperas de los estados, hasta regiones enteras de la nación, se han arruinado por los efectos de la desregulación instituida por el asesor de seguridad nacional Zbigniew Brzezinski. La base electoral reconocida de influencia política se concentró entonces más y más en el 20 por ciento de las familias de mayores ingresos, incluso con una categoría de nuevos súper ricos derrochadores, tales como los de Enron. Desde el desplome de la “burbuja de la informática”, hemos dado un giro hacia lo que ahora está deviniendo en un derrumbe acelerado a escala total.
Efectos similares, o hasta mucho peores, han de verse por todas las Américas, o en el genocidio adrede que ahora abarca a todo el sur de África, o en el derrumbe de las antes orgullosas economías de Europa Occidental y Central, y entre el 70 por ciento de los de menores ingresos que representan los desesperadamente pobres de la mayor parte de Asia. Algunos estratos de Asia han prosperado a partir de este arreglo ruinoso, pero la abrumadora mayoría, de un 70 por ciento o más, no lo ha hecho, ni podría hacerlo nunca.
Ahora pagamos el precio de la necedad
Por más de tres décadas hemos venido consumiendo y agotando las condiciones físicas de producción y de vida de las que dependía nuestro otrora orgulloso nivel de vida de la posguerra, de los 1950 y los 1960. Hemos estado viviendo de consumir nuestros ahorros y nuestras inversiones esenciales de largo plazo en mejorar el capital de la infraestructura económica básica, la producción y las condiciones básicas de la vida familiar y comunal.
Al interior de los EU, como en Europa, nuestras otrora agradables regiones “centrales” de aldeas, pueblos y ciudades ennegrecen y se destartalan, en tanto que nuestra gente subsiste de escarbar en los basureros y tiraderos económicos virtuales conocidos como cadenas de comida rápida y Wal–Marts.
Hemos llegado a la fase en que, como el presidente George W. Bush y el Congreso, ahora estamos raspando el fondo del barril de las finanzas federales. Hemos ido rumbo a la ruina por más de tres décadas; nosotros —la mayoría de nosotros, en especial los de las filas de las mamás suburbanas y los papás con carros todoterreno— tan sólo hemos pretendido no darnos cuenta de la realidad de la situación que se apilaba a nuestro alrededor.
¡Esa conducta suya, queridos hermanos y hermanas, es prueba de una enfermedad mental!
Sería improbable que salgamos de lo que al presente es una caída en picada acelerada en las regiones más profundas de la miseria, a menos que ubiquemos las causas de este fenómeno colectivo en el comportamiento mental autodestructivo de los miembros típicos de nuestra sociedad, quizás incluso también en tu propia conducta. Las pruebas sugerirían que el presidente George W. Bush hijo quizás no es el único miembro de nuestra sociedad con una seria incapacidad mental.
¿Por qué el proverbial “Mingo Revulgo” se hizo ese daño tan terrible a sí mismo? ¿Fue una necedad cometida a causa de un rasgo irresistible de la “naturaleza humana”? ¿O tú o tus predecesores de los días de los Gobiernos de Coolidge y Hoover tenían una alternativa de conducta menos necia de lo que ha sido hasta ahora?
Cambia la pregunta de este modo. Aunque no hayas podido resistir tales impulsos en ciertos momentos del pasado, ¿eres ahora capaz, no obstante, de resistir a tales instintos autodestructivos como esos? Quizás si descubrieras la voluntad necesaria para evitar tales errores horribles como esos del pasado, la humanidad podría esquivar la terrible era de tinieblas que ahora la amenaza.
De hecho, sí tenías una alternativa. Todavía la tienes, si actúas para cambiar esta situación lo bastante pronto.
La suma de las pruebas pertinentes arroja que toda persona con una fisiología “normal” es representativa de algo único entre las especies vivas conocidas, una persona con esas potencialidades creativas de que carecen todas las demás especies vivas conocidas. La distinción que hace V.I. Vernadsky entre la biosfera y la noosfera, no es más que una expresión de la prueba crucial a este respecto.[3] Sin embargo, haciendo a un lado el caso del presidente Bush por el momento, hay una distinción importante entre el potencial creativo de incluso toda persona en apariencia normal, y las personas relativamente escasas que han activado dicho potencial para, en esa medida, lograr expresar una cualidad saludable de ser, en lo primordial, una personalidad creativa.
