Era un
cuadro que muchos hubieran considerado casi imposible apenas unas semanas antes
de que ocurriera; pero ahí estaban: los Presidentes de Brasil, Colombia,
Venezuela y del Gobierno de España se reunieron el 29 de marzo en Ciudad
Guayana, Venezuela, a fin de abordar los detalles de la construcción de
las grandes obras regionales de infraestructura que necesitan para sacar a sus
economías de la pobreza, y sentar así las bases para una paz
regional duradera.
En una
conferencia de prensa conjunta que hubo al final de la reunión cumbre, el
presidente colombiano Álvaro Uribe afirmó sin ambages que,
“esta reunión ha sido un paso adelante en el proceso de
integración, integración en infraestructura, integración de
las economías, integración en la cooperación,
integración para avanzar en la erradicación de la pobreza”.
En la reunión misma, Uribe había subrayado que “esto hay que
pensarlo mucho más allá. . . Hay que pensarlo en
función del Asia. Nada vale que nos integremos nosotros para
estancarnos”. Lo más destacado de la reunión fue cuando
Uribe le presentó a sus colegas, con ayuda de un mapa, un informe sobre
proyectos específicos de integración (ver los extractos de su
exposición en la pág. 38). El presidente brasileño Luiz
Inácio Lula da Silva también puso de relieve que el objetivo
central de la reunión era el de “consolidar una política de
infraestructura para consolidar la integración de
Sudamérica. . . [y] encontrar mecanismos de financiación
de esa infraestructura”. Añadió: “Ahora tenemos un
socio nuevo en el escenario mundial, que es China”. Con lo que el
anfitrión, el presidente venezolano Hugo Chávez, coincidió:
“Diría que es un derecho nuestro y además una necesidad: la
integración. No tenemos otro camino”.
Chávez
también aludió a la importancia internacional más amplia
que tuvo la presencia y participación del presidente del Gobierno
español José Luis Rodríguez Zapatero: “Qué
interesante esa reunión que acaba de ocurrir en París: Zapatero,
[Jacques] Chirac [de Francia], [Gerhard] Schröder [de Alemania] y
[Vladimir] Putin [de Rusia]. Y hemos visto a Chirac, el anfitrión, decir
que están haciendo un eje: Madrid, París, Berlín,
Moscú. Igual acá un eje (que no es el eje del mal): Bogotá,
Caracas, Brasilia, Buenos Aires, Asunción, Montevideo, y por el
Pacífico, Quito, Lima”.
La
conmoción más inmediata que causó la reunión vino
del hecho de que dos de las naciones participantes, Venezuela y Colombia, apenas
semanas antes habían estado a punto de romper relaciones
diplomáticas, e iban camino a un enfrentamiento que podría haber
desembocado en una guerra abierta. Al menos ésa era la intención
del Gobierno de Bush y Cheney, el cual ha venido impulsando con agresividad un
“cambio de régimen” al estilo de Iraq contra Chávez en
Venezuela, al tiempo que pone a los países de toda Iberoamérica el
uno contra el otro en un conflicto manipulado de derecha contra izquierda. El
objetivo estratégico de los intereses financieros a los que Bush y Cheney
representan, es tanto asegurar su control de materias primas estratégicas
(tales como el petróleo venezolano) como sumir a toda la región en
un caos tal, que no pueda organizarse una oposición unificada contra el
moribundo sistema del FMI.
A
principios de 2005 estos intereses financieros hicieron una movida que pensaron
que sería decisiva. Embaucaron a Uribe, el presidente colombiano, para
que le diera su respaldo a una operación tomada directamente del manual
del secretario de Defensa Donald Rumsfeld para el despliegue de escuadrones de
la muerte: contrataron a militares colombianos y venezolanos francos para que
secuestraran a Rodrigo Granda, uno de los principales dirigentes de las
narcoterroristas Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), quien se
encontraba en Caracas, Venezuela participando en una reunión
política, y lo llevaran al otro lado de la frontera a Colombia, donde fue
“arrestado” formalmente. Uribe se prestó para esta
violación tonta y peligrosa de la soberanía venezolana, debido al
apoyo bien documentado que el presidente Chávez le ha dado en el pasado a
las narcoterroristas FARC. Chávez también respondió acorde
a su perfil: atacó a Uribe y exigió una disculpa, e
intensificó el conflicto al suspender la extensa actividad
económica transfronteriza entre los dos países.
