por Maximiliano
Londoño Penilla
El 20 de
marzo falleció el destacado dirigente sindical colombiano y ex ministro
de Trabajo, Jorge Carrillo Rojas, a los 69 años de edad, cuando se
desempeñaba como director de la Caja de Compensación campesina,
Comcaja, cargo al que fue nombrado por el presidente Álvaro Uribe. En los
diversos cargos que ocupó, desde obrero raso, hasta ministro de Trabajo y
embajador de Colombia en Guatemala, Carrillo siempre fue el hombre sencillo que
todos conocimos, pero profundamente apasionado y vigoroso en la defensa del
interés legítimo de los seres humanos: el derecho inalienable a un
trabajo digno, estable y bien remunerado. Carrillo respondió con
efectividad y presteza a los desafíos de su tiempo enarbolando la bandera
de la Iglesia católica de la justicia social, expresada en particular en
la enseñanza y obra de los papas León XIII, Juan XXIII, Paulo VI y
Juan Pablo II. Esta visión de Carrillo comprometida con el cambio social
y el progreso de los pueblos, se vio potenciada por la relación de
amistad y cooperación estrecha que en los últimos casi 30
años sostuvo con el estadista norteamericano Lyndon H. LaRouche y con su
esposa, la dirigente política alemana Helga
Zepp–LaRouche.
Quien
escribe estas líneas, en su doble condición privilegiada de amigo
personal y colaborador directo de Carrillo, por un lado, y de representante
político de LaRouche en Colombia, por el otro, durante casi tres
décadas, puede afirmar con conocimiento de causa que Carrillo se
jugó la carta LaRouche hasta sus últimas consecuencias, a pesar de
las amenazas y presiones a que fue sometido, en sentido contrario, desde Wall
Street y la City de Londres, por parte de diversos voceros del actual cartel
financiero internacional que rige al mundo.
El libro
Las tesis de un ministro obrero frente a la problemática del
desempleo: Memoria 1985–1986, publicado en abril de 1986 por el
Ministerio de Trabajo de Colombia, recopila varios de los discursos y documentos
más relevantes de la gestión de Carrillo como ministro de Trabajo
y Seguridad Social. Ubiquémonos, pues, en el estrado de la historia
universal. ¿Cómo llegó a convertirse Jorge Carrillo en
ministro de Trabajo en el Gobierno de Belisario Betancur, cuando el ministro de
Hacienda, Roberto Junguito, por tres años había ejecutado el
más ortodoxo y salvaje de los designios del Fondo Monetario Internacional
(FMI)? Más aun, ¿cómo fue posible que Carrillo, quien como
dirigente sindical de la Unión de Trabajadores de Colombia (UTC) fue el
principal opositor de la política del FMI aplicada por Junguito, pudiera
llegar a ser parte del mismo gabinete ministerial donde existirían
entonces dos programas económicos totalmente antagónicos? Y para
completar, ¿cómo es que Carrillo nombra como su asesor
económico en el Ministerio de Trabajo a Maximiliano Londoño
Penilla, vocero público en Colombia de las políticas de Lyndon H.
LaRouche?
Conflicto con
López Michelsen y los narcotraficantes
En dos de
sus libros, el ex presidente y mensajero de los carteles de la droga Alfonso
López Michelsen refiere con extrañeza al nombramiento de
Londoño en el Ministerio de Trabajo, y señala que le hizo los
reclamos correspondientes al entonces presidente Belisario Betancur. En el libro
Parábola del Retorno, en el marco de tratar de justificar por
qué se había reunido con los jefes de los carteles del
narcotráfico colombiano en Panamá, a escasa una semana de que
asesinaran al ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla, el ex presidente
López señala: “Pocos meses después, un tal
Maximiliano Londoño, a quien no he visto en mi vida, comenzó a
acusarme de narcotraficante, de haber secuestrado a su mujer y de haber sido
cómplice de los episodios relacionados con el Banco de Colombia y el
grupo Grancolombiano. . . Es la táctica conocida de un
político norteamericano, de nombre LaRouche, que le suministra fondos a
un llamado ‘Movimiento Andino de Coalición
Antidroga’ ”.
López
refiere el secuestro de mi esposa Patricia, a escasos dos meses de que el activo
y combatiente ministro de Justicia Rodrigo Lara Bonilla fuera asesinado por los
capos del narcotráfico, los mismos con los que López se
reunió en Panamá, dizque para traer la propuesta de que ellos
estaban incluso dispuestos a pagar la deuda externa de Colombia si no los
extraditaban a Estados Unidos y firmaban con ellos una “paz
honorable”. Con el asesinato de Lara, los narcotraficantes
pretendían poner de rodillas al Gobierno de Betancur, pero les
salió el tiro por la culata, porque en lugar de aflojarse, la
política antidrogas se endureció.