Probablemente ése ha sido tu problema hasta ahora. Ésa es la clave para que elijas salir de la catástrofe global que ahora arremete. ¿Cómo podrías convertirte en la clase de personalidad creativa que la crisis que hoy embiste al mundo requiere de nuestros ciudadanos? ¿Cuál es el antídoto necesario para la clase de desórdenes mentales que provocaron esta crisis?
Veme a mí, por ejemplo
La creatividad humana no se otorga por arte de magia. Está al alcance de casi toda persona, probablemente con algo de ayuda, si saben cómo proceder. En esencia, es cuestión de los principios científicos conocidos pertinentes. Me explico.
Empecé a reconocer que yo expresaba cualidades que son típicas del caso excepcional de la personalidad creativa desarrollada, más o menos en el momento en que experimenté el conflicto que surgió en ese cierto primer día en la clase de Geometría Plana, un conflicto que he referido en escritos en varias ocasiones.[4] Recuerdo vivamente mi asombro ante la reacción general de mis condiscípulos a cómo respondí al desafío del profesor. Ésa fue la primera ocasión en que pude, como dice el dicho, “poner el dedo” en lo que para mí era una cuestión decisiva de diferencia sistémica comprobable entre mi perspectiva social y la de las personas típicas de entre mis compañeros y los adultos de la generación de mis padres y otras aun mayores. En retrospectiva, resumiría la acumulación de mi experiencia a ese respecto diciendo que nosotros, de forma colectiva y a escala mundial, vivimos hoy en un conjunto de culturas, con sus sistemas educativos respectivos, cuyo propósito, como por diseño, ha sido el de aplastar el potencial creativo natural de casi todo miembro de la sociedad.[5] Si reconocemos y entendemos este hecho fundamental, los problemas pertinentes pueden remediarse.
El ejemplo de referencia de esa clase de geometría de los 1930 ilustra la forma característica de ese generalizado estado patológico inducido de la mente popular. La función de una creencia inducida en los supuestos axiomáticos en apariencia “autoevidentes”, de la que es apenas típico el caso de una geometría euclidiana o cartesiana, tiene el efecto de mover al individuo víctima de esa costumbre a suprimir cualquier impulso que tendería a elevar las facultades creativas de la mente individual a una pauta de activación voluntaria autoconciente.
Como lo ilustra el Prometeo encadenado de Esquilo, la aceptación de la instrucción de que uno no debe enseñarle a los humanos a usar el “fuego”, le impide a esa sociedad seguir cualquier pauta de progreso que distinguiría al pueblo de semejante cultura de una colonia de simios. El conjunto de definiciones, axiomas y postulados de una geometría euclidiana o cartesiana tiene, en potencia, esa clase de efecto. Creatividad significa usar la capacidad singularmente humana de ver más allá de los linderos de los supuestos axiomáticos corrientes de cariz “instintivo”, para descubrir, probar y adoptar nuevos principios cuyo efecto es revolucionar el modo en que la sociedad piensa y actúa. La supresión de ese factor de creatividad, como el cruel Zeus olímpico le exigía a su víctima Prometeo, es lo que ha hecho posible el “lavado cerebral” de la población estadounidense para que acepte la autodestrucción de nuestra economía en el período reciente de más de tres décadas.
La gestión de las culturas, incluyendo la educación de algún estrato o de toda la población, a fin de impedir el uso de ciertas potencialidades humanas naturales, como tuvo lugar mediante el “lavado cerebral” infligido por empiristas como D’Alembert, Euler y Lagrange, es reflejo de una de las características principales de las culturas antiguas, medievales y modernas por igual. La táctica más significativa empleada en las prácticas de mayor éxito relativo de dicho “lavado cerebral”, consiste menos en condicionar a la víctima a creer en algo, que, como lo ordenaba el Zeus olímpico, en condicionar al sujeto a no reconocer ciertas cualidades específicas de una facultad mental, como la capacidad de reconocer dentro de sí la aptitud de usar el “fuego”.
Esta suerte de “lavado cerebral” es una causa típica de la clase de desórdenes mentales en la conducta económica colectiva que son el objeto de este informe.