Entonces
Rumsfeld le echó gasolina al fuego, realizando una gira por Argentina,
Brasil y Guatemala del 21 al 24 de marzo, en la que el tema central fue el
supuesto “peligro” que representaba el presidente venezolano Hugo
Chávez para la región, y exigió que todos actuaran en su
contra.
La trampa
estaba armada.
Pero
cuando el cuadro se despejó a fines de marzo, para la
consternación de Washington, Uribe y Chávez no
habían caído en la trampa. Habían avanzado en lo
político. Con la ayuda de otros mandatarios de la región,
habían cambiado el orden del día político de un
enfrentamiento amañado entre dos caciques cuyo honor
había sido ofendido, a uno de cooperación entre dos estadistas
para llevar a cabo grandes obras conjuntas de infraestructura.
El
presidente Bush incluso llegó a llamar al presidente argentino
Néstor Kirchner el mismo día de la reunión, y pasó
20 minutos presionándolo para que respaldara el plan de los EU para
cambiarle el régimen a Venezuela.
Una revuelta
estratégica
El
estadista estadounidense Lyndon LaRouche reaccionó de una vez a la
noticia de la reunión cumbre cuatripartita, a la que caracterizó
como “un cambio dramático, un giro súbito que incluye al
factor chino en Iberoamérica”. LaRouche se refería a la
visita del presidente chino Hu Jintao a Brasil, Argentina y Chile, durante la
cual China firmó acuerdos comerciales y ofreció invertir
más de 100 mil millones de dólares en la región a lo largo
de diez años para lograr las metas económicas que tienen en
común. Un viaje complementario del vicepresidente chino Zeng Qinghong a
México, Perú y Venezuela, en enero de 2005, amplió las
propuestas de China, al igual que una oferta a Bolivia en febrero de 2005 para
un acuerdo de gas natural por 1,5 mil millones de dólares.
“Éste
es el suceso más estremecedor que ha habido en la región” en
muchos años, dijo LaRouche, quien añadió que el presidente
Kirchner forma parte, por mérito propio, del cambio. Kirchner ha librado
una guerra contra los intentos del FMI y los acreedores financieros del
país, en particular los criminales fondos buitres, por cobrar a la fuerza
la deuda pública impagable, aunque esto signifique cometer genocidio
contra la población argentina. Hace poco Kirchner se mantuvo firme ante
el FMI y los fondos buitre, y negoció una quita grande de los 82 mil
millones de dólares de bonos del Gobierno argentino que han estado en
mora desde el 2001.
LaRouche
también recalcó la importancia de que el presidente del Gobierno
español, Rodríguez Zapatero, participara en la reunión. Su
predecesor, José María Aznar, era un títere de bancos
españoles como el Santander y el BBVA los que, de hecho, han recolonizado
a Iberoamérica en aras de los intereses financieros de Londres y Wall
Street. Éstos pretenden imponer sus exigencias de sumisión abyecta
a las condiciones del FMI, y la privatización irrestricta de las empresas
públicas de la región, en especial las que tienen que ver con el
petróleo y otras materias primas, así como de los sistemas
bancarios del continente. De hecho, el 42% del sistema bancario iberoamericano
está en manos de intereses financieros extranjeros; los más
grandes son el Banco Santander de España, que controla 9% de todos los
activos bancarios de la región, y el BBVA, con el 8%.
Un buen
indicio de la naturaleza de la pandilla de Aznar en España, y de la
función que desempeña, es el hecho de que el ministro de Finanzas
de Aznar, Rodrigo Rato, pasó a encabezar al FMI justo después de
que Zapatero derrotó al partido de Aznar en la elección del 14 de
marzo de 2004. Corre el rumor de que Rato es “propiedad” del
presidente del Banco Santander, Emilio Botín.