De nuevo,
en su libro Palabras pendientes: Conversaciones con Enrique Santos
Calderón, publicado en abril de 2001, López insiste en
preguntarse por qué Betancur permitió el nombramiento de
Londoño en el Ministerio de Trabajo. El asunto fundamental es que el
secuestro de mi esposa, efectuado para intentar destruir las actividades
organizativas larouchistas en Colombia —actividades que, entre otras
cosas, habían contribuido a que López no pudiera ser presidente de
nuevo, ya que el Partido Laboral andino (asociado a LaRouche) había
denunciado a López como el “pollo que pone huevos de
coca”—, recibió una respuesta por parte de LaRouche que
López y los narcos no se esperaban. LaRouche dirigió una
campaña internacional en las principales capitales del mundo, denunciando
la implicación de López en gestionar un “proceso de
paz” con los carteles de Cali y Medellín. LaRouche dio
instrucciones para que la entrevista que López le dio al diario El
Tiempo luego de reunirse con los capos de la droga, fuera reproducida a
nivel internacional. En esa entrevista López se declaraba como mensajero
de la mafia, y exigía que el Gobierno de Colombia se sometiera a los
intereses de los narcotraficantes.
Claro,
cual no sería la sorpresa de López cuando unos pocos meses
después del asesinato de Lara Bonilla y del secuestro de mi esposa, Jorge
Carrillo, amigo de LaRouche, en su posición de ministro de Trabajo, me
nombraba su asesor económico. En síntesis, LaRouche en su defensa
de Colombia había logrado: 1) contribuir de menera decisiva a impedir que
López Michelsen volviera ser Presidente de Colombia; 2) destruir la
operación de López y los carteles del narcotráfico para
obligar al Estado colombiano a someterse a sangre y fuego a las condiciones
dictadas por los narcos; y, 3) que su vocero en Colombia fuera nombrado asesor
económico del ministro de Trabajo Jorge Carrillo, quien a su vez
también era amigo y colaborador de LaRouche.
La
integración iberoamericana
En 1982
LaRouche publicó su memorando estratégico Operación
Juárez, en el que elaboraba una política alternativa a la
demencial austeridad fiscal del FMI. LaRouche se reunió en mayo de 1982
con el entonces Presidente de México, José López Portillo,
y como parte de sus propuestas surgió el documento Operación
Juárez. En agosto de 1982 el presidente López Portillo, en
defensa del interés legítimo y soberano de su nación,
declaró una moratoria a la deuda externa, que en su momento no fue
respaldada por Brasil y Argentina, pero que causó un pánico de lo
más grande al cartel de acreedores, los pretendidos amos del Olimpo que
dominaban al mundo. Para septiembre de 1982, López Portillo había
impuesto el control de cambios y nacionalizado la banca mexicana. López
Portillo lanzó así la bomba de la deuda y, como secuela de este
proceso, LaRouche comisionó la elaboración y publicación
del libro La integración iberoamericana: ¡Cien millones de nuevos
empleos para el año 2000!, del cual, tan sólo en su primera
edición, circularon más de 50.000 ejemplares. LaRouche
escribió la introducción a este libro en abril de 1986. En
él se detallaban las grandes obras de infraestructura que debían
emprenderse en la región para erradicar de forma definitiva la
pobreza.
En la
actualidad, la médula de las propuestas de este libro sigue siendo el
verdadero programa para la sobrevivencia de los países de Centro y
Sudamérica. Allí se detallan los corredores ferroviarios
necesarios para articular al continente; los grandes proyectos
hidráulicos para conectar las cuencas del Orinoco, el Amazonas y el
Paraná en Sudamérica; el Plan Hidráulico del Noroeste
(PLHINO) y el Plan Hidráulico del Golfo Norte (PLHIGON), para llevar agua
de los ríos del sur de México a la zona norte; los canales
interoceánicos para unir al Pacífico y al Atlántico; los
grandes proyectos agrícolas, mineros e industriales para la
región; el uso industrial de la energía nuclear, los rayos
láser y los plasmas de alta densidad energética; y los fundamentos
para establecer un Mercado Común Iberoamericano, proyectos, todos estos,
que deberían iniciarse poniendo coto a la sangría de las naciones
que se realiza mediante el creciente y usurero servicio de la deuda.
El
reciente llamado a la integración iberoamericana por parte de los
presidentes Luiz Inácio Lula Da Silva de Brasil, Hugo Chávez de
Venezuela, Álvaro Uribe de Colombia y José Luis Rodríguez
Zapatero de España, sólo puede entenderse en su verdadera
dimensión si se comprende el impacto profundo que ha tenido en la
región y en el mundo, como lo manifestara López Portillo,
“la sabia palabra de Lyndon LaRouche”.
En
noviembre de 1984, durante la III Conferencia Internacional del Instituto
Schiller que tuvo lugar en Washington, fue creada la Comisión Sindical
del instituto. Jorge Carrillo fue uno de los fundadores. En julio de 1985 se
realizó la Primera Conferencia Sindical Continental en la Ciudad de
México, donde quedó establecida la Comisión Sindical
Iberoamericana. Entre los coordinadores de esta nueva entidad estaba Pedro
Rubio, compañero y representante de Carrillo. El 2 de septiembre de 1985
Carrillo fue nombrado ministro de Trabajo de Colombia. En agosto de 1986 se
publica el libro La Integración Iberoamericana, del cual, tan
sólo en su primera edición, circularon más de 50.000
ejemplares. En octubre de 1987 viene el crac de Wall Street que LaRouche
había pronosticado que ocurriría. Desde entonces ha arreciado la
densidad de quiebras bancarias, comerciales e industriales, y el estallido de
diversas burbujas financieras.
Jorge
Carrillo fue un pionero en la batalla por la integración física de
nuestras naciones. Su legado tiene ahora más vigencia que nunca; lo
extrañaremos, pero el faro de su coraje y de sus enseñanzas nos
seguirá iluminando.