Así, por ejemplo, Euler cometió el fraude de relegar “la raíz cuadrada de menos 1’ ” al dominio vacío de “lo imaginario”. Con esta farsa, Euler creyó haber excluido el universo real, el de los principios físicos universales, del dominio del formalismo matemático de los empiristas como él. Así, defendía la pureza de las matemáticas de torre de marfil del dominio de la ciencia física.[6] El impacto de este lavado cerebral de Euler es típico de la causa más común de los peores desórdenes sistémicos hoy comunes entre las naciones europeas y los EUA.
Esta perspectiva que acabo así de expresar, brinda el único modo posible de mostrarle a los ciudadanos (incluyendo a grupos prominentes del gobierno) cómo y por qué fue inducida la destrucción de la economía mundial mediante el fomento del “libre cambio” y la “globalización”, para embaucar a la mayoría de la población a que aceptara la degeneración inducida de la civilización europea en las últimas cuatro décadas.
Ahora, considera cómo funciona la suerte de “lavado cerebral” que acabo de identificar, para acarrear las terribles crisis económicas como la que las décadas recientes nos han endilgado ahora.
Cómo les lavaron el cerebro
El rasgo más característico de esa degeneración moral y física de la economía de los EUA y del mundo en su conjunto que ha tenido lugar en esas últimas décadas, es el uso de la “globalización” en combinación con los dogmas radicales del “libre cambio” de la pro fascista Sociedad Mont Pelerin, para reducir la densidad relativa potencial de población de todo el mundo, cambiando el equilibrio de la producción mundial, de las regiones con una concentración de desarrollo de la infraestructura económica básica, a las de mano de obra barata basada en la supresión relativa del desarrollo de la infraestructura económica básica. El efecto hoy, como he subrayado, es reducir el ritmo de la productividad potencial de las tecnologías mejoradas reduciendo el nivel del desarrollo de la infraestructura económica básica en las regiones seleccionadas para dicha producción.[7]
Por ejemplo, este efecto lo echaron a andar de manera intencional al final de la Segunda Guerra Mundial. En general, el propósito era manipular la dirección de la evolución de la cultura de los EUA y Europa lejos de los valores tácitos asociados más tarde con la función de liderato que aportó el presidente estadounidense Franklin Roosevelt. Dado que esta manipulación consistió en un programa de guerra cultural contra la victoriosa cultura de los EUA en tiempos de guerra que Roosevelt condujo para salir de una depresión económica mundial, de comienzo el cambio pretendido no pudo llevarse a cabo del todo. De hecho, fueron necesarias más de dos generaciones para rebajar a los EUA al estado de ruina cultural y económica que hoy tenemos con el presidente George W. Bush hijo.
Dos de las medidas que tomó la facción antiestadounidense serán prueba suficiente del modo en que ha funcionado el lavado cerebral posterior a 1945, de un modo particular, al interior de las Américas así como de Europa Occidental.
Una de estas medidas fue la propia formación de la Sociedad Mont Pelerin. La activación del programa de depravación asociado con el Congreso a Favor de la Libertad Cultural, es un segundo caso estrechamente relacionado con los impulsos neofascistas de la Sociedad Mont Pelerin.
De continuar esta tendencia, el mundo está ahora al borde de hundirse en una “nueva Era de Tinieblas” planetaria, cuya implicación sería una caída de la densidad relativa potencial demográfica del mundo a niveles medievales, a sustancialmente menos del 20 por ciento del nivel actual de la población mundial, con su respectiva reducción del nivel cultural y la desaparición concomitante de algunas de las culturas lingüísticas nacionales que hoy existen.
Es claro que esa tendencia de decadencia es la intención de quienes orquestan, de forma vertical, la composición y el comportamiento de Gobierno actual de Bush, y de muchas otras víctimas de su influencia. Ése es el efecto de la política actual de influyentes tales como George Pratt Shultz de los EUA; la prueba es que eso es lo que se ha impuesto, de manera vertical, como la intención conciente de las necias políticas del ridículo Gobierno actual de George W. Bush hijo.
Por tanto, es importante que encaremos la realidad de este fenómeno patológico de reduccionismo, y que discutamos la “arquitectura” de cómo opera al interior de la civilización europea moderna.