El
Santander, en pocas palabras, representa medidas económicas fascistas. La
política del banco la determinan sus dos “alianzas
estratégicas” con el Royal Bank of Scotland y con la Assigurazione
Generali de Italia. Las dos instituciones participaron en llevar al poder,
respectivamente, a Hitler y a Mussolini en la primera parte del siglo 20. Su
política para Iberoamérica hoy es la de repetir la jugada.[FIGURE
31]
En julio
de 2004 el ministro de Relaciones Exteriores de Zapatero, Miguel Moratinos,
anunció un cambio de 180 grados en la política exterior de
España. Con Aznar, dijo, “hubo una mutación de las bases
conceptuales [de la política exterior]. De apoyar un proceso de
institucionalización, España pasó a una visión
economicista, apoyándose en el esfuerzo de las empresas españolas.
Se reemplazó la política del Estado por la de hablar en
términos de inversiones”. La referencia a las “empresas
españolas” fue inconfundible.
Por
tanto, lo que indica la reunión cuatripartita, explicó LaRouche,
es que hay una revuelta en marcha contra las medidas económicas y
políticas fascistas de los bancos Santander y BBVA, una revuelta que
tiene que verse a la luz de su marco estratégico más
amplio.
Primero,
está el factor económico. Lo que empiezan a olerse los
dirigentes de Iberoamérica, es que el sistema financiero mundial va
derechito a su autodestrucción, y que se los llevará entre las
patas. Los sucesos recientes en torno a la empresa automotriz estadounidense
General Motors (GM), son sólo un síntoma del problema financiero
mundial (ver artículo en la página 16). La GM tiene una deuda
total de más de 300 mil millones de dólares, la que es mayor que
la deuda externa oficial de Brasil. Y todas las agencias calificadoras
más importantes han rebajado la calificación de sus acciones a
poco más que chatarra. De hecho, la “prima de riesgo” de las
acciones de la GM —es decir, la sobretasa que tienen que pagar por encima
de los bonos del Tesoro de los EU— es ahora mayor que la de Brasil. Y la
GM no es más que la punta del témpano de los problemas
bursátiles, como lo indica la caída en ciernes del gigante de las
aseguradoras, la AIG de Hank Greenberg.
La crisis
sistémica que los dirigentes iberoamericanos —al igual que otros en
todo el mundo— ya no pueden eludir, también la reflejan el enorme y
creciente déficit comercial de los EU; la caída del valor del
dólar; la insolvencia de las burbujas de bienes raíces en el Reino
Unido, Japón, los EU y otras partes; y la estupidez monumental de la
Reserva Federal de Alan Greenspan, que aborda esta crisis hiperinflando aun
más la burbuja especulativa.
Segundo,
está el factor político. La estrategia de la
oligarquía financiera, de desencadenar golpes (“cambios de
régimen”) y caos está saliéndoles por la culata. En
los EU la comunidad militar y de inteligencia le han hecho saber a Bush y Cheney
con toda claridad, que no apoyará otra operación militar
como la de Iraq en Irán, ni en ninguna otra parte, porque sería
una locura estratégica. En Eurasia la estrategia demente de los
banqueros, de copar a Rusia y China con una serie de golpes orquestados
—en Georgia y Ucrania, por ejemplo—, fue frustrada en marzo cuando
intentaron extenderla a Kirguistán. Ciertos grupos en torno a Putin en
Rusia leyeron el mensaje en la pared, y al parecer tomaron medidas de
prevención dando su propio contragolpe.
De modo
parecido, la reunión cumbre del 29 de marzo le asestó un duro
golpe a la versión iberoamericana de esa misma política del caos
(que tiene como eje un “cambio de régimen” por la fuerza en
Venezuela).
Tercero,
está el factor LaRouche. Ya han pasado varios meses desde la
presunta reelección de George W. Bush el 2 de noviembre de 2004, misma
que la mayoría de los dirigentes políticos de todo el mundo vieron
con pesimismo como el augurio de una era de desastres políticos
desenfrenados en los EU. Y no obstante, Bush está al borde de perder el
proyecto prioritario de su segundo período: la privatización del
Seguro Social. El origen de ese resultado puede encontrarse en las
intervenciones y políticas de Lyndon LaRouche, quien en gran medida ha
logrado aglutinar lo que era un Partido Demócrata desmoralizado en torno
a la tradición y las medidas económicas de Franklin Delano
Roosevelt. Así, a cada paso Bush ha estado dándose golpes contra
la pared política encabezada por el notorio Movimiento de Juventudes
Larouchistas.
Este
cambio profundo en los EU no ha pasado desapercibido en el exterior. La
posibilidad de que LaRouche logre provocar un cambio fundamental en Washington,
está empezando a evocar una ola de optimismo —y las maniobras
correspondientes— en varias partes del mundo. Un síntoma de esto
fue el reciente debate y aprobación de la propuesta del Nuevo Bretton
Woods de LaRouche por parte de la Cámara de Diputados del Parlamento de
Italia, como la única alternativa viable al sistema en
desintegración del FMI (ver artículo en la pág. 18 y el
editorial en pág. 40).
‘¡Oh,
no! Otra vez. . .’
Pero el
factor LaRouche tiene una relación adicional muy específica con la
reunión cuatripartita iberoamericana.
Esa
reunión hizo de la integración de la infraestructura el centro de
la discusión, de un modo no visto en Iberoamérica en casi cinco
años. El 1 de octubre de 2000 hubo una reunión cumbre de los
presidentes de Sudamérica en Brasilia, para avanzar precisamente esta
política. En base a sus amplias discusiones previas con Brasil, el
presidente peruano Alberto Fujimori dio un discurso histórico en el que
instó a la formación de “los Estados Unidos de
Sudamérica”, fundados en la integración física del
continente en torno a la construcción conjunta de grandes obras de
infraestructura.
“Visto
desde el satélite”, le dijo Fujimori a sus colegas, “el
subcontinente sudamericano es enorme, más de 20 millones de
kilómetros cuadrados que contienen recursos que nos convierten, unidos,
en la primera potencia minera, pesquera, petrolera y forestal del mundo”.
Fujimori procedió a sacar a colación la cuestión decisiva
de la deuda externa, un asunto que, por cierto, brilló por su
ausencia en la reunión cuatripartita de marzo.
“Y
por si fuera poco [al problema de la pobreza y las drogas] —y esto no lo
detecta el satélite—, hay que añadirle a este ya
sombrío panorama una cuantiosa y pesada deuda externa sobre los hombros
de nuestros pueblos y cuyo principal, de acuerdo a datos conservadores, se ha
pagado varias veces en el curso de estos últimos 25
años”.
Los
intereses financieros internacionales consideraron una amenaza tan grande el
discurso de Fujimori, que se apresuraron a meterle segunda a los planes que ya
tenían dispuestos para derrocar a su Gobierno, obligándolo por fin
a renunciar menos de tres meses después, el 20 de noviembre.
¿Derrocaron
a Fujimori por ese discurso? Sí; pero hubo algo más. El 31 de
agosto, un día antes de que diera su discurso en Brasilia, el Los
Angeles Times soltó la sopa: “El régimen de Fujimori ha
subido el tono con sus diatribas antiestadounidenses y una extraña
afinidad con los desvaríos del movimiento de LaRouche asentado en los
EU. . . Su régimen podría convertirse en el modelo para
una tendencia”.
El temor
de los financieros a semejante “tendencia larouchista” en
Iberoamérica no era injustificado. Al tiempo que se escribía el
artículo del Los Angeles Times, y que Fujimori daba su discurso en
Brasilia, recibía los toques finales un plan para que LaRouche visitara
Perú en octubre de ese mismo año. LaRouche iba a reunirse con los
principales dirigentes del país —incluyendo los que estaban
más activos coordinando con Brasil lo de la integración de la
infraestructura— e iba a pronunciar varios discursos de alto perfil,
incluso uno que sería transmitido en vivo a todo el país a
través del sistema de videoconferencias. La creciente
desestabilización del Gobierno de Fujimori obligó a LaRouche a
cancelar su viaje.