La comprensión de los motivos por los que nosotros, en tanto nación, nos hemos destruido del modo en que los acontecimientos ahora visibles que nos embisten dan fe de los resultados, consiste en pensar en lo que nos dice el comportamiento que he descrito hasta ahora sobre cómo pensamos acerca de nosotros mismos. ¿Qué debiéramos querer decir cuando afirmamos, “soy un ser humano”? ¿Cuál es la diferencia entre tú y algunas especies de formas de vida inferiores? ¿Qué nos dice el comportamiento colectivo de nuestro pueblo de las últimas más de tres décadas, sobre cómo hemos llegado a considerarnos nosotros mismos? No somos meros animales, pero a menudo nos hemos comportado, en lo individual y en lo colectivo, como si lo fuésemos.
Nuestro problema tiene su raíz en el modo en que nos han condicionado a pensar acerca de la naturaleza humana. La lección a aprender es que, si piensas en tu vecino, y en ti mismo, como si sólo fuera otra especie de mono, probablemente encuentres que sólo eres otra bestia chillona y aterrada que salta de rama en rama, en lo que se ha convertido en otra selva más, una de tu propia hechura.
[1]La interacción del brote simultáneo de varias de las que no son sino unas cuantas de las principales burbujas financieras, tales como la de la industria automotriz internacional que ahora está lista para que la revienten, bastaría para desatar una profunda caída súbita del valor del dólar estadounidense, la denominada moneda de reserva del mundo. A su vez, esa clase de desplome del dólar bastaría para iniciar otro generalizado de reacción en cadena del sistema monetario entero en todo el orbe. Esto sería varios órdenes de magnitud peor que la situación internacional de los 1930. Semejante posibilidad es ahora inminente; tienen que darse pasos preventivos con su debido sentido de urgencia.
[2]La conferencia de prensa del presidente estadounidense George W. Bush que fue televisada el 28 de abril del 2005.
[3]Ver The Economics of the Noösphere (La economía de la noosfera) de Lyndon H. LaRouche (Washington, D.C.: EIR News Service, Inc., 2001).
[4]“La ciencia: el poder de prosperar”, por Lyndon H. LaRouche, en Resumen ejecutivo de la 2a quincena de junio de 2005, págs. 2–17.
[5]Como he recalcado en otras ocasiones, hubo ciertos liberales estadounidenses que se opusieron a la esclavitud antes y que, no obstante, respondieron al fin de la esclavitud emprendiendo un ataque brutal contra las políticas educativas asociadas con Frederick Douglas, insistiendo que los hijos de los ex esclavos no recibieran una educación más allá de los requisitos que exigía su destino asignado de trabajadores domésticos. Los ataques contra la política de Douglas, y contra las llamadas normas culturales “caucásicas” entre algunos estadounidenses de descendencia africana, aun hoy, tienen ese origen perverso. Sin embargo, esto no es sino típico de la forma en que se usan las políticas educativas y culturales, de forma más amplia, como instrumentos de control social dirigidos a estupidizar las potencialidades cognoscitivas del estrato de la población escogida como blanco. Las doctrinas de D’Alembert, Euler, Lagrange y demás, que Gauss atacó en 1799, son ejemplos primordiales de las políticas culturales diseñadas para “lavarle el cerebro” a las poblaciones de estudiantes tomadas como blanco a fin de erradicar ciertos potenciales creativos de entre sus capacidades mentales.
[6]Así, Riemann liberó a las matemáticas para reincorporarlas al universo de la ciencia física, eliminando del dominio físico la contaminación de las definiciones, axiomas y postulados “de suyo evidentes”, así como también la noción de “imaginario” de las expresiones competentes reconocibles de la ciencia física. El notable lema de Isaac Newton, “Hypotheses non fingo”, pretendió proscribir las hipótesis de las matemáticas, con el pretexto de que todo podía deducirse de conjuntos euclidiano–cartesianos de definiciones, axiomas y postulados a priori. La labor de Leibniz, Gauss y Riemann ha restaurado la posición central de la hipótesis, acabando así con las definiciones, axiomas y postulados empiristas en la ciencia física. Como demostró John Maynard Keynes al dar a conocer la colección de virtual vudú encontrada en el famoso cofre de escritos de Newton, no había pruebas de que Newton hubiera realizado ninguna labor seria de veras científica. Newton era un fraude, en gran medida creado a través de la red del cartesiano abad veneciano Antonio Conti, que tenía su sede en París.
[7]Op. cit.