Las
propuestas de LaRouche para la integración económica de
Iberoamérica en contra del sistema del FMI, de hecho datan desde hace
décadas. Entre sus propuestas más conocidas está
Operación Juárez, que es todo un estudio que dio a conocer
en agosto de 1982, luego de su histórica reunión del 23 de mayo de
1982 con el presidente mexicano José López Portillo.
Las
propuestas programáticas de LaRouche dominaron gran parte del programa
político iberoamericano en lo que restó de los 1980. Hubo un
momento relevante en 1986, cuando el Instituto Schiller publicó un
estudio que LaRouche había encargado, La integración
iberoamericana: ¡Cien millones de nuevos empleos para el año
2000!, el cual presentaba un esbozo programático detallado de
cómo desarrollar las economías físicas de la región
mediante la inversión en la construcción conjunta de grandes obras
de infraestructura. Uno de los proyectos más impresionantes era la idea
de unir las tres principales cuencas hidrográficas de Sudamérica
—las del Orinoco, el Amazonas y Río de la Plata— a
través de una serie de canales y esclusas, una idea que originalmente
sugirió Alejandro de Humboldt ¡en 1799! Esto crearía una sola
hidrovía navegable de 10.000 kilómetros, que conectaría de
forma directa a casi todas las naciones sudamericanas.
Desde
entonces, la oligarquía financiera ha hecho mucho por asegurarse de que
la influencia de LaRouche desaparezca del panorama político
iberoamericano; entre otras cosas, orquestar un par de escisiones de su
organización en Iberoamérica en años recientes. Así,
cuál no sería su sorpresa cuando el presidente Uribe de
Colombia—a quien creían tener en el bolsillo— se
levantó luego de concluida la reunión, y le presentó a sus
colegas un informe, ¡precisamente sobre la necesidad de integrar los
tres principales sistemas hidrográficos de
Sudamérica!
Por
supuesto, las propuestas tratadas en la reunión cuatripartita del 29 de
marzo tienen sus yerros e incluso sus defectos axiomáticos. Uno fue que
no se abordó la crisis financiera mundial, incluida la burbuja de la
deuda iberoamericana, ni cómo resolverla. De no abordar esa
cuestión, como lo hace LaRouche con su propuesta del Nuevo Bretton Woods,
no hay forma de financiar las obras de infraestructura bajo
consideración.
De forma
parecida, los presidentes reunidos en Ciudad Guayana mostraron poca
comprensión de veras científica sobre lo que son la
infraestructura y la productividad; de la necesidad de corredores de desarrollo
de alta tecnología en relación con esa infraestructura; o la
función central que tienen la ciencia y la creatividad humana en impulsar
el avance tecnológico, y en redefinir la base de los recursos a
disposición de una economía.
Pero la
ayuda viene en camino. Estos conceptos los desarrolla a cabalidad Lyndon
LaRouche en su obra más reciente, The Earth’s Next Fifty
Years (Los próximos cincuenta años de la Tierra), partes de la
cual ya existen traducidas al español y han empezado a circular por
Iberoamérica (ver “Más allá de Westfalia” y
“El milagro de Franklin Roosevelt” en este mismo número, y
“Los próximos cincuenta años de la Tierra” en el
Resumen ejecutivo de la 2a quincena de abril de 2005, vol. 22,
núm. 8). Con esto, los dirigentes de la región habrán de
reconocer que, si quieren determinar lo que pasará en sus respectivas
naciones en los próximos cinco meses, primero tienen que partir de
lo que serán los próximos cincuenta años de la
Tierra.
A pesar
de las deficiencias, la cuestión de la integración de la
infraestructura ahora está de nuevo sobre el tapete, y el embate de las
crisis económica y política de seguro potenciará la
urgencia de emprender dicha discusión. Eso, por sí solo, le
robará el sueño por muchas noches a Wall Street.